Resineros altivos



Oficios desaparecidos.
 


Noviembre 2000.- Más de 100 familias de Fornes, o lo que es lo mismo casi todo el pueblo, llegaron a vivir de los trabajos relacionados con la extracción de la resina.. En su mayoría hicieron de carreros, arrieros, picadores o remasadores. Ahora, cuando sus vidas rondan los 70 años recuerdan como un sueño lejano sus duros y penosos trabajos en La Resinera (10.700 hectaráreas), que fue adquirida por Unión Resinera en 1902 para venderla al IARA en 1986 por 350 millones. El 20 de agosto de 1975 un incendio arrasó durante seis días 5000 hectáreas y provocaría el éxodo de los resineros o su reconversión forzada en agricultores.

 Tras dejar atrás Fornes y llegar a los molinos de la Vega Armas, un desvío a la izquierda de la SO-16 nos conduce, a través de un estrecho carril de tierra, hasta la antigua fábrica de La Resinera. Quien se acerque a este lugar advierte la importancia que hubo de tener este lugar en otros tiempos. Una casa cuartel, una capilla, una escuela y la factoría con su alta torre son testigos mudos de ese importante pasado que fue finiquitado a mediados de los 70, debido a los incendios y a la sustituición de la colofonia y aguarrás que se extraían de la resina por productos petroquímicos.

 Pero antes estas sierras, ahora incluidas en el Parque Natural de Almijara y Tejeda, fueron fuente de vida para muchas familias de esta zona. Fernando Aguado, (76 años), trabajó durante 35 como guarda mayor, y desgrana una lista interminable de nombres y apodos de los muchos paisanos y obreros que trabajaron en estas sierras. “estaban Jóse y Francisco “El Tito”, los “Miguelones”, “Pajote”, Fernando “El Gorra”, los “Pucheros”, “Petaco”, “El Cabra”, “El Trueno”, “Gazapacho”,... Por la parte de Córzola, trabajaban Francisco y Antonio Alaminos, Manuel Franco, Ricardo Domingo,... Muchísima gente que ahora es difícil recordar”. En efecto, muchos hombres que dejaron su sudor y su trabajo bien como carreros (José Reyes, de Arenas del Rey; “Pisahuevos” de Fornes, “Cuca, el padre” de Jayena), arrieros, picadores o remasadores, como los ya citados. Durante la campaña muchos de ellos solían habitar con sus familias los barrancones construidos al efecto.



Proceso laborioso

 De noviembre hasta febrero se limpiaba el monte y se cortaba leña para los hornos de la fábrica. A partir de marzo iniciaban su cometido los picadores. Con su pico “barrasco”, cuyo perfecto afilado comprobaban en su propio antebrazo, “desroñaban” la corteza del pino, generalmente de las variedades carrasco y negral. El primer año el cacharro se colocaba en el suelo. En los siguientes se clavaban las puntas con una maza de palo y colocaba la grapa que conducía la resina del tronco al pote al tiempo que servían de sujeción. Lentamente pero sin pausa la trementina caía en la vasija de barro. De 30 a 35 días se tardaba en llenar este recipiente al que le cabían entre 600 y 800 centímetros cúbicos de resina. También señalan como se pulverizaba la pica con ácido sulfúrico rebajado con agua según la época del año, para favorecer la resinación. Una vez llenos comenzaba el trabajo de los remasadores que sacaban la resina de los potes ayudados por una paleta con puños de madera para introducirla en unas cántaras cuya capacidad era de 30 kilogramos que al principio en carros (1920-1925) y más tarde a lomos de mulos eran trasladados hasta los puntos de carga o bien hasta la propia resinera. Para ello se introducían en una aguaderas en las que cada mulo llegaba a transportar cuatro o seis de estas cántaras.



Oficios hereditarios


 La mayoría de los trabajadores empezaron a trabajar en La Resinera de la mano de sus padres. Francisco Garnica, a sus 87 años, recuerda que comenzó como arriero a la edad de diez. Primero acompañaba a su padre y hermanos con las “bestias” que luego llevaría él. Al ser tan pequeño se ayudaba con una horquilla para evitar que la carga se le volcara . Así estuvo hasta el año 36, ganando 10 u 11 pesetas con sus mulos llamados Carbonero, Voluntario y Tordo. Para ello tenía que salir de La Colonia –cortijada de Fornes- a las 2 ó 3 de la madrugada y cuando llegaba a las Canteras todavía era de noche desde donde regresaba con la carga hasta la fábrica. Este desplazamiento lo hacía dos veces al día por lo que en muchas ocasiones finalizaba bien entrada la noche. “Llegaba tan cansado que no me acostaba ni en la cama, lo hacía en la misma puerta del cortijo para poder levantarme. Por cada kilo me pagaban nueve reales. Los remasadores venían a ganar 18 reales (4,5 pesetas), si eran buenos. Conmingo estuvieron de arrieros Francisco Alba, de los cortijos de Almuñécar; José y Francisco Moles, los de “La Pava”, Francisco Pérez, Juan “Huye” y su hijo Miguelete, El Cántara y Revive, de las Albuñuelas, y muchos más”.

 Para facilitar la tarea la finca se dividía en cuarteles, y de cada cuartel se hacía cargo un resinero, por ejemplo, uno era el de la haza Lino, Los Llanos, el Barranco la Madera, Las Lomas, etc. El número de pinos de cada cuartel solía oscilar entre 4.000 y 4.500 pinos, llegando en algunos caso hasta los 5.000 pinos. Por su parte, Aguado cuenta como “una vez en la fábrica se iniciaba el proceso de destilación. Aquí también había gente de Fornes como José Pérez; otro de Jayena, Manuel Arias; Antonio Rodríguez, el contramaestre era de Valladalid, Eusebio Serrat Maestre y el fogonero José Manuel Mateo”. En la elaboración se preparaba la miera mediante su paso por las distintas calderas denominadas calderón, autoclave y decantador para eliminar todo tipo de impurezas. “Una vez destilada la colofonia y el aguarrás, cada cosa se colocaba en su sitio. La primera iba directa al alambique y la otra se extendía en una especie de platos y luego a las barricas” concluye.

 Pero llegaron los incendios de 1975 y 1982, en los que ardieron 5.000 y 3.500 hectáreas, respectivamente. El primero de ellos se inició el 20 de agosto y se prolongó durante seis días. Sus consecuencias fueron nefastas hasta el punto de que en la zona se ha convertido en referencia cronológica mediante el apelativo de “el año del quemao”, pues a partir del mismo se iniciaría el desmantelamiento de la fábrica, especialmente a las Navas del Marqués (Segovia), donde no sólo trasladaron las maquinarias y herramientas sino también numerosos obreros que han continuado trabajando allí hasta su jubilación tales como Higinio Pérez, Carlos Muñoz, y otros que regresaron en los años posteriores como Fernando y José Aguado, y algunos más.