Todos tendemos a dulcificar el pasado, a olvidar con más facilidad lo dañino, quedándonos con las evocaciones positivas, las buenas experiencias de la niñez: los amigos, y los buenos ratos, y cuando nos instalamos en la dulce morriña, rememoramos un pasado idealizado, la nostalgia nos transporta a menudo en nuestra menoría, a la ciudad o el pueblo de la añorada infancia, en una experiencia que, con todas las excepciones posibles, suele ser considerablemente gratificante.