Álvaro García López publicaba en el diario Granada Hoy, de este 3 de septiembre, un artículo sobre Antonio Ramos Espejo, el alhameño que llevara el cine a Asia.
El empresario alhameño llegó a controlar la mitad de la distribución y producción de películas en el gigante asiático
A su vuelta a España en 1930 abrió el cine Rialto en la Gran Vía de Madrid (Foto superior)
Pues sí, lo han leído bien. Aunque para ser francos, lo de emperador es sólo el nombre con el que fue apodado por algunos. Lo mismo que el de El Chino, calificativo que lo acompañó en sus aventuras por el lejano país de la seda. Y es que la vida del empresario granadino Antonio Ramos Espejo es una de esas historias de pioneros que acaban cayendo en el olvido.
Ramos nació en Alhama de Granada en 1875, aproximadamente 20 años antes de dar con el invento que le llevaría a formar su pequeño imperio: el cinematógrafo. Procedía de una familia adinerada venida a menos, que perdió gran parte de sus propiedades por culpa del terremoto que sacudió la provincia en 1884. De madre docente, siguió la estela familiar estudiando magisterio, pero el incipiente clima de hostilidad que se estaba gestando al otro del Pacífico, en las Filipinas, le impulsó a alistarse como voluntario para buscar fortuna en las islas.
ANTONIO RAMOS EN SHANGHÁI, RAMOS ENTRA EN CONTACTO CON LOS ESPAÑOLES SEFARDITAS DE LA COLONIA
A diferencia de la mayoría del resto de sus compañeros, sabía escribir y leer con soltura, por lo que se le asignó un trabajo de oficinista y no se tiene constancia de que llegara a entrar en combate. Pese al Desastre del 98, con la pérdida de la soberanía sobre las colonias, el granadino decide quedarse en Manila, donde descubre las posibilidades del negocio del cine gracias a un recorte de prensa. Rápidamente se hace con uno de los inventos de los hermanos Lumière y comienza a realizar las primeras proyecciones -tan sólo dos años después de la presentación en sociedad del cinematógrafo- de las que se tienen constancia en este país. Sin embargo, acompañar a los misioneros agustinos de aldea en aldea proyectando películas bíblicas no era algo que diera precisamente un buen margen de beneficios.
Por ello, decide hacer las maletas y marcharse a Shanghái, la ciudad de las tentaciones. A principio del siglo XX, la ciudad china era un crisol de nacionalidades gracias a las grandes concesiones territoriales obtenidas a través de las Guerras del Opio. El comercio la convirtió en una de las ciudades más occidentalizadas de Asia, donde exiliados de medio mundo, gángsters y aventureros en busca de fortuna se daban cita. Fue aquí donde Antonio conoció a un tal Jialun Baike, otro empresario español que le permitiría sentar las bases de su negocio. Dado la falta de casticidad del nombre, Ignacio Toro, principal investigador de la figura del cineasta, apunta que podría tratarse de su conocido socio comercial Bernard Goldenberg, sefardita que huyó a Shanghái debido a la creciente amenaza de los totalitarismos en Europa. Aunque representaban una minoría dentro de los europeos en la ciudad, los españoles supieron hacerse un hueco en las altas esferas del comercio, como lo demuestra el caso de Ramos o de Albert Cohen, empresario que poseía la mayor red de richshaws o taxis chinos de Shanghái.
Ramos es considerado por el gobierno chino como el primer cineasta en realizar proyecciones periódicas con un objetivo comercial. Y es que el empresario granadino tuvo la osadía de dirigir su incipiente negocio, no a sus pudientes compatriotas europeos, sino a las grandes concentraciones de chinos que se agrupan en torno a estos barrios. Así que partiendo desde abajo, en 1903, decidió proyectar sus películas en el Qing Liang Ge (El Pabellón del Loto Verde), una de las teterías del barrio chino. Sus sesiones de cine distan mucho del concepto de cine que tenemos hoy día, ya que se entendían como un espectáculo de variedades más, a menudo acompañado de otros números, como acróbatas, bailes exóticos, etc. Para promocionar su negocio Ramos hacía uso de vistosos carteles de colores, sensuales bailarinas ligeras de ropa y la música de cítara de agrupaciones indias.
Su éxito inicial le abrió las puertas hacia grandes centros de negocios. En 1908 inaugura el Hongkew Cinema, un local con capacidad para hasta 250 espectadores entre las calles de Zhapu y Haining.
Ramos no sólo acertó dirigiéndose a un público local, sino que también entendió que la clave de su éxito pasaba por ofrecerles material de su propio interés. La primera película del Hongkew Cinema fue precisamente un documental sobre la muerte de la emperatriz Cixi y el emperador Guangxu. De hecho, además de convertirse en propietario de estos negocios, desempeñó una pequeña faceta de productor con la Ramos Amusement Company, con la realización de las películas Nie haichao y Hutu jingcha. A esta compañía -que llegó a tener oficinas hasta en Sidney- se debe la introducción de los primeros títulos en español dentro de las salas de proyección chinas.
Tras el éxito de este primer local, decide tirar la casa por la ventana y abre, con la ayuda del arquitecto español Abelardo Lafuente, el Victoria Cinema, un establecimiento con capacidad para 750 personas. A este negocio le seguirá la apertura del Olympic Theatre, buque insignia de su imperio, rebautizado posteriormente como Embassy. En 1917 se realizará la apertura del Empire, el Cartery el China. Para los años 20, el granadino controla el 50% de la producción y distribución de las películas en China. Sus cines se extendieron a otras regiones del gigante asiático como Macao, Hong-Kong y Hankow. Tal era su fortuna que hasta decide probar suerte en el sector de la hostelería y construirse un palacete neoárabe que aún permanece en la calle Daulon de Shanghái.
Tiempo después el clima comienza a crisparse. La industria hollywoodiense aterriza en el continente asiático con vistas a un nuevo mercado por explotar. Los métodos de aperturismo comercial utilizados por las majors suscitan rápidamente un sentimiento de nacionalismo en el país, con una fuerte crítica hacia el occidental. A todo esto, podríamos sumarle el asesinato de su amigo y socio Goldenberg en extrañas circunstancias, o las acusaciones de contrabando que le agenciaron por el estreno de El Chico de Charles Chaplin. Así que, tras alquilar sus cines, decide hacer la maleta y volver a España con una fortuna de cinco millones de las antiguas pesetas. Pero es que ni en casa descansó.
Una vez asentado en Madrid, con las rentas de los 60.000 yuanes de plata de sus cines, Ramos decidió gastar un último cartucho en la apertura del mítico cine Rialto, en la recién construida Gran Vía. Desde su apertura, en 1928, hasta su muerte en 1944, dedicaría el resto de su vida a la gestión de estas salas. Un establecimiento ideado a la americana que ha perdurado hasta nuestros días, aun cuando el nombre de Antonio Ramos permanece perdido en el olvido.
La colonia española en Shanghái
Tras la pérdida de las colonias en el Desastre del 98, no todos los españoles decidieron volver a casa. Algunos decidieron quedarse en Filipinas emprendiendo sus propios negocios. Sin embargo, un puñado de ellos prefirieron probar suerte en Shanghái, un ciudad comercial fuertemente occidentalizada por franceses, rusos, japoneses, etc. La Perla de Oriente se convirtió en refugió para un buen número de sefarditas que veían con miedo el auge de los totalitarismos en Europa. Aún siendo una minoría dentro de las potencias extranjeras, los españoles supieron posicionarse entre las altas esferas económicas de la ciudad, como es el caso de Antonio Ramos Espejo, su amigo y socio, Bernard Goldenberg, el arquitecto Abelardo Lafuente, para quien construyó un gran número de salas, así como su localmente famoso palacete de estilo neoárabe. También destacó la figura del empresario Albert Cohen, magnate de la ciudad, con sus más de 10.000 empleados de sus rickshaws.