La cordillera de las Montañas Helan conforma un impresionante paraje natural que contrasta con la sequedad de las desérticas y próximas tierras de la región, enclaustrada entre el fastuoso Gobi y el más modesto desierto de Ordos. Hay un parque forestal que se halla a unos 40 kilómetros de los lugares más emblemáticos para el turismo en Ningxia.
Yinchuan está a poco más de 25 kilómetros, el Lago de Arena a similar distancia, los Estudios Cinematográficos a 12 y las Tumbas Imperiales Xia a 30. Podría parecer fácil y necesitarse poco tiempo para recorrer todos esos puntos de gran atracción turística pero si uno las quiere disfrutar en toda su plenitud, entonces hay que tomárselo con mucha calma, sobre todo porque allí todo es a lo grande y, aunque a veces hay sistemas de transporte colectivo que funciona dentro de las instalaciones, cualquiera de ellas puede necesitar (al menos) mediodía para poder disfrutarla con una relativa tranquilidad.
El Parque Forestal de Suyukou ocupa casi 10.000 hectáreas de las que el 70% están cubiertas de vegetación y se pueden localizar casi 900 tipos de flora y fauna silvestre; entre ellas sobresale la cabra [ellos hablan de oveja de las rocas, pero las que yo veía no tenían lana, sino pelo y de niño, esa diferencia entre ambos mamíferos se me quedó grabada] que tiene aquí, en estado salvaje, la mayor presencia del orbe.
En cuanto al Museo de Petroglifos, no dejará indiferente al visitante que, ensimismado en la solitaria carretera, apenas se dará cuenta de su emplazamiento, aunque la ruta finaliza aquí y por lo tanto no hay alternativa a perderse o lo que es igual, si enfilas la carretera, al llegar a él tienes que pararte.
Está considerado por la UNESCO, desde 1997, pasa por ser uno de esos recintos conocidos en China pero solitario cuando llegamos a él (en su entorno los árboles congelados y figuras de hielo de un tamaño de casi dos metros nos daban cuenta de la virulencia del último temporal y las bajas temperaturas de la zona).
Figura entre las cincuenta atracciones más visitadas por los turistas extranjeros que viajan al inmenso país y que alcanzan estas inhóspitas tierras próximas al desierto. Asimismo consta como uno de esos lugares virtuales más visitados por los aficionados de todo el mundo al arte en las rocas.
De todas las instalaciones citadas en el segundo párrafo, ésta es la zona más alejada de la capital en términos absolutos: 56 kilómetros las separan de Yinchuan y albergan más de 6000 rocas pintadas o petroglifeadas que tienen un sendero que permite disfrutar de un entorno natural poco común. Las veredas están muy bien señalizadas y nos conducirán hasta un riachuelo –helado durante nuestra visita- y realizar un largo y encantador paseo por ambas orillas que, a veces, dejan la sorpresa a la vista: la presencia de las “rock-sheep” (oveja salvaje de las rocas sería la traducción literal del término) azules, pero en aquellos días nos ofrecían un pelaje grisáceo y marrón que les permite mimetizarse hasta hacerlas casi imperceptibles en el tipo de roca que caracteriza a las Montañas Helan. También daba la sensación de un tono plateado pero, lamentablemente, no permitían que te acercaras y las fotos, prácticamente, imposibles.
Los petroglifos no dejan indiferente al visitante, el concepto del arte y la libertad del artista fueron totales cuando realizó sus obras en ese material prácticamente imperecedero como es la roca virgen. Es cierto que a veces requiere imaginación o la hábil presencia de esos funcionales lápices mágicos que lanzan su puntito de luz al centro de interés y que la guía local manejaba a la perfección y nos llevaba a poder admirar esas obras que, a simple vista podrían pasar desapercibidas. Mayoritariamente encontraremos flora y fauna, siendo las manos y las caras las partes humanas de mayor presencia artística.
El Museo se ha hecho como queriendo no molestar y es imperceptible en el horizonte, pero allí está. Había una zona de obra que, previsiblemente, acogerá un establecimiento hotelero a juzgar por su estructura. Visitarlo nos permitirá tener una somera idea sobre la realidad del arte tallado en las rocas a nivel planetario. Es realizar un largísimo viaje en la historia del hombre o lo que es igual, adentrarse en los últimos 10.000 años que es la fecha en la que se datan las primeras muestras de Helan, centrarnos en las correrías que el ser humano hizo por estas preciosas montañas en las que, al margen de buscar el sustento cotidiano, tuvo la capacidad de legarnos varios miles de obras, algunas toscas y otras verdaderas obras de arte en el más amplio sentido de la palabra. Uno puede preguntarse en lo que pensaban aquellos artistas anónimos que nos legaron su trabajo y su imaginación y hoy enriquecen un paraje natural que no te deja indiferente, te atrapa.
Las obras aparecen por doquier, a ambos lados del Gran Valle o del río, los estudiosos tienen ya catalogados la friolera de 6000 trabajos, pero los números van creciendo a medida que investigan y documentan nuevos hallazgos perfectamente mimetizados con el entorno. Incluso los visitantes logran descubrir nuevas obras que inicialmente han pasado desapercibidas. En una de las rocas, junto al río, orilla derecha ascendente, para sorpresa del grupo, también se nos presentó una forma que extraordinariamente se parece al famoso “GRITO” de Edgard Munch ¿se inspiró aquí para su célebre e inquietante cuadro? En fin, la realidad es que allí uno parece descender hasta los orígenes de la raza humana, apenas son unos miles de años, pero nos permiten conectar con la peculiar capacidad de inmortalizar –aunque sea anónimamente- del arte.
Por supuesto, hay asentamientos líticos que nos indican que el hombre buscaba la manera de sobrevivir y resguardarse de los extremados elementos climatológicos, gracias a su inventiva y capacidad de construcción con los materiales del entorno que le posibilitó hacer los más rudimentarios edificios que en su momento le facilitaron supervivencia o lo que es lo mismo: una vida con mayor comodidad.
El Museo pasa desapercibido, es uno de esos lugares que te ofrecen una muestra no sólo de China, sino de todo el mundo, con fotografías a diferentes tamaños, documentando el arte en las rocas o en las cuevas. Entre estas últimas nos encontramos con la reproducción de los célebres Bisontes de las Cuevas de Altamira en Cantabria.
Hay, según nos dijeron, más de 200 petroglifos originales conseguidos en más de 30 países que documentan perfectamente la historia de la humanidad y que hace miles de años inició su labor culturizadota por medio de la imagen. Si juzgamos las similitudes de algunas muestras, nos hacen pensar que estaban ya perfectamente “globalizados” porque de otra manera no habría explicación para poder entender que ciertos rasgos de aquellas primitivas obras de arte sean parecidos a pesar de los miles de kilómetros que separan a sus autores.
Está considerado el Museo o Galería de arte prehistórico más grande del mundo. Los aficionados o profesionales de los petroglifos y el arte rupestre, qué duda cabe, tienen aquí una cita obligada e intensamente apasionante.
Hasta la próxima aventura. Juan Franco Crespo.