Desde que comencé a caminar, la radio había sido una incombustible compañera de viaje.
Creo que la culpa la tuvo el “ojo mágico” que se encendía y apagaba de acuerdo a cómo entraba la señal hertziana cada vez que mi padre le daba a la perilla para estabilizar la emisora que se identificaba como un cañón “Aquí Radio Pekín, Aquí Radio Pekín” y uno haciéndole preguntas: ¿Allí hablan como nosotros? ¿Dónde está Pekín? ¿Por qué esta emisora dice cosas que no dicen las emisoras españolas del momento y que a veces ni entraban en el receptor?
Preguntas, siempre preguntas, hasta que a esa magia radiofónica le íbamos poniendo imágenes, ubicaciones, gracias precisamente al Atlas y al Manual de países que creo editaban en México y que mi padre conseguía a veces cuando realizaba sus transportes a Málaga, Granada o Sevilla… Y un día escucho “Carta de Pekín” a donde se citan las cartas que llegan hasta la lejana emisora de radio y acusan recibo a gente de los más extraños territorios [o al menos a mi me lo parecían, pues todavía no había salido de mi niñez y su inocencia] y fue entonces, siendo niño, cuando el jameño se atreve y escribe una de sus primeras cartas que al cabo de algo más de un mes tiene una respuesta postal en forma de agenda y posteriormente también llegarían revistas chinas que muestran cosas diferentes a mi entorno más inmediato. Medio siglo de correspondencia, medio siglo de amistad que cada nueva generación de locutores y traductores de lengua española que toman las riendas de la emisora internacional china, acrecientan.
Así que un día, al salir del trabajo, hay una oferta que me pareció una ganga. Por mil euretes una semana en Pekín y, además, todo incluido. Año Nuevo cae justo en medio de la oferta. ¿Cómo resistirse a esa tentación si ese año ya te han sisado la extra navideña gracias a los grandes “magos de las finanzas” que rigen los destinos de esta parte de España y que tuvimos la suerte que nos tocaron en la cosa esa que denominamos gobierno. Perdidos, al río. Y me lié la manta, nunca había pasado de Oriente Medio, quizá la incertidumbre de enfrentarte no sólo a un mundo totalmente extraño no sólo gastronómicamente hablando, sino en lo cultural y material me impedía, físicamente ir más allá; era como si hubiera un imán que me ataba a la tierra, pero esa tentadora oferta y el hecho de volar vía Helsinki y posteriormente, tras el cambio de avión, sobrevolar Siberia, era un imán todavía más atractivo que el miedo a lo desconocido [al año siguiente el gusanillo me llevaría vía Helsinki-Tokio hasta Nueva Caleconia y Vanuatu].
Al final en la capital finlandesa nos juntamos una decena de intrépidos que no tenían nada mejor que hacer aquellas navidades y que, guiados por el mismo sueño, decidieron pasarlas de manera diferente. Y el viaje resultó realmente fantástico; un año nuevo inolvidable y la entrada del mismo siendo agasajado por la Redacción Española de la Radio Internacional de China que es el nombre actual de la entonces Radio Pekín; se me abrieron todas las puertas y me brindaron una maravillosa cena junto al personal que estaba de guardia ya que era período de vacaciones por las fiestas, pero la acogida fue de esas que hacen época y me dejó realmente sorprendido.
Cuando llegué a la radio ya estaba a punto de volver a casa, pero la gran locutora cubana Karelys Cusidó me toma al vuelo y me hace la entrevista por sorpresa y poco después llegaba la directora del departamento hispano que me muestra la exposición permanente de la radio y toda la redacción en donde se confeccionan, día tras día, las emisiones en la lengua de Cervantes para todo el mundo. En la exposición aparecen todos los recuerdos que los oyentes de todo el orbe han ido enviando al gigantesco ente radial donde también tienen un inmenso globo terráqueo con miles de cartas de todo el mundo que simbolizan esa hermandad en torno a las ondas hertzianas gracias a la magia que inunda el éter y te engancha al receptor. Que te abran las puertas y te hagan sentirte como si estuvieras en tu casa, no es precisamente algo muy habitual, por ello es algo que hay que resaltar. El buen trato y la calidez humana en un mundo donde lo occidental no es precisamente imperante, es algo que difícilmente se borrará. La calidez de la cena, de aquella inolvidable comida y, tras los postres, los que estaban de guardia a la “pecera” para lanzar al éter las noticias y a preparar el resto de programas ya que, la radio, como cualquier otro medio de comunicación que se precie, no duerme, no descansa.
Tras los abrazos de despedida con un “hasta pronto”, marchaba a la estación de metro cercana para volver al centro neurálgico de la mastodóntica capital de China, mi hotel quedaba frente a la Estación Central de los Ferrocarriles de China, o sea: que el tour operador, sin que yo tuviera ni la más remota idea, me había colocado en una situación privilegiada y tras andas unos veinte minutos desde la estación de metro, de nuevo estaba en el hotel. Todo un chollo para un extranjero ya que, gracias a esa privilegiada ubicación, ello te convierte en un testigo privilegiado en una zona capitalina en constante transformación y nada se parece a la imagen que tenía de Pekín antes de partir de España.
Gracias a la estación de trenes había un bullicio constante [a pesar del frío glacial, también nos cayó una gran nevada] y la mutación del paisaje era constante ante la diversidad de individuos que entran y salen en aquellos inmensos corredores para los más extraños destinos de la inmensa China. Allí mismo pude realizar algunas compras gracias no precisamente a mis conocimientos de chino, sino al siempre mágico mundo de los “gestos”.
La idea de Pekín más próxima la tenía gracias a aquella fantástica película “El último emperador” que recuperé en la Biblioteca para llevarme “algo” fresco antes de llegar al lugar en que se rodó la cinta en aquella inmensa, inabarcable urbe. Todo un universo chino en miniatura, desbordante, dinámico y prácticamente sin tiempo material para quedarte ensimismado.
Lo que más sorprende al viajero es la monumentalidad y el cariño que ponen por conservar su pasado donde algunos rincones son realmente fantásticos y difícilmente uno puede imaginarlos si no los patea. La ciudad en sí misma requiere todo el tiempo que le podamos dedicar y uno nunca acabará de conocerla porque, además, está en constante metamorfosis como podría comprobar dos años después cuando de nuevo sería acogido por la radio, ahora como ganador del concurso “Percibir China” que aún está colgado en la web institucional de la emisora.
En una guía de turismo me encontré esta definición que da en la diana: “Beijing podría calificarse como el “Washington” de China, otra gran arquitectura del ego, un depósito de pompa, sentimiento y orgullo desmedido, la tumba de todas las fantasías y locuras de los mortales que la historia dota con grandeza y nobleza inmortales”. Pero necesitaremos recapitular e iniciar la historia del origen de la capital china.
Hasta la próxima aventura: Juan Franco Crespo.