El Lucero a pleno pulmón: un día de ruta con Teresa


La naturaleza humana tiene una capacidad infinita para superar obstáculos. Teresa Rodríguez López, o mejor dicho Tere, es bien conocida en el mundo montañero por sus hazañas deportivas a pesar de la dificultad que entraña caminar con un solo pulmón, tras haber pasado por la dura experiencia del cáncer. Después de un día de ruta en su compañía no nos queda la menor duda de que ciertos límites existen sólo para traspasarlos.


Teresa Rodríguez López

 Corre ya el mes de junio y el sol calienta a base de bien, pero las primeras horas del día en los caminos desiertos de la Almijara son todavía silenciosas y frescas, con aroma a campo tempranero, a rocío en el romero crecido y la mejorana en flor; un placer que nos recuerda a los tiempos antiguos, cuando el hombre vivía más en comunión con su entorno de lo que lo hace hoy. La mañana está tan bonita que constituye, en palabras de nuestra amiga Tere, un bálsamo para el alma. Y lo dice de verdad: se nota porque una amplia sonrisa, de esas que salen del corazón, subraya sus palabras. Ella nos está esperando de pie con su mochila al hombro a la orilla del camino, dispuesta ya a echar a andar. Hoy subiremos en su compañía y la de su pareja, Miguel, al punto quizá más emblemático de la Almijara: el Cerro del Lucero.

Camino al Lucero que parte desde el Puente Cambril

 Comienza nuestra marcha. Un, dos, tres, cuatro, un paso, otro y otro… avanzamos con rapidez porque el camino que arranca desde el Puente de Cambril es prácticamente llano y muy fácil de andar. Teresa posee unas piernas largas y fuertes, que le permiten progresar a muy buen ritmo -tanto que no es fácil seguirla- y tomar enseguida la cabecera de nuestro pequeño grupo, a pesar de que no conoce este camino. En efecto, es la primera vez que ascenderá a la cumbre del Lucero por los senderos de la Cuesta Parda, el Collado Cacines y Puerto Llano. Pero no es su primera cumbre en ese pico, no: ya ha estado allí, partiendo desde la localidad de Játar y pasando por delante de la puerta de nuestra vieja y queridísima Venta de López.

 El camino se extiende ancho y blanco, colmado de promesas como la vida misma, delante de nosotros. Uno, dos, tres, cuatro… nuestras sombras alargadas nos preceden, el aire comienza a entibiarse, las cumbres de la Almijara se bañan de oro con los primeros rayos del sol. Teresa avanza con paso firme, dejándonos atrás en pocos segundos si nos despistamos haciendo fotografías a una mariposa o nos encandilamos ante la luz prístina de la mañana. Andar un camino es igual que vivir una vida. A lo largo de nuestro trayecto hacia el inevitable destino final encontraremos tramos llanos y asequibles que facilitarán nuestro paso, empinadas cuestas arriba que pondrán a prueba nuestra resistencia y bruscos descensos propicios a una caída; encrucijadas que nos harán dudar hasta de nosotros mismos y enclaves donde querríamos quedarnos para siempre. Tere, animada por las perspectivas del día, toma la palabra para contarnos su experiencia.

  María Teresa Rodríguez López nació hace cuarenta y cinco años en la localidad granadina de Montefrío, y desde que recuerda fue una niña a la que siempre le gustó la actividad física. Bien porque a los seis años fue diagnosticada de diabetes -su primera e inexorable cuesta arriba- y le fue recomendado hacer ejercicio, bien porque simplemente es su naturaleza, ella ha practicado deporte toda su vida y es su firme intención seguir haciéndolo. Pero Tere no fue siempre montañera. Comenzó hace sólo unos años a practicar el senderismo con un grupo de amigos -rutas de bajo nivel, como ella dice- que alternaba con las clásicas visitas frecuentes al gimnasio. Y así se veía ella hasta el día en que se hiciese mayor; no se le había ocurrido ni tampoco necesitaba ir más allá. Pero con frecuencia inesperadas bifurcaciones en plena senda de la vida nos obligan a tomar ciertas decisiones. Decisiones que, en un principio, no entraban en absoluto en nuestros planes. 

Tere respira profundamente, a pleno pulmón, el claro aire almijareño

 Una aciaga circunstancia dio la cara de improviso a comienzos de enero de 2011. Hacía ya un tiempo que Teresa arrastraba un cansancio y una debilidad extraños para ella, siempre tan vital. Pero lo más incómodo era aquella persistente tos seca, inexplicable, que no terminaba de remitir. Tras una larga serie de pruebas médicas y con sólo treinta y siete años, Tere tuvo que armarse de valor para franquear la gigantesca roca que acababa de caer en su camino -el segundo revés de salud de su vida-: el diagnóstico de un tumor carcinoide que se aferraba obstinado a sus bronquios a pesar de ser una chica joven, deportista y que no había encendido un cigarrillo en toda su vida. Separada y sola por aquel entonces y madre de un pequeño de nueve años al que pensó que no llegaría a ver hacerse hombre, Tere vio su mundo caer y hacerse añicos en un instante. Llegó a pensar que antes de sufrir y hacer sufrir a los suyos el calvario de una penosa enfermedad, sería preferible morirse. No obstante en cuestión de días se vio engullida por la vorágine de los hospitales: oncólogos, neumólogos, internistas, anestesistas, cirujanos, enfermeros, quirófanos e incontables pruebas médicas, con el resultado final de una delicada intervención quirúrgica que implicó la extirpación completa de su pulmón izquierdo (neumonectomía) y la perspectiva de una larga y dificultosa recuperación, que seguramente duraría muchos meses.

 Uno, dos, tres, cuatro… Tere asciende a lo largo de la empinada senda de Cuesta Parda hasta el Collado Cacines con tesón y pie seguro, reduciendo la velocidad inicial pero sin perder el ritmo en ningún momento. Después del camino tomamos el sendero, luego vendrá el cortafuegos, tras él un trozo de antiguo carril… Un paso detrás de otro, atenta al pulsómetro sujeto en su muñeca que va midiendo sus pulsaciones y la avisa cuando sobrepasa una determinada cifra, nuestra amiga va desgranando ante nuestros oídos, con una sonrisa que no se borra ni en lo más peliagudo de la pendiente, el relato de su vida. La Almijara también escucha atenta y la estimula a cada paso que da, premiando ese esfuerzo con la belleza de un paisaje sereno y agostado. El Lucero, algo lejos todavía, se recorta nítido contra el cielo, más azul cuanto más avanza el día.



Distintos momentos en la subida de Cuesta Parda

 La intervención quirúrgica resultó ser todo un éxito, a decir de los médicos. Pero para Teresa, postrada en su cama de hospital, los días y las noches pasaban sin solución de continuidad. Sedada hasta el extremo de no discernir el día de la noche, el dolor era su compañero inseparable. Los días, así percibidos, se prolongaban una eternidad: un siglo transcurría entre el amanecer y la oscuridad. El verdadero descanso la esquivaba: se agitaba en un estado de duermevela que la mantenía desorientada las veinticuatro horas del día, durante las cuales le dolía respirar, le dolía toser, le dolía hablar, le dolía reír, le dolía el mero hecho de continuar viva. No obstante, a medida que los días pasaban, Tere comenzó a recuperar las fuerzas. Quiso antes que nada levantarse de la cama y abrazar a su hijo. Lo siguiente era pasear por los corredores del hospital, aunque hasta el más mínimo movimiento requería el mayor de los esfuerzos; aun así no desistió. Se movía muy despacio, arrastrando los pies y sin atreverse a soltarse de la barandilla, pero se movía. Cuando finalmente le dieron el alta y volvió a su casa tomó conciencia de que nadie salvo ella misma podría ayudarla a retomar el hilo de su vida. Ordenó su mente dispersa, coordinó sus pensamientos y atendió a lo que era prioritario de verdad -"mi vida no puede reducirse a esto" se espoleaba a sí misma -: ponerse en pie literal y metafóricamente, e intentar recuperarse de la mejor forma posible.

 Uno, dos, tres, cuatro… la vereda que parte del Collado Cacines nos deja en la explanada de Puerto Llano, un lugar estratégico, rico no sólo en belleza sino también en historia, que conforma el límite interprovincial entre Málaga y Granada y resulta un balcón inmejorable sobre la cara sur de Sierra Almijara. En esta antesala de las pronunciadas rampas del sendero de ascenso al Cerro Lucero hacemos un alto para admirar el panorama -las cumbres almijareñas y la luminosa cinta azul del mar Mediterráneo- y darnos un respiro. El camino, como la vida, nos proporciona cómodas mesetas donde detenerse y reflexionar, con perspectiva suficiente, sobre el trecho realizado y sobre el que aún nos queda por recorrer. Desde Puerto Llano puede apreciarse la zigzagueante y pedregosa senda que culmina en una de las cumbres más bonitas de Tejeda, Almijara y Alhama, que es nuestro destino de hoy. 

Un alto en el bello mirador de Puerto Llano

 Bien; de ahora en adelante, Teresa tendría que aprender a vivir con un solo pulmón. No pasaba nada: lo haría. Ya estaba acostumbrada a pasar por otras vicisitudes. Ahora tenía claro que no quería morirse; le quedaban todavía demasiadas cosas que ver y hacer, la primera de las cuales era cuidar de su hijo. La energía iba volviendo progresiva pero muy lentamente a su cuerpo; descubrió, consternada, que necesitaría mucha más paciencia de la que imaginaba para llevar a buen término todo el proceso. Pero si hay una cualidad que posee Teresa, ésa es la perseverancia -ella lo llama cabezonería-, que resultó crucial durante los primeros meses de su recuperación para no desfallecer en tan duro trance. Comenzaban así las rampas más empinadas de su camino.

 La primera piedra con la que tropezó fue la incomprensión de algunos médicos, que no entendían su empeño en volver a hacer deporte en su nuevo estado, ya que con un solo pulmón su organismo acusaría la insuficiente oxigenación de la sangre (hipoxia). Teresa asentía y escuchaba respetuosamente, pero -sin decir ni pío a nadie- decidió seguir su propio instinto. Sabía que necesitaba caminar; debía caminar. Nueve meses después de su operación se enfrentó a ese desafío. Empezó a poquitos, en soledad, dando cortos paseos por la playa en cuanto tuvo la oportunidad de viajar hasta la orilla del mar, que tanto le gusta. ¿Que una semana podía andar a diario durante cinco minutos seguidos? ¡Bien! ¿Que la siguiente eran ya quince, y la de más allá treinta? ¡Mejor! Así, con una constancia sin límite, sus tiempos de actividad física fueron aumentando paulatinamente, a la par que su capacidad de resistencia. Teresa podía sentir que su corazón volvía a latir con fuerza, sus piernas respondían cada vez mejor y su único pulmón se esforzaba en expandirse. El cirujano que le hacía el seguimiento la instaba a ser prudente. "Debes ir gradualmente y sin forzar, mira que si no puedes seguir te tienes que dar la vuelta", le insistía. Tere, animada por sus progresos pero sin perder la sensatez en ningún momento, continuaba ascendiendo decidida el inclinado repecho que se interponía en su camino, que ya no le parecía tan insalvable. Poco a poco lo estaba consiguiendo.


Ascendiendo hacia la cumbre del Lucero



Desde Puerto Llano arranca la veredilla blanca, excavada a mano en la roca desnuda, que conduce a la cima. Como en tantos aspectos de la vida, desde abajo, antes de poner el pie sobre él, ese caminito parece mucho más difícil de lo que luego es -que a menudo no es tan fiero el león como lo pintan-. Teresa cambia de estrategia: ahora adopta un ritmo decididamente pausado, aunque siempre constante. Y esa constancia es la clave del éxito. Uno, dos, tres, cuatro… sus piernas se mueven al ritmo de un corazón decidido y mucho más fuerte de lo que parece, que late por ende con decisión irrevocable. Sin bajar la guardia para que las pulsaciones no se disparen, nuestra amiga va ascendiendo, no con facilidad pero sí con una eficacia sorprendente. Ahora un descanso de dos minutos, luego un tironcillo más… El sendero va trazando un zigzag perfecto que simplifica la subida y facilita el progreso del caminante. El Lucero, mientras tanto, es generoso en la subida, pues recompensa nuestro afán con un panorama de belleza casi lunar -todo piedra gris y blanca-, austera y solemne. La vereda va quedando a nuestros pies. La cumbre está ya muy cerca.

 Teresa fue valiente y no se dejó arredrar por las circunstancias. Claro que tenía, como todos, días mejores y días peores, pero los buenos fueron superando a los malos. Con el tiempo se atrevió a acometer empresas más ambiciosas. En el año 2014 conoció a Miguel Fernández León, su actual pareja y compañero de rutas, con quien se compenetró a las mil maravillas, y firmemente cogida de su mano cruzó el límite invisible que convierte a los senderistas en montañeros. Poco a poco las montañas más significativas de los alrededores fueron convirtiéndose en sus amigas. El Trevenque, la Maroma, el Lucero, el Veleta… el uno de mayo de 2015 subió por vez primera al Mulhacén, la montaña más elevada de la península ibérica. Teresa lloraba mientras acariciaba el vértice geodésico, al tiempo que ya imaginaba sus próximos retos. Desde entonces muchos han sido sus logros en la montaña y fuera de ella. La Almijara, por supuesto, y junto a ella todos los tresmiles de Sierra Nevada, las cumbres más señaladas de los macizos de Cazorla, Grazalema, Cabo de Gata, Picos de Europa, el camino de Santiago, Pirineos, el tour del Mont Blanc en los Alpes… aparte de actividades en colaboración con la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) como el reto de Los Cinco Picos (Teide desde el nivel del mar, Mulhacén, Aneto, Veleta y Posets); las Ocho Cumbres (las cimas más altas de Andalucía) auspiciada por el Club de Montaña Mulhacén de Granada, e innumerables rutas que realizan Miguel y ella en solitario o compartiendo con amigos. Y lo que les queda por hacer, porque la agenda de Teresa está repleta de planes y compromisos.

A punto de llegar a la cima
Con su compañero en la montaña y en la vida, Miguel
Teresa en la cumbre del Lucero, ganada a pleno pulmón


 Uno, dos, tres, cuatro… Teresa hace cumbre en el Cerro Lucero, por fin. Junto al ruinoso muro de ladrillo que formó parte del puesto que la guardia civil construyó en ese punto estratégico en el año 1948 para vigilar a los guerrilleros maquis, Tere evoca con nostalgia la primera vez que ascendió este pico, hace cinco años; el esfuerzo casi sobrehumano que realizó ese día para llegar al punto donde se encuentra en este momento, al cual llegó deshidratada y casi exhausta. Pero llegó. Porque la constancia y la paciencia son sus aliados, Teresa puede decir, más que muchos de nosotros, que consigue llevar a buen término la mayoría de metas que se propone. La ruta de hoy aún no ha concluido pues nos queda regresar, pero lo más difícil ya está hecho. El paralelismo es evidente: Tere se encuentra en pleno recorrido porque aún no está dada de alta definitivamente -tiene en octubre su próxima revisión médica- pero, como en el camino de hoy, en este momento puede afirmar, y rotundamente además, que lo más complicado ha quedado atrás. Sentada en el muro, con la mirada perdida en el horizonte celeste, allí justo donde la línea del cielo se junta con la del mar, Teresa concluye para nosotros -con emoción a duras penas contenida- su interesante relato, mientras una brisilla proveniente del mar agita su pelo color caoba.

Un alto en cumbre para reflexionar

 "Cada vez que llego a una cumbre me emociono y a veces hasta se me escapan las lágrimas, es algo que no puedo evitar; y es que todo esto muy grande para mí, después de verme tan mal como me vi, y pensando que ya no podría hacer nada. Pasar por la enfermedad me ha ayudado en muchos aspectos, por ejemplo, a conocerme a mí misma al tiempo que a más personas en mi misma situación. Y te sientes bastante menos solo. Sé que de no haber pasado por esto, no habría llegado a hacer lo que hago ahora; me habría limitado a seguir tranquilamente con mi vida, sin plantearme retos de estos ni nada parecido. Es verdad que esta enfermedad me ha restado capacidad física y me ha dejado secuelas que arrastraré mucho tiempo, pero estoy feliz por todo lo que he conseguido a base de mucho esfuerzo personal, no solo físico sino también, y sobre todo, mental. Considero que muy soy afortunada; he conocido a gente en mis mismas circunstancias que no han podido superar la enfermedad; desgraciadamente he perdido varias amigas por esto. Tengo mis limitaciones que serán de por vida, pero lo asumo. La voluntad juega un papel muy importante en la curación no sólo del cáncer, sino de cualquier otra enfermedad. Yo he decidido vivir. "

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 María Teresa Rodríguez López es en la actualidad una mujer muy ocupada. Aparte de su trabajo diario -desde hace veinte años- en el ayuntamiento de Huétor Tájar, de llevar su casa y cuidar de su familia, colabora asiduamente con la AECC en distintas actividades y ha fundado junto con Miguel la Asociación Deporte y Vida Contra el Cáncer, que apoya a pacientes oncológicos en su recuperación con rutas por el campo adaptadas a las posibilidades de cada enfermo, aparte de participar cuando le es posible en eventos deportivos organizados por distintas asociaciones y organismos, reivindicando así el papel activo de estas personas en la sociedad.

Emblema de la AECC en la chaqueta de Teresa

 Después de un rato de reflexiones y emociones compartidas, de charla relajada y fotografía en la cumbre del Lucero, emprendemos el regreso a muy buen paso, ahora capitaneados por Teresa, que vuela inalcanzable en los descensos. Sus piernas se mueven rápida y acompasadamente, imprimiendo al grupo un ritmo de marcha digno del más enérgico de los montañeros. En un rato alcanzamos el Collado Cacines, y prácticamente antes de que nos demos cuenta hemos llegado a Puente Cambril. Justo en el momento de despedirnos, como si fuese una señal de buen augurio, una nutrida bandada de abejarucos sobrevuela nuestras cabezas, llenando el cielo con su colorido y su inconfundible reclamo.

El Cerro Lucero desde Puerto Llano. A su derecha, el Lucerillo

 Teresa ignora qué le deparará el futuro, pero ¿acaso alguno de nosotros lo sabe? Ella, al igual que todas las personas, sanas y enfermas -de cáncer o de cualquier otra dolencia-, todos sin excepción oscilamos a un lado o al otro de una balanza imaginaria que determina nuestra fugaz condición. Hoy estamos a un extremo, pero mañana nuestra situación se puede invertir de forma tajante. No hay garantías, no hay certezas salvo una: somos los afortunados poseedores de esta vida única, preciosa e irrepetible, llena de por sí de gozosas expectativas, que no merece ser vivida a medias.

 Bravo por ti, amiga Tere. Enhorabuena por tu éxito en el tortuoso camino que has tenido que recorrer, y gracias por la inmensa generosidad que has demostrado compartiendo tu experiencia, convirtiéndola en una valiosa lección de redescubrimiento, coraje, superación y optimismo para quienes te escuchamos. Gracias por recordarnos lo que es vivir de verdad, disfrutando al máximo de cada momento; inspirando, como tú dices, a pleno pulmón. 

 Este artículo va dedicado a todos aquellos que se han enfrentado y se enfrentan a la enfermedad -a cualquier enfermedad-, a sus familiares y a los organismos que apoyan su causa.

En la cumbre del Lucero. De izquierda a derecha Miguel, Teresa, Arielle, Mariló y Carlos

 
Para más información:

https://deporteyvidafrentealcancer.org

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https://www.aecc.es/es


 

Escrito por Mariló V. Oyonarte
Fotografías, Carlos Luengo; vídeo, Carlos Luengo y Miguel Fernández