Mi razón esencial al escribir "Azul paraíso" fue ir contra los que un día, por intereses económicos y políticos de varios corruptos, permitieron la construcción de un transvase para llevarse gran parte del agua para regar tierras distantes y no para tierras de Alhama al que pertenecía por nacimiento y curso el río, como tenía y podía haber sido.
"CARTAS ALHAMEÑAS"
Andrés García Maldonado
A Andrés Corsini López García-Maldonado
"El transvase que no debió construirse"
Querido Andrés:
Cuando escribo esta carta se cumplen exactamente seis años de tu nacimiento. Aquel día fue uno de los más dichosos de nuestras vidas, tanto para tus padres como para la abuela y tío Félix-Luis, tu padrino, como lo sería igualmente el de la llegada de Juan Carlos, tres años después, también en el mes de noviembre, y como lo serán, en estos próximos cinco meses, los de José Félix y Luis Rafael, si así acaba llamándose. Como también lo fueron y serán para tus abuelos Juan y Loli y tíos María, tu madrina, Fran, Francisco y Juan Miguel.
Te tenía escrita ya una carta en la que hablo de "los abuelos en mi infancia y niñez", con referencias concretas a Alhama, a ti y a Juan Carlos. En la que te hago ver la diferencia, realmente enorme, en las relaciones abuelos-nietos si las comparamos con las de hoy en día. Ello, en estas últimas décadas, para ventaja de los nietos y dicha de los abuelos. También comento que la inmensa mayoría de los nietos no llegamos a conocer a nuestros cuatro abuelos. Pero pensando en tu sensibilidad, sorprendente para los años que tienes, aunque ya sean seis, he preferido dirigirte una carta acompañándole un relato, un cuento, que escribí hace muchos años, antes de conocer a la abuela Mari Carmen, y que a tu madre como a tito Félix-Luis, desde niños, les encantó siempre, hasta el punto de que está recogido en la publicación "Carmen Elena con carta a Rafael", el libro- recuerdo de la boda de tus padres.
Con tus años, ya se me iban quedando en la memoria aquellos cuentos, leyendas y narraciones que cada día nos contaba mi padre, tras la cena. Aunque te sorprenda, no existía la televisión, no le gustaba la radio de entonces -ya te explicaré por qué- y si le encantaba estar con sus cuatro hijos hablando horas y horas con nosotros, contando cosas de sus infancia y niñez, narrándonos leyendas e historias entre las que se encontraban las muchas que hay sobre tantos aspectos de Alhama y siempre observando y buscando nuestro parecer sobre el tema que comentaba.
Todo esto, sin lugar a dudas, influyó decididamente en los cuatro hermanos. En mí, lo tengo más que comprobado. Jamás he olvidado tantas y tantas historias interesantes, curiosas y aleccionadoras. Muchas de ellas muy populares y célebres, que cada día, durante cinco años al menos, en mi caso que era el menor, fui escuchándole, con aquella voz de perfecta pronunciación castellana, el nació en Toledo y se crió y estudió en Madrid. Todo ello, mirándonos a la cara, como no pasa ahora cuando las familias se ponen a cenar siendo el primer comensal el televisor. Nosotros lo hacíamos en la gran mesa redonda, de camilla como se decía, del comedor con su brasero en las noches del invierno alhameño y, en los veranos, en la fresca entreplanta de la casa y, en tantas ocasiones, ya entrada la noche, por los alrededores de Alhama, especialmente en torno a los lugares del "Salto del Caballo" y, por lo tanto, de la ermita de los Ángeles, donde él nos contaba y hablaba de cosas apropiadas al lugar y a la noche, mientras degustábamos la comida que mi madre con tanto esmero y cariño preparaba.
Como he escrito en la carta que pensaba dirigirte, entre los quehaceres de aquellos abuelos de mi infancia y niñez, estaban los de ser historiadores de la familia y la de cuenta cuentos, dos que mi padre ejerció de maravilla y que creo, como tú confirmarás, que he heredado en alguna medida.
Así, como ya lees bastante bien para tu edad, bien me lo demostraste el pasado verano leyéndome "El gato con botas", gracias a las excelentes profesoras que has tenido y tienes, como son tus queridas "seños" Ana, en estos dos últimos años, y Marta en la actualidad, te envío este relato en este día tan señalado. Primero por ser el de tu "cumple" y, a la par, porque sé que a ti y a tu hermano Juan Carlos os gusta la casa de Alhama -la que afirmas "que es de tus abuelos, tuya y de tu hermano"-, además de por encender las chimeneas y corretear por ella, porque os encanta ver y escuchar al río desde el mirador del salón. Los tajos os atraen, pero el río "siempre caminando" y con su "rumor", que tan sonoramente os llega, es muy atractivo para ambos.
Esta narración, "Azul paraíso", fue y creo que sigue siendo un relato más en favor de ese río, de esa singular naturaleza alhameña y del medio ambiente en general, del que ya te hablan en el "cole" y que hemos de proteger entre todos. Cuando cumplas más años ya te diré más concretamente por qué lo escribí. Ahora tan sólo te adelanto que la razón esencial fue la de ir contra los que un día, por intereses caciquiles económicos y políticos, permitieron la construcción de un transvase para llevarse gran parte del agua del río para regar tierras distantes y no para tierras de secano de Alhama al que pertenecía por nacimiento y curso, como debía y podía haber sido, y así lo planteó, demostró y defendió técnicamente, en los años treinta, tu bisabuelo Inocente, mi padre.
Lógicamente, luego te lo releeré y, en la medida que me sea posible, haré que comprendas el significado del "cuento", el que escribí cuando se comenzó a construir el transvase con su presa que me lo inspiró, en la que a ti y a Juan Carlos os gusta ver los patos cuando vamos a "El Ventorro", y que a continuación te transcribo.
"AZUL PARAÍSO"
I
Había un hermoso río junto a aquel viejo pueblo. Era un río que fecundaba una alargada y estrecha vega. Reducido valle defendido por gigantescos tajos.
La ciudad quedaba arriba, encima de los macizos escarpados. El río vadeaba mansamente aquellos inaccesibles murallones de piedra.
Pocas eran las personas que descendían de la urbe al río. Con asiduidad, sólo lo hacían algunos molineros, un que otro hortelano y una atractiva muchacha a la que todos los vecinos del lugar conocían por Ojos Azules.
Ojos Azules era una belleza de tez blanca de algodón y sus ojos de un maravilloso azul paraíso, profundos y misteriosos. Solía hablar en pocas ocasiones. Cuando lo hacía era para relatar los encantos del río.
Siempre que le era posible tomaba el enredado camino que conducía al pequeño valle. Allí, permanecía horas y horas, sin apartar la mirada de las cristalinas aguas. Su inmovilidad tan sólo se deshacía cuando, asomándose por los horizontes la noche, Se incorporaba para regresar a la ciudad.
La visita de Ojos Azules al río tenía carácter de diaria. Cuando le era imposible bajar, una enorme tristeza le invadía y se consolaba con la esperanza de hacerlo al día siguiente.
Y de esta manera, efectuando su diaria visita, pasaron meses y meses y hasta algunos años. Ella sólo era feliz junto al río, quizá por que se había enamorado de él y, por ello, necesitaba contemplarlo cada día más.
II
Una vez más se impuso el invierno. Ojos Azules, acaso por estar a la intemperie tantas horas, sufriendo las inclemencias de la fría estación, cayó enferma y hubo de permanecer varios días en cama.
Sufría Ojos Azules, más que la enfermedad le hacía padecer el no poder contemplar al río. Probablemente ese deseo de volver a su lado fue lo que hizo que se recuperase con rapidez.
Restablecida ya, corrió hacia el río. No se detuvo, como en otras ocasiones, a observarlo desde aquel pretil natural que coronaba los vertiginosos tajos. Estaba impaciente por volver a verlo de cerca, por oír su murmullo lo mejor posible.
Veloz, sin la más mínima pausa, se dirigió a su lugar preferido. Cuando estuvo cerca de él, tan sólo le faltaba ascender un montículo, dejó de correr y cerró los ojos. No quería ver al río poco a poco, mientras subía la cuesta. Se le apetecía que su primera visión de éste, tras la separación, fuese completa.
Decidió sentarse a tientas. Una vez acomodada, abrió los ojos. Jamás tuvieron estos un abrir tan amargo: el río había desaparecido. Sólo se veían las ya secas piedras de su cauce. Todo se encontraba en el mayor de los silencios, no se oía aquel sonoro murmullo de las aguas.
Al contemplar tan triste panorama Ojos Azules quedó brutalmente sorprendida. Palideció. Empezó a temblar sin poder controlarse. Su mirada quedó clavada en lo que fue el fondo del río. No se explicaba qué había podido suceder. Precipitadamente, se incorporó y comenzó a andar y andar cauce arriba.
Tras caminar un largo rato, un alto muro la detuvo. Su mirada, profunda y apesadumbrada, surcó de abajo a arriba el murallón de cemento. En aquel instante comprendió porqué el río había dejado de fluir.
Estaba allí, encajonado, entre aquellos muros que el llamado desarrollo había levantado para prenderle, para detenerlo para siempre, para esclavizarlo y dirigirlo, para obtener de él mayor rendimiento.
Ojos Azules no pudo contener sus lágrimas. Con un dolor que le mordía hasta el alma, comenzó a llorar. Junto a aquella barrera artificial e infranqueable estuvo varias horas, hasta que la oscuridad de la noche le obligó a volver a la ciudad.
III
Ojos Azules, al siguiente día, averiguó quién era el director de aquella presa. Sin pérdida de tiempo fue a visitarle.
- Vengo a pedirle un favor -le dijo tímida y cabizbaja.
- Usted dirá, señorita.
- Le ruego dejen continuar al río, que no lo detenga ese muro.
El ingeniero quedó perplejo. No sabía cómo reaccionar. Tras unos instantes de incertidumbre le dijo:
- Eso no puede ser, esta presa es necesaria para el mejor rendimiento de tierras secas que ahora serán muy fértiles y productivas.
- ¡Pero es que sin el río yo no podré vivir! -exclamó echándose a llorar.
- ¿Qué le pasa? ¡No me explico que le sucede!... Cálmese y no diga más tonterías.
- No son tonterías -replicó entre sollozos-, ustedes piensan antes en el aprovechamiento y rentabilidad de sus cosas que en los sentimientos de las personas... y de la propia Naturaleza.
- Señorita, creo que no se encuentra bien -dijo el director mientras la conducía hasta la puerta-, hágame el favor de marcharse a su casa.
- Por favor -suplicó-, dejen aunque sea sólo un caudal muy reducido, pero que el río vuelva a existir.
- No puede ser -asentó tajante el ingeniero-, el desarrollo es el desarrollo y ha de continuar.
No permitió el director que Ojos Azules siguiese hablando. Haciendo sonar un timbre entró en el despacho uno de sus secretarios, al que ordenó que se llevase a aquella muchacha.
IV
Pasaron los días. A Ojos Azules cada vez le consumía más la tristeza. Su rostro, que fue el más bello de la ciudad, tornose pálido y seco. Sus pupilas, que en otro tiempo brillaron con maravilloso azul paraíso, se apagaron.
Durante el día permanecía encerrada. Cuando entraba la noche volvía al recodo desde el que, durante tanto tiempo, había contemplado al río. Allí pasaba horas y horas, llorando en silencio y a solas la ausencia del río.
De esa manera transcurrieron varias semanas. Y una noche, helada y desapacible, Ojos Azules murió en aquel mismo paraje en el que tantas veces cumplió su cita con el río, con su encantador y majestuoso río.
Al mismo tiempo que Ojos Azules daba su último suspiro, un estrepitoso ruido se hizo oír en todo aquel contorno: el río, sacando todas sus reservas naturales, extrayendo las aguas de todos sus manantiales, había hecho reventar la presa en miles de miles de pedazos. Y entonces, ya libre, se desbocó cauce abajo -por donde, desde la noche de los tiempos, jamás había dejado de pasar hasta que llegaron los hombres que lo aprisionaron- dirigiéndose, arrollando todo lo que encontraba a su paso, hacia donde se encontraba el cadáver de Ojos Azules.
El río con un caudal inmenso, formaba un estruendo aterrador que, a todos los vientos, lanzaban los ecos interminables de aquellos colosales tajos.
Así hasta que divisó el cuerpo de la joven. Entonces dejó de rugir y un armonioso murmullo de pena, como si fuera un canto fúnebre, invadió la atmósfera.
Durante esos instantes permanecieron todas las aguas concentradas junto al cadáver, como abrazadas a él. Tras esto, tomando a Ojos Azules, volvieron a encauzarse y, velozmente, corrieron hacia el mar.
V
Dicen que Ojos Azules, desde entonces, se encuentra en el paraíso de las profundidades marinas, junto a su río que abandonó para siempre aquellos lugares de la presa dejándolos desolados, áridos y tristes.
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Queridísimo Andrés Corsini, ¡feliz cumpleaños! Y sigue siendo como eres, "un muchacho" maravilloso e indiscutiblemente excelente. Como "Ojos Azules" mantén siempre tus afectos y sé tolerante, aunque firme en tus convicciones cuando sean sinceras y buenas. Jamás dejes de beneficiar a los demás. No importa que algún compañero te quiera acaparar y te diga que no juegues con otro, tú sigue jugando con todos, para eso eres tú, uno de los pocos que siempre, y eso que acabas de cumplir seis años, en tus señaladas celebraciones quieres que estén todos tus amigos.
Crees que sabes cuánto te quiero y, con el paso de los años, te darás cuenta que, lo mismo que a Juan Carlos así como a los que vienen de camino, es mucho, pero muchísimo más, de lo que piensas y puedes alcanzar a comprender ahora. He tenido la suerte de que algunas cosas, como calles, como tú dices cuando pasas por una de ellas en Alhama o Rincón de la Victoria, lleven “nuestro nombre”, pues, siempre con mi inmensa gratitud a esas ciudades y entidades, mi mayor satisfacción, como decías hace tiempo, es que “tengo el mismo nombre que tú”.
Claro está que te queremos muchísimo todos, incluida la tita Liz, a la que así denominaste nada más verla junto al tito Félix-Luis el día que vino por primera vez a casa y la conociste, cuando tú tenias dos años y medio.
Besos para todos, comenzando por el travieso y cariñoso de nuestro Juan Carlos.
Tu abuelo.