A Juan Carlos López Garcia-Maldonado. “Los Reyes Magos que tan injustos fueron”



 Los Reyes Magos los esperábamos con enorme ilusión, pero había muchos niños, excesivamente demasiados -con que uno sólo se quedase sin ellos ya era injusto-, que el lugar donde vivían jamás fue visitado por sus “augustas majestades”. Procuremos, en la medida de nuestras posibilidades, que esto no pase ahora.

“Cartas alhameñas”
Andrés García Maldonado
A Juan Carlos López Garcia-Maldonado
“Los Reyes Magos que tan injustos fueron”

Querido Juan Carlos:

 A tus tres años, la noche de Papá Noel, al verte entre emocionado y sorprendido cuando viste tu bici, me hiciste retornar muchísimos años. También en años anteriores, como en éste, Andrés Corsini, ya con seis años, ha venido haciendo que vuelva a mi infancia y niñez.

 Esta noche para vosotros se va a convertir en mágica e inolvidable. Tú ya sabes, los has visto esta misma tarde por las calles de Málaga, que están aquí y que os traen regalos. Andrés lo ha experimentado en estos últimos años de una manera maravillosa. Ahí está la foto de hace tres años contemplando su paso por calle Larios. Cuando el Papa Benedicto XVI afirmó que no proceden de Oriente, sino de lo que era el extremo Occidente cuando nació el niño Jesús, Tartessos, nuestra Andalucía.

 Sois buenos niños, muy cariñosos, muy buenos amigos, cumplidores en el colegio, aunque una que otra travesura no os falta, siempre de poca monta. Tenéis la dicha de que os queremos muchísimos, vuestros padres, abuelos, tíos y alguna persona más. Hasta el punto que todos han escrito cartas a los Reyes pidiendo que os traigan algún juguete. Sí, sabemos que, pensando en los que nada tienen y nada van a recibir, es toda una injusticia; algún día, más pronto que tarde os daréis cuenta de ello, pero las personas somos así. La inmensa mayoría, solemos ir a lo nuestro, y en esta caso vaya que sí sois “lo nuestro” y que Dios y los desfavorecidos nos perdonen. Por supuesto, menos justificaciones y hagamos algo por los demás, en estos casos no cuesta tanto.


 Cuando yo tenía vuestra edad y algunos años más, hubieron de pasar muchísimos, para que Papá Noel, menos aún con la denominación de San Nicolás o Santa Claus, bajase hasta estas latitudes. Lo desconocíamos por completo y los Reyes Magos se olvidaban, año tras año, de una gran parte de los niños menores de nueve o diez años. Nuestro amigo lector, constante y animador de los que nos permitimos contaros nuestras cosas, como es Pepe Espejo Espejo, ya nos ha dejado claro testimonio de cuánto tiempo tardaron los Reyes Magos en poder venir para la inmensa mayoría de los niños.

 Estos días, preguntando a veinte alhameños nacidos entre 1950 y 1960, diez no supieron jamás que fueron unos “Reyes Magos” para ellos, uno supo de ellos en dos ocasiones, otro -muy conocido por todos nosotros- sólo recibió un camión en una ocasión, seis un sólo juguete cada vez y dos hasta más de uno.

 Había dificultad para muchas cosas necesarias, hasta para subsistir. Muchísimas familias no contaban con la más mínima posibilidad de que su niño recibiese un regalo. Las ganas de conseguirlo nunca faltaron, pero la cruda realidad se imponía. Muchos no tuvieron el gran caballo de cartón y tantas niñas la muñeca esperada. Padres y madres demostraron su destreza para hacer un juguete casero, con madera, cartón, lata o cualquier otro material. Cacharros que con la creativa imaginación de los niños de aquellos años -no olvidemos que la necesidad desde la noche de los Tiempos ha venido a ser la madre de todos los inventos- se convertían en juguetes inigualables.

 Tuve la suerte de que mi padre escribiese muy bien y enviase bonitas cartas a Melchor, Gaspar y Baltasar. Eso sí, que recuerde, los Reyes, solían traer un sólo juguete por niño, algunos caramelos y, ya a partir de los ocho o nueve años, un libro apropiado para nuestra edad.

 La Cabalgata tampoco existía, dado que los Reyes Magos, cumplían su misión gracias a las facultades extraordinarias que poseen, pero no había ni costumbre ni medios para que recorriesen las calles de Alhama, ni ningún otro lugar, salvo algunas capitales, como veríamos semanas después en el “No-Do”.

 Cuando nos levantábamos el Día de Reyes, raudos acudíamos al balcón y mirábamos por entre los cristales. Recuerdo que lo dejado se encontraba cubierto por una saca o algo similar para protegerlo de la escarcha.


 Nuestros padres nos abrían el balcón y nosotros nos lazábamos a ver qué respuesta había tenido nuestra petición. Las más lejanas mañanas de Reyes que recuerdo con toda nitidez son tres. La primera, recibí lo que solicité, un magnífico rifle, imitando al fusil de repetición “Winchester” -la película “Winchester 73” me encantó-, con sus balas de corcho estuve “eliminando” sioux, comanches y apaches por toda la Placeta y el Paseo, parapetándome sobre todo en el pretil de los “bollaos”. La segunda vez fue una sorpresa, no recuerdo que había pedido, pero lo que recibí fue bastante más, un carruaje mixto con compartimento para personas y plataforma de carga, con seis caballos con sus guarniciones y con un buen número de toneles de cerveza “El Águila” y sacos de harina “La madrileña”, que hubo de ser traído desde Madrid. Llamó la atención cuando lo pasee por los mismos lugares en los que el año anterior no deje un indio vivo. La tercera y última vez, que ya pocas dudas me quedaban de quienes eran realmente los Reyes Magos, aunque lo disimulaba por si acaso, con nueve años, fue una hermosa espada parecida a la “Excálibur” del rey Arturo, con la que soñaba despierto tras ver la película “Los caballeros del rey Arturo”, los de la mesa redonda.

 Desayunábamos todos llenos de alegría, sin pensar, claro está, cuántos niños no recibían absolutamente nada. En Alhama no recuerdo ver juguetes en las tiendas, pienso que alguna de estas los traería de Granada en las vísperas, haciéndolo en su mayoría por encargo. Mi padre aprovechaba su viaje casi semanal a Granada y, en el año del gran carruaje a Madrid, para cumplir con lo encomendado por los Reyes Magos.

 Hacia las doce de la mañana, muchos de los que habíamos recibido juguete salíamos a jugar con el mismo y a enseñárselo a los amigos. Algunos de los que nada había recibido venían también a los paseos. Estaban acostumbrados -diría que hasta mentalizados- a esta injusta situación, “contentándose”, en tantas ocasiones, con tan sólo compartir unos instantes el juego de un amigo o conocido, si ello era posible por la amistad que ya existía y si lo permití el sentido de posesión que se tiene en esos años por parte del menor.

 Después, a partir de los diez años, ningún juguete más. Lógicamente, como ya sabía quiénes eran estos monarcas, comprendía con toda naturalidad y sin la menor tristeza o trauma que nada había de esperar. La vida era así y así la aceptábamos.

 No sé si hubo algo de “revancha” a todo esto cuando comencé a escribir cuentos, sobre todo en 1967 con “Rey de bondad e ilusión” con aquel final:

 “… Al intentar incorporarse para abandonar la ventana perdió el equilibrio y se precipitó sobre el patio, tres pisos más abajo.

 Sólo un grito, que se perdió en las oscuridades de la noche del hombre, se escapó del dolor de Gustavo. Como llamadas por aquel grito acudieron al patio, donde yacía ya sin vida Gustavo, tres estrellas, tres luminosas estrellas que se desprendieron del firmamento y que, al pisar el cemento del suelo, se convirtieron en tres ancianos de mirada paternal y cariñosa.

 Eran los tres Reyes de siempre -los que muy bien saben que a Dios se le busca y sólo se le encuentra en el amor a los demás- que del Cielo descendieron para acompañar al Paraíso Eterno el alma de aquel reyecito que lo fue por bondad e ilusión”.


 Cuando muchos años después leían estos cuentos tu madre y tío Félix Luis, y bastante niños más, me decían: “que estaban bien, pero que les dejaban tristes”. Cuando tu madre cumplió dieciocho años, le escribí “Carmen Elena” donde, asociando todas estas narraciones, las convertí en una nueva en la que se salva la situación dando vida eterna a todos los protagonistas que habían tenido un final infeliz. Gustó tanto esta solución que el libro fue utilizado de lectura en un colegio, en este caso, gracias a un buen amigo mío que se llama Antonio Arenas. Pero no modifiqué ninguno de estos cuentos aisladamente.

 Hoy, porque he experimentado que la vida cuando lo queremos conseguimos mejorarla en algo para los demás, he decidido darle otro final a aquel cuento. Dentro de unos años lo leerás, como ya lo va a hacer Andrés Corsini, como también lo harán los que están ya llamando a la puerta de la vida, José Félix y Luis Rafael, como muchos otros niños que lo deseen, aunque vaya dirigido para muchas personas más que hemos de evitar las consecuencias tristes e injustas de los anteriores.

 Este final estoy seguro que os agradará más, bastante más. Pero no olvidéis lo que se decía en el otro de que a Dios, como a nosotros mismos, se le busca y nos hemos de encontrar en el amor a los demás, al menos, en el respeto a todos y haciéndolo mejor con quienes nos necesitan, sin esperar nada a cambio.

 Queridísimo Juan Carlos mañana será el primer día de Reyes Magos que vas a vivir dándote cuenta que es algo fascinante. Cada año lo esperarás con mayor ilusión, después, cuando pasen muchos años, lo recordarás y celebrarás como algo que jamás pierde su hechizo porque, simple y llanamente, es el inigualable encanto de la infancia y primera niñez, la tuya, la de Andrés, la de todos los niños, la que nos llena la vida y el alma, la que embelesa nuestros corazones.

 Muchos besos para todos, comenzando por ti y por Andrés Corsini, y hasta mañana, que tendremos que madrugar a pesar de ser fiesta, porque el inquieto e impaciente de tu hermano te despertará a ti el primero, a tus padres inmediatamente después y, a continuación, habrá toque de generala “en ésta nuestra comunidad”, todo ello no mucho más tarde de que haya amanecido.

Tu abuelo, Andrés.

 

REY DE BONDAD E ILUSIÓN

 La frase sacramental y tradicional de todas las noches volvió a ser pronunciada. Tras la cena, el padre de Gustavo dijo a éste y a su hermanita lo que aquella noche no querían escuchar.

- Niños, ya es hora de irse a dormir.

 Gustavo y Pili, nombre de la pequeña, al oír tal indicación no se dieron por enterados. "Aquella noche era extraordinaria, en nada parecida a las demás. Los padres debían de tenerlo muy presente", pensaba Gustavo. Hacía varios días que éste y Pili esperaban, más que sobrados de impaciencia, la llegada de los Reyes de Oriente y, precisamente, cuando tan suspirado acontecimiento iba a realizase: ¡Trum!, las palabritas de rúbrica, "Niños a dormir".

Lo de fingirse sordos no les valió para sus propósitos. Querían ver en persona a los únicos reyes que preocupan a los niños. Por fotografías y grabados ya los conocían y, aunque les intimidaba un poco Baltasar, la curiosidad de ambos era más fuerte que el temor que sentían. En aquella ocasión, tanto como los juguetes, les interesaba ver a sus augustos donantes.

- Gustavo, Pili, ya es hora de dormir —volvió a repetir el padre y, observando desconsuelo en los rostros de los niños, insistió con cariñoso y persuasivo acento— debéis acostaros, pues si los Reyes se enteran que los estáis esperando jamás os volverán a dejar nada, ni este año ni los muchos que vienen.

 Tal razón fue un jarro de agua fría para el vehemente deseo de aquellos chiquillos. La ilusión de ver cómo los Magos se subían al balcón para dejar los juguetes caía por tierra. Gustavo pensaba: "Mira que son caprichosos estos señores que tantos juguetes regalan, dejan con media vuelta de narices a los que les aguardamos...".

 ¡A la cama! Pensaban ambos con una resignación poco infantil.

 Tras despedirse de sus padres, se dirigieron a sus respectivos dormitorios pero, antes de entrar en ellos. Comprobaron que en el balcón del recibidor continuaban los zapatos que habían colocado momentos antes de la cena y que, estaban seguros de ello, detendrían el paso de los de Oriente.

- Vámonos, vaya que vengan y nos vean aquí -dijo Gustavo a su hermana.
- No, vamos al "cuarto viejo" —replicó ella.
- ¿Al "cuarto viejo'? ¿A qué?
- Para ver si Rosa ha puesto algún zapato.

 Se trataba de una amiguita que vivía en un piso de la misma planta de la casa y con balcón asomándose a la vivienda de estos pequeños.

Silenciosos penetraron en el cuarto, iluminado por un rayo de luna. Miraron por los cristales de la ventana: en el estrecho balcón de la pequeña Rosa no había nada.

- ¡Pobre Rosa!... Los Reyes no le dejarán ningún juguete.
- ¿Por qué? -preguntó Pili sorprendida.
- ¡Tonta!... Porque los Reyes Magos pasan de largo por los balcones vacíos.
 - Pues mira tú lo que son las cosas, a Rosa le tenían que traer muchos juguetes pues su papá se fue a un país muy lejano hace mucho tiempo y a su mamá la veo llorar cuando habla con mamá y papá.

 Despidió Gustavo a su hermana. Se acostaron. Él decidió no dormirse hasta que se dejasen oír en la noche las doce campanadas, hora exacta en la que los Reyes Magos comienzan a recorrer el mundo.

 Esfuerzos inauditos tuvo que hacer para no quedarse dormido. Sentía desde su lecho el tic-tac del reloj del pasillo y, muy de tiempo en tiempo, las campanadas de los cuartos, medias y enteras horas.

 Nervioso e inquieto, tras un riguroso examen de conciencia, se encontraba digno de merecer el regalo de los magnánimos Reyes. En el colegio había ganado uno de los primeros premios de aplicación y, en su casa, no había hecho durante los días de vacaciones ni una sola travesura. Decididamente, los Magos pondrían junto a sus zapatos la tan deseada bicicleta. Lo único que nublaba su alegría total era el pensar que Rosa no había puesto sus zapatos. "¿Cómo se le había podido olvidar a su amiguita, siendo tan despierta, el colocarlos?".
.
..Tan, tan, tan. ¡Las doce! ¡Bendito sea Dios! ¡Aleluya! Había llegado la hora tan deseada. Aún no se había desvanecido el eco de las campanadas, cuando Gustavo creyó escuchar un ruido extraño que partía del balcón donde estaban colocados los zapatos. El temor de que su curiosidad podría echarlo todo a perder le retuvo en la cama.

 Transcurridos unos minutos, que para él fueron siglos, saltó de la cama y andando de puntillas salió al pasillo. Temblando de ansiedad se acercó al balcón. Al mirar no pudo contener una expresión de júbilo: ¡Le habían echado la bici!

 De buenísima gana hubiese abierto el balcón para cogedla. Pensando que sus padres le sorprendieran en flagrante delito de desobediencia, no se atrevió a hacerlo.

 Retornaba lleno de gozo a su habitación cuando volvió a acordarse de Rosa: ¿Habrían pasado los Reyes por su balcón sin dejar un recuerdo de su bondad?

 Entró en el "cuarto viejo", habitación donde se amontonaban toda clase de trastos, se acercó a la ventana y su rostro, con suavidad, chocó contra los cristales. El balcón de Rosa permanecía desconsoladamente vacío.

 -¡Pobre Rosa! –dijo-. Los Reyes han pasado sin acordarse de ella. Si yo les hubiese visto les habría gritando: ¡Eh!, ¡amigos de los niños! que ahí vive una muchachita muy buena que no tiene a su papá en casa.

 Pensativo abandonó la ventana. Al cruzar por aquella habitación de viejos trastos, sus ojos fueron a fijarse en Crepú, una hermosa muñeca de su hermana, sobre la que caía de lleno una caricia de la luna.

 Tras meditar un poco, cogió a Crepú; lentamente abrió la ventana, alargó el brazo todo lo que pudo, intentó colocar la muñeca en el balcón de Rosa. No alcan-zaba.

 Entonces decidió subirse a la barandilla del balcón. Así lo hizo. Una vez arriba y no con pocas dificultades, extendió nuevamente su brazo. Mucho tuvo que avanzar su cuerpo para poder colocar a Crepú en el balcón de Rosa... ¡Al fin lo logró!

 Al intentar incorporarse para abandonar el lugar- perdió el equilibrio y se precipitó sobre el interior del estrecho balcón de Rosa. Chocando contra la puerta del mismo se produjo un golpe que resonó en toda la planta.

 A los pocos instantes se abrieron las dos hojas del balcón. Allí se encontraban la madre y el padre de Rosa. Igualmente se abrió el balcón de su casa que daba a este patio interior, apareciendo sus padres.
 Extrañados y preocupados al observar a Gustavo caído en el balcón, exclamaron.

- ¡Dios mío! ¡Gustavo! ¿Qué haces ahí? -y salieron corriendo para la casa de los vecinos.

 Gustavo estaba aturdido, aunque tan sólo le dolía un poco un hombro. Había sido más el susto de la caída que el mismo golpe que se había dado. Se encontraba sorprendido por ver en casa al padre de Rosa. Después de tanto tiempo había vuelto del lugar lejano, pensó.

 Ante sus padres y los de Rosa, por cierto la madre de ésta estaba sonriente, se explicó. Dijo porque había sucedió todo y como había estado muy triste al ver que Rosa no recibía nada.

 A esto, sonrientes y emocionados, el padre de Rosa le dijo qué, como médico, había estado en África curando a personas que lo necesitaban. Que enfermando muy gravemente, lo trajeron a un hospital de la ciudad. En el que estuvo cuarenta días, curándose milagrosamente. Habiendo recibido el alta la tarde de aquél mismo día víspera de Reyes Magos.

 La madre de Rosa, con lágrimas de alegría -que también las hay-, no dejaba de acariciar a Gustavo y decirle “que era un verdadero reyecito por bondad e ilusión”. Indicándole a continuación que Rosa sí había puesto sus zapatos antes de irse a dormir. Eso sí, que lo había hecho esta vez en el balcón del otro lado de la casa.

 Cogió de la mano a Gustavo y diciéndole: “Por cierto, vamos a ver si los Reyes le han traído algo”, le llevó hasta dicho balcón. Cuando lo miró Gustavo, vio que había varios paquetes de distinto tamaño.

 Con gran júbilo, repuesto totalmente del golpetazo, exclamó Gustavo todo dichoso: “¡Sí, los Reyes se han acordado de Rosa!”.

Antigua Bezmiliana, 5 de enero de 2015.