A Miguel Castillo Castro. “Interés por las excavaciones arqueológicas”

 

 Siempre se ha dado un particular interés en los alhameños por las cosas propias de nuestro pueblo, participando y poniendo de manifiesto bastantes personas su gran generosidad en ello. Un de ellas ha sido Miguel Castillo Castro y uno de los temas por los que se ha desvivido: las investigaciones arqueológicas de las cuevas alhameñas.

“Cartas alhameñas”
Andrés García Maldonado
A Miguel Castillo Castro
“Interés por las excavaciones arqueológicas”

Querido Miguel:

 Como en cada una de estas cartas, me dispongo a escribirte ésta con el sincero cariño que en todas ellas he puesto. Pues, ante y sobre todo, se trata de personas que jamás dejaré de querer y apreciar. Ahora bien, en esta misiva sabes tú que no puedo, ni quiero, evitar un paralelo sentimiento emocional que también se aviva en mí cada vez que surge tu nombre.

 Los años que nos separan por nuestros respetivos nacimientos, hicieron que fueses primero y para siempre uno de los mejores amigos de mi inolvidable hermano Felipe. Después, por esta misma amistad y la existente entre nuestras familias, la mía con tu hermano Juan desde la infancia, tu talante abierto y campechano, tu conocimiento y singular vocación por la Historia de España e interés mutuo por todas las cosas de Alhama, cuando tan sólo tenía yo diecisiete años y tú once más, ya me distinguías con tu amistad.

 No sé con cuantos años, pero desde que a uno se le van quedando en la memoria hechos y vivencias, os recuerdo a ti y a Felipe juntos. Erais de la misma edad, él nació el 12 de abril de 1937 y tú, dos meses y nueve días después, en la víspera de nuestra Feria de San Juan, el 23 de junio. En multitud de ocasiones con vuestras bicicletas para uno u otro lado. En tantos momentos dándonos un paseo a los que éramos hermanos más pequeños y eso que resultaba harto complicado e incomodo, al tratarse de bicicletas de carreras. En Alhama pocos por aquellos años cincuenta, creo que nadie, hizo más kilómetros que vosotros con las mismas, salvo nuestro histórico ciclista Antonio Jiménez Quiles.

 Para aquel tiempo y edad, sorprenden vuestras continuas proezas ejerciendo el ciclismo. Os hacíais en mediodía una ida y vuelta a Granada, u os veníais a pueblos malagueños, de la Axarquía sobre todo, para participar en las carreras de ciclistas, generalmente de cintas, que se organizaban en estas poblaciones con motivo de sus ferias o fiestas patronales. Llegabais haciendo un montón de kilómetros, os inscribíais y rara era la vez que no os hacíais con los primeros galardones. Después, tras la celebración, la vuelta al pueblo en el mismo día, subiendo toda la Cuesta de Santana y cuanto fuese necesario.



 Tú, concretamente, ¿cuántas veces viniste a Málaga a ver a tu hermana Mari Carmen cuando estaba estudiando en "Las Teresianas"? La visitabas, la sacabas del colegio a dar un paseo e invitabas a helado y, si las horas de luz lo permitían, volvías a Alhama. Si se te echaban las horas encima y se acercaba el atardecer, la solución era esperar al amanecer durmiendo en un banco del acogedor Parque de Málaga. Que por ciento, en los últimos meses de primavera y los de verano, no se duerme mal, ni mucho menos, teniendo por techo el estrellado firmamento. Experiencia que yo no he olvidado, además de en la era de la "Fuente del Águila" y de "La Cuesta de Loja" cuando era niño, en bancos de la Plaza Mayor de Madrid, compartiendo permiso militar sabatino con mi buen amigo y paisano Paco López Moldero y, después, en las terrazas y jardín de mi casa con mis hijos y sobrinos en noches estrelladas de agosto.

 Como digo, amigos inseparables tú y Felipe, en aquellos primeros años de juventud, tú pusiste algo más de sosiego, no por casualidad, te conocíamos y nombrábamos todos como Miguel de la Paz; sí, ya sé que era por la denominación del bazar-comercio de tus padres, los inolvidables Miguel y María Angustias, pero algo hubo de coincidir dada tu consustancial disposición a la concordia entre todos. Mientras mi hermano, inquieto e imparable, se metía en situaciones que, en alguna ocasión, pudieron ser hasta impropias de vuestra edad. Aunque luego, pasados unos años, cuánto te alegraste tú de ello, demostró la valía e inteligencia que siempre tuvo y de qué manera, a partir de los diecisiete años.

 Tú, querido Miguel, inteligente, constante y responsable, con tan sólo catorce años, ya entraste en el Banco Central, el único existente en Alhama en aquella época. Comenzaste de conserje y, pocos años después, compaginaste ese trabajo con llevar la contabilidad a las tiendas de Álvaro y Antonio Molina, “Hijos de José María Molina Maldonado”, quizá una de las tres empresas con más movimiento económico en aquella Alhama de los años cincuenta.

 Os llegó la hora de hacer la mili y, precisamente, no os tocó ir al mismo regimiento ni ciudad. Tú, a Marina -donde se servía dos años- y tras pasar por Vigo, te embarcaron en el "Martín Alonso Pinzón". Acabaste tan harto de la alta mar que jamás has vuelto a subirte en un barco, y mira que tus hijos, María del Carmen y Miguel Ángel, han querido con tanta insistencia que tú y Marina hagáis un crucero por el Mediterráneo, que suele ser una verdadera delicia, y nada. Felipe, a Infantería, primero a Las Palmas de Gran Canarias no más de dos meses y, acto seguido, a la guerra de Sidi Ifni, donde pasó la Nochebuena de 1958 pegando tiros. Por supuesto, jamás volvió tampoco por allí.

 Pasaron los años y fuiste ascendiendo en el banco, siendo ya en 1972 interventor y, unos años después, director para nuestra comarca. Dedicando tus horas libres a tu familia, a tu amor a la Historia de España, a la misma de Alhama y también a la pintura. Desde niño has dibujado y pintado con acierto. Ahí está el hecho de que cuanto en Málaga te matriculas en una academia de pintura, al mes la dejas porque lo hacías mucho mejor que la profesora que te daba clase.



 Siempre te encantó Alhama y la has querido y la quieres con verdadero sentimiento, pero pensando en los estudios y, en definitiva, en el porvenir de tus hijos, iniciada la década de los ochenta, decides pedir traslado a Málaga, donde llegas como director de una importante sucursal y, después, serías nombrado apoderado de zona hasta tu jubilación.

 Pero ahí estuvo siempre constante tu vinculación con nuestro querido pueblo, volviendo a Alhama siempre que te era posible, muchos fines de semana, y manteniendo tu casa en tu natal calle Arquillos. Vivienda en la que tantas horas pase de mi infancia y primera niñez jugando con Juan. Hasta llegamos a organizar en la misma una “academia”, en la que algunas mañanas de domingo impartíamos breves clases de lectura y primeras letras a niños a los que no llevábamos más de dos años.

 Sé del aprecio que te tenían mis padres y hermanos Juan Manuel y Félix Luis, además del total de Felipe. Creo que tú y otros dos amigos más vuestros, en aquella edad de jóvenes, eran los más queridos por mi padre.
Así, cuando se llevaron a cabo las importantes excavaciones arqueológicas del otoño de 1957 en Alhama, en las horas que tenías libres, compartiste la función de Felipe de “auxiliar de campo del equipo arqueológico”, como lo designaron los miembros del mismo. Cuánto te gustaba esto de estar en primera línea de los hallazgos que se iban consiguiendo, como años después te sucedería con las excavaciones que se llevaron a cabo en relación con los dólmenes del Pantano de los Bermejales, con los trabajos del profesor Antonio Rivas, renombrado arqueólogo granadino, con la misma cueva de los Molinos, etc. Así, no es de extrañar que tu hija Mari Carmen haya llevado cabo tan importantes y fructíferos trabajos científicos de investigación arqueológica sobre distintos y transcendentales yacimientos de nuestra comarca, de los que nos hemos beneficiado, y seguimos haciéndolo, los que escribimos sobre la historia de nuestra tierra.

 Concretamente, el diario “Ideal”, el 1 de diciembre de 1957, meses antes de la muerte de mi padre, bajo el título de “Las cuevas de Alhama de Granada y de la Sierra de Harana van revelando sus secretos prehistóricos”, publicaba una amplia información al respecto, la que, sabiendo lo que te agradará recordar todo aquello, adjunto a esta “Carta Alhameña”.

 Como recordarás y en varias ocasiones me has comentado, mi padre, como tú puedes atestiguar como pocos -entre otras razones por la prodigiosa memoria con la que siempre has contado y sigues teniendo-, preocupado constantemente por todas las cuestiones alhameñas y en especial por su historia, fue el que prestó una gran y generosísima colaboración al equipo de excavaciones arqueológicas que llevó a cabo, en aquellas fechas, los trabajos en las Cuevas del Agua y de la Mujer, atendiéndolos en nuestra casa, que se convirtió en "cuartel general" de todo aquello, donde todos fueron sucesivamente invitados a almorzar y cenar y, tras las comidas, pasaron largas y gratas horas, sin percibir mi padre absolutamente nada y eso que los medios económicos no le sobraban.

 Creo Miguel que no me equivoco, eso lo observarías tu bastante mejor por la edad que tenías, aunque yo baje al lugar de las excavaciones casi todas las veces que lo hizo él, una vez al día al menos, que el tiempo que duraron aquellos trabajos, bastantes días, fueron de los momentos más dichosos, culturalmente hablando, que vivió en Alhama y eso que hubo de haber bastantes más, sobre todo en los años que se dedicó a ordenar el Archivo Administrativo Histórico Municipal o a dar charlas sobre aspectos históricos y geográficos en general y, en especial, relacionados con Alhama, algunas mañanas de domingo, en el “Cinema Pérez” totalmente abarrotado de personas, así como los recorridos por la ciudad árabe tras la misa mayor actuando de guía artístico-histórico para muy diversas personas.

 La crónica de “Ideal”, como ahora recordarás, venía a concluir con las siguientes palabras “…Refiriéndonos a Alhama, hemos de señalar la ayuda desplegada en todo momento y el interés demostrado por don Inocente García Carrillo, abogado y administrador de Correos de aquella ciudad, y por su hijo”. Se refería a Felipe, que igualmente se entregó, contando también contigo en aquellas horas que tenías libres.



 De todo aquello, además de recordar la estancia de profesores y reuniones en mi casa, tenía ya nueve años, recuerdo dos hechos en particular, además de lo que me impresionó ver los hallazgos que se produjeron en la cuevas, sobre todo el de un esqueleto con más de cuatro mil quinientos años.

 Uno, el de la noche de llegada del equipo, cerrada y lluviosa, llamaron a la puerta de la casa de la calle Fuerte donde vivíamos y me tocó bajar a abrirla, desde la salita de estar, en la segunda planta. Puerta grande y pesada, de dos hojas, abrí la correspondiente y vi a alguien con abrigo oscuro y sombrero bien encajado. Era el tiempo en el que el miedo me invadía porque no se me iba de la mente el malvado criminal Henry Jarrod, el profesor escultor de figuras de cera de la película de terror “Los crímenes del Museo de Cera”. Cuando aún no había abierto del todo la puerta, sin pronunciar palabra, rápidamente la cerré pegando un portazo y salí corriendo hacia arriba: quien vi, se me imaginó el temido asesino. Bajó mi padre y resulta que era don Martín Almagro, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Madrid, relevante figura en el ámbito científico internacional, como recogía después “Ideal”. El otro recuerdo, observar una tarde, en el despacho de mi padre, a una de las profesoras ayudantes del equipo hablando con él, sin dejar de llorar y mientras no dejaba de beber menta, se tomó casi una botella, copa tras copo. Felipe me contaría años después que la referida y joven profesora se llevó un gran rapapolvo por una negligente actuación que tuvo en la tarea que estaba realizando, hasta el punto de que tuvo que volver a Granada. La verdad, son cosas que no se olvidan.

 A ti siempre te atrajeron todas estas cuestiones, lo que te llevó a estar atento siempre a cualquier actividad que, en este orden de cosas, tenía lugar en Alhama. Como a participar en aquellos “descensos” y recorridos subterráneos- que organizabais en cualquier cueva o sima de toda nuestra comarca. Comenzando por la histórica y siempre llena de leyenda y misterio “Sima Enríquez” -donde se decía que el rey don Rodrigo había ocultado un gran tesoro y que en ella encontró Enrique Enríquez, tío de Fernando el Católico, la Virgen de Dona-, en la que más de una vez os atrevisteis a entrar y recorrerla durante horas y horas, no llegando nunca a su final, sin daros cuenta que ni contabais con el equipo mínimo adecuado ni sabíais de medidas de seguridad, donde os habríais podido quedar para siempre más de uno.

 Esta labor tuya hizo que consiguieses utensilios prehistóricos de verdadera importancia, los que generosamente, aunque quien los recibió no tuvo ni la delicadeza de dar el correspondiente recibo de entrega, aportaste para su estudio y que esperamos que se encuentren, como se dijo, en el Museo Arqueológico de Granada.

   En este orden de cosas, quiero volver a transcribir lo que denominé “Reparación Histórica a Miguel Castillo Castro”, que publiqué en mis “Hojas de Historia de Alhama”, las correspondientes al mes de diciembre de 1997: “En el trabajo “La Cueva de los Molinos (Alhama de Granda)” de M. S. Navarrete, J. Carrasco, J. Gamíz y S. Jiménez, publicado en el número diez de “Cuadernos de Prehistoria de la Universidad de Granada”, en 1985, se hacía con toda justicia un reconocimiento a los loables gestos de mis entrañables amigos Antonio Pastor Fernández y Manuel Vinuesa, entre otros, por entregar lotes de material de este yacimiento arqueológico a quien correspondía. Como entonces afirmábamos, ahora repetimos: se olvidaron de mencionar a MIGUEL CASTILLO CASTRO que también, y en relación a esta cueva, efectuó, en este caso en mi misma presencia en el año 1974, entrega de otro importante lote de materiales, por lo que no se le dio las más mínimas gracias. Quede efectuada, al menos y por el momento en esta “Hoja”, esta reparación histórica de reconocimiento y gratitud”. Lo que ahora vuelvo a ratificar para general conocimiento y para que quede para siempre en lo mejor de nuestra Historia de Alhama.

 Desde hace tantos años que me lo dijiste, en varias ocasiones he buscando, en ediciones de la revista “Flecha”, la leyenda que de joven leíste en la misma sobre nuestras “Escalerillas del diablo”, siempre con la ilusión de encontrarla, de saber de esa narración y, sobre todo, de ofrecértela. Por Alhama y por ti, bien lo sabe Dios, por el sincero afecto que te tengo, reanudo la búsqueda de ese texto.
 

Deseándote siempre lo mejor, sintiendo la marcha de tu hermana Josefina de lo que me acabo de enterar, pero sabiendo de tu felicidad con tus hijos y, sobre todo, es lo propio de nuestra hermosa condición de abuelos, con tu nieta Isabel, con recuerdos para tu mujer, nuestra siempre cordial Marina, recibe un fuerte abrazo querido y buen amigo Miguel.

Andrés



Las cuevas de Alhama de granada van revelando sus secretos prehistóricos
Diario IDEAL
1 de diciembre de 1957