A Juan Fernández Montes. "Alhameños desde y para siempre”

 

 ¿Se sabe lo que es eso de ser alhameño para siempre? Por nacer en esta hermosa tierra, por entregarse o trabajar por ella, por hablar bien de la misma, por no olvidarla jamás,... Si, puede ser por todo ello, pero sobre todo es por llevarla en lo mejor del corazón y en los más elevado del alma durante toda la vida se esté donde se esté, dentro o fuera de ella. ¿Puede sentirse así a un pueblo? Sí, todo es posible de ser querido y, más aún, aquello que conforma o formó parte esencial de nuestra vida, aunque haya transcurrido bastante más de medio siglo de separación.

"Cartas alhameñas"
A JUAN FERNÁNDEZ MONTES
"Alhameños desde y para siempre”

Querido Juan:

 Tengo muchas cosas que agradecer a nuestro común y entrañable amigo José Antonio Arjona. Él ha heredado la calidad humana de sus padres y bastantes más loables virtudes de ambos. Es exquisitamente educado, muy inteligente, preparadísimo, cortés, noble, con ideas propias que no le impiden ser sumamente respetuoso con las de los demás -un verdadero demócrata-, y con un decidido afán de superación, entrega y esfuerzo que le ha llevado a donde está y, además, en eso sí puede que lo igualemos tú y yo, un profundo enamorado de nuestra Alhama. Para ti y para mí, por si fuese poco todo ello, ha sido la providencial causa de que tú y yo no tan sólo nos reencontremos, desde que estábamos en aquella ancha distancia a la que lleva una diferencia de seis años en la niñez y primeros años de juventud, sino que seamos ya amigos para siempre.

 Naciste en Júrtiga y pronto te trajeron para el pueblo. Viviste primero en la calle de “Las parras” y, después, en ese acogedor y hermoso grupo de casas junto a la iglesia del Carmen, asomándose a los Tajos. Cuando cumpliste nueve años, en 1951, os situaron muy cerca la Pila de la Carrera, allí estuviste junto a tus vecinos “Salsipuedes”, Feliciana y Mordero, su esposo; los Mijoler, Indalecio, Juanito, Mariano y sus padres, Eduardo y Antonia, donde íbamos a comprar membrillos en la hora del recreo en los meses de los mismos; tu querida Pura Retamero y sus hermanos Francisco y Rafael, gente de una categoría excepcional por su formalidad y educación. Rafael, gran amigo de mi padre con el que tantos ideales compartían, me distinguió, como a ti, con su trato y afecto. Y, ¿cómo no?, tu muy estimada Fuensanta, a la que siempre recordarás por tantas horas como pasaste a su lado cuado eras pequeño. José Antonio y su hermano Paco, con sus padres, llegaron más tarde, cuando tu marcha del pueblo estaba cantada.


Juan ya de aprendiz de barbero

 Hablando de tu padre lo sintetizas todo cuando afirmas que fuiste un hijo afortunado. El era pastor de profesión, un hombre trabajador y honrado que, además de ser una buenísima persona, tenía fama de serlo -¡que grave es cuando alguien con mezquindades e injurias intenta cambiar esa fama de los nuestros!-, es decir, que podemos hablar de nuestros padres maravillas. La gente del pueblo que los trató lo confirmaba así, y nos llenaba de satisfacción cuando los que los conocieron así lo confirman.

 Tu madre, como tú dices, una mujer de aquella generación que sabía defender con uñas y dientes todo lo que, de la más mínima forma, afectara a su familia. De ti hizo que fueras el que, ya cansada de tanto trabajo en el campo, de los ocho hermanos que erais, tú el más pequeño, consiguiera un oficio con algo más de futuro que tus queridos hermanos. De ahí, que cuando aún no habías cumplido los diez años, hablara con el bueno de Pepe Arjona para que a la salida del colegio te acogiese -creo que es la palabra a utilizar en este caso, por la bondad que siempre hubo en Pepe y el respeto y cariño que tú siempre le tuviste- como aprendiz. Tu hermana Paquita, trece meses mayor que tú, siguió tus pasos y lo que correspondía en eso de un oficio, en este caso femenino, emprendió el de modista, lo fue y excelente.

 ¿Y que decir de tu inolvidable abuela?: “La Pavela”. La que vivía “Cobertizo” abajo, lugar entonces tan habitado por familias humildes, de las que el noventa por ciento emigraron. Solías ir a visitarla prácticamente todos los días. Tenía una enorme casa, con una amplia superficie de terreno, donde tus tíos sembraban diversidad de productos, con su higuera y variedad de árboles frutales. Allí te lo pasabas excelentemente. Sentías mucho que estuviese ciega por cataratas, a ti no llego a verte físicamente, lo que jamás quitó para que siempre estuviese buscándote la cara para acariciarte. Te pasabas las horas con ella mientras te contaba infinidad de cuentos con una dulzura interminable y, en ocasiones, sabiendo ponerle intriga o hacerte pasar hasta un poco de miedo.

 El apodo de “Pavela” le venía dado, como tú sabes mejor que nadie, por lo guapa que era. Cuando alguien hablaba de su belleza, faltándole palabras para describir fielmente la magnitud de la misma, solía decir: ¿Pa qué hablar más? Es pa vela”. Así heredaste tan distinguido apodo nacido de la belleza de tu abuela, del que siempre has estado tan satisfecho.


Juan junto a su maestro barbero, la esposa de éste y Juan Miguel Cara

 Tus y idas y venidas desde “Las Peñas” hasta la “Erilla Fandanguero”, saludando a todo el mundo, con la simpatía que te distinguía, pasando a diario por la calle “Llana”, mi muy querida actual calle alhameña, se debieron echar de menos por los vecinos durante mucho tiempo cuando partiste del pueblo.

 Los inviernos eran largos. Nunca hemos olvidado a la chiquillería jugando por todas las calles y plazas, nuestra imaginación y la multitud de niños hacia que jamás faltaran al atardecer y primeras horas de la noche, en tu caso hasta que iniciaste tu aprendizaje de barbero. Lo que más nos atraía era ir al cine. Conservas grandes recuerdos del cine, a pesar de que no siempre tenías “liquidez” para poder ir. Con tanto como te gustaba y cuantas veces te quedaste en la puerta, aunque tuviste suerte también en esto, como dices tú, Paco Arjona “Boni”, taquillero de “arriba”, reducido anfiteatro y gallineros, te colaba cuando le era mínimamente posible. Y uno que otro día, ya entrada la noche, a disfrutar de aquel caudal de agua caliente que en pleno invierno permitía en el Balneario bañarse a cualquier hora, sin pasar frío alguno.

 Cuando llegaba el verano venia la delicia. La maravilla de nuestro entonces cristalino y limpio río, los diversos y magníficos lugares del mismo, desde la misma Alhama hasta varios kilómetros más arriba. Eran nuestros inigualables puntos de esparcimiento veraniego, los baños en la “Acequia Alta” -con las señoras arrodilladas al lado lavando ropa-, en “La trucha”, en la “Huerta de Perrute", junto al “Ventorrillo Bernardo” -la presa nos la "clavaron" ya en los años sesenta-, en cualquier recodo del río, en aquellos lugares del caudal del río que llamábamos “romances”, en vez de remansos, los que nos dejaban las avenidas de las tormentas de cada año. Pasábamos días, mañanas o tardes, o ambas cosas, sin dejar de zambullidos en la transparente y fresquita, pero deliciosa, agua de nuestro río. Por las noches las largas horas en el Paseo contando chistes, en unas ocasiones, y en otras imitando al municipal de turno que, por aquellos años, daba los "pregones”. Hasta que una vez intervino José María, "Patapalo", jefe de los municipales, y os indicó que no confundieseis al vecindario con vuestras “imitaciones de los pregones” ya que parecían los reales, a la par que nuevamente os reiteraba que no hicieseis ruido o se vería, colmada ya su paciencia, obligado a llevaros a la mismísima cárcel, junto a la que él tenía, precisamente, su vivienda. 


Juan en la entonces Plaza del Duque de Mandas

 También os sobraba tiempo, para una que otra pequeña gamberrada, así como para ir a coger fruta en huertos ajenos. Como en aquella ocasión que, siendo el tiempo de la fruta -entonces no la teníamos durante todo el año, pero era mucho mejor que cualquiera de las que hoy en día nos ofrecen-, y en el terreno del molino de Mariano Pérez había árboles frutales, que atraían a todos por sus singulares frutos. Entonces decidisteis que Manolillo “El diablo” vigilase desde lo alto de los Tajos, junto al cine, si aparecía el dueño e iba para el huerto. Si eso ocurría, os avisaría con unos silbidos. Acordada la estrategia, os fuisteis hasta los mismos frutales a coger sus apetecibles frutos, Manolo Ruiz “Panarrilla”, Paco Maldonado “Paquiqui” y dos más, os empleasteis en el espléndido mazando y, cuando todos estabais subidos en el mismo en afanosa tarea de “recolección”, Manolo comenzó a exclamar con gran fuerza: “¡Mariano¡ Mariano ¡Que te están robando las manzanas!, el niño de la “Pavela”, el de “Velote”, el de “Panarrilla”…” Nada pasó, pues no tardasteis en dejar lo cogido y salir pitando por el río abajo, entonces era más el miedo que el castigo que podíais recibir.

 Desde que aprendiste el oficio de barbero, ya con 14 años, te defendías bastante bien profesionalmente, dedicándote a ir por los cortijos, principalmente por el “Llano de Dona”, “Fogate”, “Los Tinaos”, “Las Pilas de Dedíl”. Tu padre estaba trabajando en “Dona” y por las noches te ibas a dormir con él al cortijo. Dormiste en los pajares, en las eras, en los pollos de las chimeneas, etc. Cuando dormías mejor eras cuando ibas a Burriancas, allí estaban tus tíos Andrés y María que te querían y cuidaban de maravilla y donde te encontrabas tan bien que te pasabas bastantes días mensualmente cortando el pelo a toda la gente de la entonces aldea, así estuviste unos años, después regresaste con Pepe Arjona, a la barbería del Humilladero,

 En esta barbería, como afirmas una y cien veces, con el buen maestro que tanto aprendiste, fuiste viendo y experimentando la forma de ser y actuar de las personas. Permíteme que te transcriba un texto tuyo que, como te imaginarás, guardo y te agradeceré mientras viva: "Si tuviera que citar los nombres de cada uno de los muchos clientes no acabaría con mi relato, así, como ejemplo pongo en primer lugar a tu padre, porque despertó en mí la curiosidad por la cultura, además había gente en Alhama que sin haber ido al colegio impregnaba los sentidos con palabras y frases que dejaban boquiabiertos a los que las escuchaban. Recuerdo a Antonio Negro, padre de Gregorio, a Rafael Retamero, a uno de los hermanos del cortijo de Vallata del cual no recuerdo su nombre, el que cada vez que venía a cortarse el pelo era un regalo para mis oídos. También estaban los que con su simpatía arrolladora te hacían pasar un rato de risa inolvidable, y aquí tengo que citar a Rafael “El chocolate” que le decaía a Pepe Boni (mi maestro), si era verdad que el camión de cisco para el brasero de la barbería se lo había quedado él, en clara alusión al mucho frío que hacía en la barbería, o cuando se encontraba con tu tío Paco Maldonado y le preguntaba por su estado de nervios. Después estaban los muchos clientes que te amargaban la existencia, pero a esos no hay que citarlos, todo el mundo sabía, y hasta sabe aún, a los que me refiero sin necesidad de que se diga ni siquiera su mote”.


Un día de río-baño en la Alhama de los años cincuenta, con los amigos

 No te olvidas de los dos equipos que había en Alhama en aquello años tuyos y, poco después, míos. “Los cadáveres “ y “Los coloraos”, no se podía decir “los rojos”, aunque ese fuese el real color de su camiseta. Estos segundos venían a constituir el equipo de la Placeta y los primeros el de La Joya y Calles Bajas, dándose una gran rivalidad deportiva entre ambos, disfrutando todos con los encuentros de la tarde de cada domingo, en el “estadio” de la “Plaza de los Malagueños”. Hasta que se unieron y, con camiseta y pantalón blanco, fueron la Unión Deportiva Alhameña. Tú participantes en el apoyo y colaboración a favor de “Los coloraos”, yo aún no tenía edad nada más que para ser niño seguidor de los mismos y para que Pepe Maldonado Peña, conocido como “Pepón” desde aquellos años por la fuerza que tenía, me propinase un balonazo siendo espectador que me dejo unos instantes sin sentido, lo que supuso un susto para un buen número de personas.

 Sería por estos años cuando, una noche de feria, se os ocurrió -¿cuántas películas del Oeste, como las denominábamos, veríamos?- a ti, Fernandillo el de “La Posada” y Richard Ortúzar vestiros de vaqueros, con revolver y todo lo correspondiente, y comenzar a pasear como los “forasteros” que llegan al pueblo por toda la feria, aprovechando todas las atracciones que no dudaron en invitados a disfrutarlas gratuitamente por la atención que ibais despertando en tanta gente. Decidisteis hasta bajar al circo y entrar en el mismo, precisamente cuando estaban actuando los payasos de éste, los profesionales artistas al veros entrar pararon su actuación y el que hacía de “Tonto” se dirigió a vosotros a la par que le preguntaba el “Payaso” titular: ¿Que si os conocía?, y el “Tonto” contesto: "Hace un rato que me los he encontrado a los tres en la calle y me han preguntado que sí venía para el circo a hacer el tonto, y ellos me han dicho, que también iban a venir para hacer de payasos". Lo que provocó que la gente se riera con muchas ganas y vosotros sentisteis un tremendo ridículo, como me has contado, aunque, dado vuestro ánimo natural, aquello no os desanimó para seguir toda la noche haciendo eso,… de cowboy.


Con su maestro y entrañables e inolvidables amigos de ambos

 El año que naciste, el 1942, fue un año de muchísimos nacimientos en Alhama. Tanto porque el número de habitantes era el de varios miles más que ahora, la natalidad muchísimo mayor, por supuesto, y también porque, tras la triste Guerra civil, en aquella posguerra miserable e injusta para tantos, la dicha casi al alcance de una buena mayoría estaba en comenzar a actuar para traer hijos. Lo cierto es que nancites tú y tantos otros, como me relacionas. Recordando los que vinieron a esta vida en la parte de la Placeta, calle Fuerte hacia arriba, como se decía, que era donde vivías y venias a desarrollar tu vida en Alhama, lo que mejor recuerdas -quien iba a soñar con esa nueva y magnifica ciudad que es hoy La Joya-, relacionemos tan sólo los que, transcurriendo el tiempo, tras tu marcha de Alhama, te encontraste en el campamento de Viator: Manuel Calderón Jiménez, “Manolillo el mecánico”; Ricardo Ortúzar Navas, “Richard”, el que se fue a Australia y jamás hemos vuelto a ver; Salvador Espejo del Rosal, nuestro “Espejillo” de toda la vida, que sigue dando vueltas a diario por “nuestra Placeta”, entrañable amigo tuyo de toda la vida a pesar de las distancias. Además de estos compañeros de mili, también de vida y afecto, Paco Maldonado Peña, “Paquiqui”; Paquito Raya, al que no vez por ahí, esa Cataluña donde os encontráis ambos; Juan Luis Larios, que se fue a la Legión; Paco Mateos, Gregorio Negro, mi hermano Juan Manuel, del que sabes por las noticias que recibes de nuestra “Alhama Comunicación”, del que te aseguro que sigue igual como persona defensora de la dignidad y la libertad de todos, con su calidad humana, como la de todos los que estamos recordando, y tantos otros de los que vamos teniendo noticia de su definitiva marcha. Hace ya años, lo que entonces no nos creíamos posible ni en sueños, que tenemos más de los nuestros en la otra orilla que en esta.

 Y poco después se produjo tu marcha de Alhama. Con todo lo que aprendiste de Pepe, en profesión y humanidad, y también algo de Antonio “El lojeño”, en lo que era el nuevo oficio y la buena amistad.

 Tus hermanos mayores se habían casado y todos emigrado, unos a Cataluña otros a Francia, y otros a la provincia de Málaga, era la única salida que había para ganarse la vida. Cuando tu hermana Paquita se casó, la única que quedaba en casa, tus padres se quedaron solos en Alhama, ya que los “arrastrasteis” con vosotros al cabo de unos meses.

 Mientras nos toca partir, en próxima carta hablaremos de nuestros hijos y nietos, lo que realmente nos interesa y alegra, los que tanto queremos con nuestras excepcionales mujeres -en tu caso primero la inolvidable Ana y, después, también bendición de Dios, María Dolores- e hijos, siempre recordando a nuestros padres y hermanos, de ocho que erais vosotros quedáis tres y de cuatro nosotros dos, le vamos a dar una imaginaria vuelta por la Alhama, la que tiene entre sus calles y rincones los niños que tú y yo fuimos, y tantos miles y miles más, en la que en cada esquina y lugar hay algo de nuestras vivencias. La recorreremos, con unos y otros, aunque sólo sea para entrar y salir de los establecimientos que se repartían por todo aquella Placeta de nuestra infancia y niñez.


Juan Fernández Montes con su primera mujer, Ana

 ¡Ah! Dile a María Dolores, a la que como a ti tengo ganas de ver, que sí se entusiasme , pero no se extrañe en nada, por estas cartas, que a mi me llenan mucho, pero mucho más, de lo que podéis imaginaros, ya lo comprarás en su momento, y me alegro inmensamente que a ti te hagan revivir aquella etapa de tu vida en la que tan feliz fuiste. Como me comentas, nadie puede imaginarse, si no lo ha vivido, lo que representa abandonar la tierra en la que uno ha nacido y ha vivido, a tus amigos y a tus familiares, ese arraigo que te deja inmóvil "resistiéndote a emprender esa marcha obligada que probamente no tenga jamás vuelta atrás”.

 Con sincero cariño hacia todos los tuyos, comenzando por María Dolores, tus excelentes hijos y queridísimos nietos, recibe un fuerte abrazo de este Andrés que hace más de cincuenta y siete años, los de la muerte de mi padre, se alternaba con Félix Luis, para llevar el termo de agua caliente para el afeitado de su padre y también escuchaba su inigualable palabra, no olvidando jamás su lema: "Usque ad morten certa pro justitia", "BUSCA HASTA LA MUERTE LA VERDADERA JUSTICIA". En ello estoy, querido Juan, en ello estoy.

Andrés