Habitamos un planeta único en el sentido de que no hay otro, que sepamos, que albergue tal cantidad de biodiversidad.
Eso significa que en el Planeta Azul convivimos necesariamente todos los seres vivos, y, como la especie humana es la única que se adapta a prácticamente todos los nichos ecológicos, el resto de las especies están expuestas a la acción de la humana, casi nunca para bien de ellas.
Especies como el Dodo de las islas Mauricio se extinguieron por la entrada en su habitad del ser humano, y las especies que con el traía, siendo más la acción de los nuevos animales, más que la acción del hombre, la causa de la desaparición de esta ave, emparentada con la paloma. Basta una rápida búsqueda por internet para acceder al resto de las especies que hemos extinguido en los últimos cincuenta años.
Y tal vez la especie que dentro de algunos años se haya extinguido es la abeja europea productora de miel, la abeja Maya de nuestra juventud o infancia, que ya está teniendo serios problemas de supervivencia debido a causas que aún se están estudiando y que van desde el uso de algunos fungicidas para controlar plagas que afectan a especies arbóreas, como el almendro o la exportación de la abeja europea con fines de polinización a otros países, según otros estudios; pasando por la influencia de las ondas electromagnéticas de la telefonía móvil.
También se achaca esta catástrofe a la agricultura intensiva, al cambio climático y a la desaparición de zonas de pastos y gran abundancia de flores, de las que las abejas obtienen su alimento, en favor de zonas de explotación agraria. Sea como sea, ocurre que como en una famosa novela protagonizada por Poirot, todos los sospechosos son los asesinos.
Y el problema no es sólo para las abejas si no para todos los humanos, también debido al determinante papel que cumplen estas jornaleras del campo en la polinización de especies vegetales de las cuales nos alimentamos los humanos, hasta tal punto que se ha llegado a decir que, desaparecidas las abejas, los humanos sólo sobreviviríamos cuatro años.
Naturalmente yo que no soy ni biólogo ni apicultor, sólo puedo estar claramente convencido de que, en esto, como en tantas otras cosas la acción humana es más perjudicial que benéfica. No estoy en contra de toda la acción humana en el habitad en el que habitamos, pero si de estudiar meticulosamente si esa acción a la larga puede resultar lesiva para otras especies vecinas. Porque como resultado de que todos los integrantes de un nicho ecológico a la larga están interrelacionados de una forma u otra, al final seremos nosotros, los humanos, los que resultamos perjudicados con nuestra propia acción, eso sin tener en cuenta que tampoco tenemos derecho a poner en riesgo la vida de otras especies vivas por el resultado de la cuenta de beneficios de los accionistas de grandes empresas depredadoras como Monsanto o Bayer, que ahora mismo no estoy seguro de que no sean la misma o de que la primera no pertenezca a la segunda.
Es decir que nuestro futuro como especie está ligado al futuro de esa criatura que es la “Apis mellifera” con la que compartimos espacio, igual que lo hacemos con el resto de las especies que habitamos este planeta Tierra bajo el manto, unas veces acogedor y otras terrible de esta Madre Naturaleza con la cual deberíamos colaborar para hacer nuestra casa común habitable para todos los que ahora estamos y para los que han de venir en el futuro.
Pero para eso, para que colaboremos en su conservación y no en su destrucción debemos cambiar de paradigma, que es el conjunto de teorías que se aceptan sin cuestionarlas y empezar a cuestionarnos algunas de las cosas que damos por firmemente ciertas. Por ejemplo, que los recursos de este planeta son inagotables y que, de no serlo, una minoría tiene el derecho de explotarlos, aunque prive de los más elemental a la gran mayoría.