Los territorios que ocupan las sierras de Tejeda, Almijara y Alhama cuentan con una serie de elementos no naturales que la mano del hombre dejó en determinados lugares, y que el tiempo ha terminado por convertir en parte del paisaje: son las cruces de la Almijara.
Cruz de hierro en la arista de La Cadena. Fotografía de Mariló V. Oyonarte
Cruces en plena montaña; elementos que no constituyen, en principio, parte de la naturaleza. ¿O sí? Desde la Maroma hasta el Alto del Cielo, desde la Resinera hasta la aldea del Acebuchal; sobre cumbres, junto a ríos y orillando senderos; en cerrados bosques de pinos, contrastando con los cauces de guijarro blanco o aferradas a la roca en lugares casi inaccesibles… muchos rincones de nuestros montes cuentan con una cruz. Las hay grandes y pequeñas, con pedestal de obra y adornadas por arcos y volutas, o humildemente pintadas en negro sobre un fondo encalado; de hierro unas, de piedra otras e incluso talladas sobre una pared. Ya situadas bien a la vista, en una cima o a la orilla del camino; ya apenas visibles, disimuladas entre las rocas, peleando contra el matorral o en lugares de paso difícil; algunas, también, perdidas para siempre porque quienes las construyeron ya no están para recordarnos el punto exacto donde se encuentran. Todas las cruces, casi con corazón y con vida porque constituyen el único recordatorio perdurable de muchas personas, atesoran viejas historias que esperan a ser contadas. Cruces heterogéneas con un denominador común, que las hace merecedoras de nuestra atención: el amor inmenso con el que fueron colocadas, una por una, allí donde están.
Desde que se irguió por primera vez, el hombre se ha preguntado por la razón de todo lo que veía; por el secreto del tiempo, de las cosas y del conocimiento, buscando instintivamente una explicación sobrenatural que justificase la existencia de todo lo visible -e invisible-. Tal vez porque la idea de estar solo le resultaba tan inexorable que le helaba el alma. De igual forma, para aliviar el desconsuelo que provoca la desaparición de un ser querido, ha recurrido desde tiempos remotísimos al símbolo por antonomasia de la tradición cristiana, la cruz: en cementerios y en lugares donde alguien exhaló su último suspiro, una cruz mantiene ese recuerdo y guarda un relato de vida que, en ocasiones, puede ser trágico. En este artículo se narra lo que ha llegado hasta nosotros sobre algunas de las cruces -no están todas las que son, pero al menos son todas las que están- que todavía se pueden ver en el Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama.
Estas montañas, como es bien sabido, conforman el límite interprovincial entre Granada y Málaga; ambas vertientes tienen en común la espectacularidad de sus paisajes y la particular idiosincrasia de sus comarcas -Alhama y Axarquía- y, por supuesto, las cruces que se hallan diseminadas por algunos de sus rincones. De todas ellas la más conocida es, sin duda alguna, la cruz del Alto del Cielo.
La cruz del Alto del Cielo
Quién no ha tocado -o al menos conoce por fotografías- la famosa cruz espejada del Alto del Cielo. Su gran tamaño, de casi tres metros de altura, su ubicación en la cumbre de una de las montañas más representativas de la Almijara y su esbelta silueta cubierta de espejos que miran al mar -reflejando la luz del sol o de la luna-, la hacen inconfundible. ¿Y cómo llegó hasta ahí? Cuenta la leyenda que hace más de trescientos años un barco de origen alemán naufragó trágicamente frente a las costas de Nerja. Todos sus tripulantes perecieron; tan solo uno de los marineros consiguió, a duras penas, ganar a nado la playa gracias a que las rocas desnudas de la cumbre del Cielo, iluminadas esa noche por la luz de la luna, lo guiaron hacia tierra firme. Poco después del suceso, ese marinero instaló la cruz con sus propias manos, para que el brillo de sus espejos sirviese de guía a otros navegantes.
Es una historia muy romántica, desde luego, pero ficticia. El hecho real, bastante más prosaico, ocurrió en el año 1972: en concreto, el diecinueve de noviembre. Un ciudadano alemán llamado J.F. Diche, enamorado como tantos otros de las montañas de la Almijara, quiso distinguir el Alto del Cielo por ser la cumbre más característica del litoral malagueño, y para ello encargó una cruz que fuese bien visible -de ahí su altura y los espejos que la cubren- y el material necesario para fijarla a la roca. Fue acarreada hasta la cima por un grupo de amigos de Nerja y Maro, que transportaron todo hasta arriba con ayuda de un par de mulas.
Camino de la cumbre del Cielo (esta foto se hizo para que pareciese que la habían subido a hombros). Fotografía, archivo de Juan Francisco Coll, Nerja
Colocándola en su sitio definitivo. Fotografía, archivo de Juan Francisco Coll, Nerja
Una imagen que ya es historia. Fotografía, archivo de Juan Francisco Coll, Nerja
"En recuerdo de la colocación de la cruz en la cumbre de la montaña el 19-11-72. Con mi agradecimiento y cordiales saludos, J.F. Diche " (Nota trasera de una de las fotos)
LA CRUZ DE CASTILLO
La cruz de Castillo
Nuestra siguiente cruz es bastante menos conocida. Aun así, se trata de una vieja amiga para los caminantes que recorren el camino terrero que conduce desde la Resinera a la pista de aterrizaje del INFOCA, en el Llano de Los Morros. La vistosa Cruz de Castillo, realizada en forja de hierro y enmarcada por un arco ojival de ladrillo macizo, tenía una placa de cobre que se perdió hace mucho tiempo, y rezaba así: "A la memoria de Francisco Castillo García, que falleció el día 12 de julio del año 1900. Recuerdo de sus padres. E. P. D.". Aunque hace tanto que ya nadie recuerda los hechos, se afirma que Francisco era un sencillo leñador de la vecina localidad de Fornes. Le llegó su hora un aciago día, mientras cortaba por la base un pino de gran tamaño; el buen hombre, no se sabe si por despiste o por falta de pericia, calculó mal la trayectoria de caída del árbol, cuyo peso lo aplastó sin remedio en pocos segundos. Al poco tiempo sus padres le dedicaron esa cruz, que desde entonces lleva su nombre.
Las cruces de Masajate
A no mucha distancia de la cruz de Castillo se encuentran las gemelas cruces de Masajate (o Mazajate). Hay quienes aseguran -porque lo han visto con sus propios ojos- que hasta no hace más de veinticinco años eran tres, y no dos, las cruces que había plantadas en ese rinconcito junto al río Cebollón, muy cerca del arroyo de Masajate, al pie del barranco del mismo nombre (Rambla de Masajate). Según los recuerdos de los más antiguos de esa zona, esas cruces están ahí desde mediados del siglo XX, y fueron colocadas en memoria de un padre y su hijo -o un padre y sus dos hijos, cuando eran tres las cruces- vecinos de Fornes y pertenecientes a la familia apodada como "los modistillos". Un ajuste de cuentas parece ser la causa del fallecimiento de ambos, y el punto en el que cayeron es justo el que ocupan las cruces hoy. Ese bucólico rincón es uno de los más conocidos y transitados de la Almijara granadina, por situarse muy próximo a la orilla del río Cebollón.
La cruz de Federo
Esta crucecita, pequeña y humilde como pocas, consistente tan solo en dos trozos de hierro cruzados y apoyados en una bola de cemento, apenas levanta cuarenta centímetros del suelo y recuerda, con unas iniciales y una fecha, a un vecino de la aldea de El Acebuchal. "A.O.T. 10-6-47", escribió una mano compasiva sobre el cemento fresco. El año 1947 nos trae a la memoria una de las etapas más crueles de la guerrilla antifranquista en esa zona. El diez de junio de ese año, Antonio -apodado "Federo"- a quien la gente de la sierra había tomado por simpatizante de la guardia civil, fue arrancado de su casa y de su familia y llevado a las afueras del pueblo, donde fue ejecutado sin contemplaciones. Los guerrilleros, temerosos de ser delatados, ni siquiera le dieron la oportunidad de defenderse. La mujer y los hijos de Antonio colocaron ese sencillo recordatorio en el lugar donde cayó muerto, en la parte alta de la aldea de Acebuchal.
La cruz de Napoleón
La cruz de Napoleón lleva en su sitio, dicen, desde los tiempos de la guerra civil. Se encuentra a unos cuatro kilómetros del pueblo de Frigiliana, aguas arriba del río Higuerón, en una curva a la derecha que traza el cauce encajonado, sobre un pequeño altozano de roca rodeado por intrincados matorrales de ribera. Más que de una cruz en sí misma, se trata de una estructura de ladrillo encalada, en forma de tosca lápida, que forma una hornacina en cuyo interior se ha pintado en negro una sencilla cruz, sin más ambages. Según cuentan los más viejos de Frigiliana, ahí descansan los huesos de un vecino del pueblo -nadie recuerda su nombre-, que fue asesinado y enterrado en ese punto.
La cruz de La Cadena. Fotografías, Mariló V. Oyonarte y Manuel Rodríguez Martos
La vertiginosa arista de piedra caliza que une Piedra Sillada con el Cerro del Cuervo es el lugar donde se ubica una de las cruces más inaccesibles de la Almijara. Transitar por dicho margen rocoso, pendiente y angosto, que no supera en muchos puntos los treinta centímetros de anchura, debió resultar un acto de heroicidad -o de fe- por parte de quienes colocaron esa cruz donde está, en el centro de la arista y en lo más escabroso de la misma. Tuvieron que tener muchas ganas para acarrear hasta ese punto una cruz de hierro que, aunque relativamente ligera, supera ampliamente el metro de altura, trepando por un terreno extremadamente duro, con tramos casi verticales, que hoy suelen realizar personas sin vértigo y con experiencia en técnicas de escalada.
Nadie recuerda quién o quiénes colocaron esa cruz en un lugar tan expuesto, y por qué. ¿Se dedicó acaso a alguien que se precipitó por aquellos despeñaderos? ¿Se trata de algo meramente representativo, una muestra de la fe de quienes la transportaron? Y allí continúa, en ese alto tan a trasmano, desde no se sabe cuándo, firmemente clavada en la roca, desafiando intemperies y, por qué no reconocerlo, sirviendo de apoyo y sujeción en ese punto a los que hemos cruzado esa arista de un extremo al otro.
LA CRUZ DE CARACOLES
La cruz de Caracoles
La cruz de Caracoles se ubica entre el Cerro del Gitano y el Barranco de Rambla Seca. Casi perdida bajo un mar espeso de romeros y jarales, no ha desaparecido del todo gracias a la valla que la delimita. Esta cruz de hierro recuerda a un joven pastor de Otívar al que todos conocían por su apodo, "Caracoles". El muchacho, que cuidaba el rebaño de cabras de su familia, andaba enemistado con otro pastor -estas cosas ocurrían con frecuencia- por quedarse con las mejores zonas de pastos, cuando el verdeo escaseaba. Los enfrentamientos por los pastos entre ganaderos y por el agua de riego entre los labradores causaban todos los años más de una reyerta, donde no era raro que hubiese víctimas mortales. Los chortales y praderas que crecían en la cara norte del Cerro del Gitano y de Río Verde eran codiciados por quienes tenían ganado que alimentar. Eran los tiempos de la guerra civil, cuando todo escaseaba, y resultaba de vital importancia que los animales tuviesen qué comer. El joven apodado Caracoles fue una de las víctimas de las penurias de entonces.
La cruz de Higueras o cruz del Guarda. Fotografías de Eladia Rus Martínez
Al pie de la Mesa de Fornes, cerca del paraje del Puerto de la Mindorra, se encuentra esta crucecita del siglo XIX. Es tan pequeña y está tan disimulada entre las piedras que pasa desapercibida; sólo cuando uno está avisado y va mirando detenidamente se la puede encontrar. Unas iniciales y una fecha grabadas en su parte horizontal, con preciosa grafía antigua, nos dan la pista de por quién está ahí, y desde cuándo está ahí. "I.J.P.M.A. el 1894", dicen a quien puede descifrarlas. Nadie recuerda el nombre del finado, pero el de la misma cruz, "Higueras", podría ser un apodo. Muy pocos saben que esa cruz se colocó ahí en recuerdo de un guarda de montes -entonces esos terrenos eran de propiedad privada- tan cuidadoso y cumplidor que llamaba continuamente la atención de todo aquel que se acercaba a ese paraje para robar leña. Ese entusiasmo por su trabajo le acarreó numerosas enemistades y terminó por costarle la vida. Cuentan que nunca se supo quién había sido su asesino.
La cruz del Niño. Fotografía de Eladia Rus Martínez
La cruz del Niño está asentada un poco antes de llegar a la Fuente de Los Berros, yendo por el camino de las Parideras del río Cebollón. Según cuentan los mayores, se construyó en recuerdo de un niño de doce años -que por más señas era sordomudo- que vivía cerca de allí. Miembros de la guardia civil le dispararon y dieron muerte por error, al confundirlo con uno de los enlaces que por esa parte utilizaba la gente de la sierra, para recabar información. Según parece los agentes lo vieron merodeando entre la vegetación y le dieron el alto, pero el chiquillo, tímido por naturaleza al no ser capaz de defenderse de palabra, se asustó y echó a correr. El pobre chico no imaginó que aquella sería su última carrera.
La cruz del Daire
En tiempos antiguos hubo un amplio sendero, ya desaparecido, que enlazaba los pueblos de Cómpeta y Frigiliana, y pasaba por delante de multitud de cortijos. Uno de ellos, precisamente de los más grandes, era el cortijo del Daire. Un mal día de principios del siglo XX -parece que en el año 1917- apareció un muchacho muerto justo a la orilla del sendero, un poco antes de dar vista al cortijo. Quienes lo conocían aseguraban que se dedicaba a la caza furtiva; no se sabe si fue un asesinato o si estaba pasando una mala racha y se suicidó. En la misma revuelta del sendero en la que apareció el cuerpo, su familia levantó una hornacina de obra coronada por una cruz de hierro. Con los años el viejo sendero fue sustituido por el camino que existe en la actualidad, y la cruz entonces quedó un poco más apartada. Hoy, una veredilla perfectamente cuidada conduce hasta esa cruz, que alguien mantiene amorosamente blanqueada.
La cruz Cuchillo
Por el camino de Puerta Verde, en dirección a la Venta de Panaderos y el Pico del Cisne, podemos ver, a la misma vera del camino, esta cruz tan sencilla y tan bonita. No representa a ningún fallecido; de hecho, no lleva ahí mucho tiempo, tan solo unos años. La construyó el vecino de Frigiliana Joseíllo "el de Rosa", por el simple gusto de dejar tras de sí algo duradero, que lo recordase en años venideros.
La cruz del Camino de Ezequiel
En Sierra Tejeda, en la base del Barranco de las Piletas, también conocido como el Camino de Ezequiel (https://www.alhama.com/digital/myblog/caminos-gentes/12006), se encuentra esta robusta cruz de piedra. Tallada en dos bloques de granito macizo y con unas iniciales y una fecha grabadas en el pedestal, data de los tiempos de la posguerra. Durante uno de los incontables enfrentamientos que se dieron en esa parte de Sierra Tejeda entre los guerrilleros y la guardia civil, perdió la vida -sin tomar partido por unos ni por otros, simplemente por encontrarse allí en aquel fatídico momento- un buen hombre que vivía pacíficamente junto a sus hermanos y sobrinos en el cercano cortijo del Cerezal Alto; se llamaba Francisco Márquez Navas. Muy cerca del lugar donde cayó, su familia levantó esa cruz.
La cruz del Perro. Fotografía de Francisco Ortiz Villarraso
Esta cruz se encuentra también en Sierra Tejeda, algo apartada, a la izquierda del sendero que asciende a la Maroma desde el Robledal -antes de llegar a un grupo de tejos-, pasado el Collado de Rojas. Aunque se trata de un lugar relativamente despejado, la cruz no resulta fácil de ver; tiene alrededor de un metro de altura y lleva plantada ahí unos cuatro años. Este recordatorio no se puso en honor a una persona: su historia nos habla de una perrita, leal compañera de sus amos -un matrimonio de cierta edad-, a los que acompañó durante muchos años en sus paseos por Sierra Tejeda. Esta montañera de cuatro patas llegó a sobreponerse a su propia ancianidad sin quejarse, siguiendo las huellas de sus amos, fiel hasta el final, hasta el punto de morir de puro viejita durante uno de aquellos paseos, precisamente en ese punto. Sus dueños encargaron la cruz y ellos mismos la subieron y colocaron en recuerdo de su fiel amiga canina. Suelen visitarla cada vez que pasan por allí.
La cruz de Simón
En el año 1894 nació un niño en la Venta de Panaderos al que llamaron Simón. Allí se crió y allí vivía con su extensa familia. Se casó a su debido tiempo y tuvo una hija a la que llamó Ana María -que hoy cuenta con más de noventa años y vive en Cómpeta-. Pero la vida del bueno de Simón no estaba destinada a ser larga: sólo viviría 33 años. Un día que volvía de cazar monteses, el 13 de junio de 1927, muy cerca ya de la venta, en el Barranco del Mármol, tropezó no se sabe cómo y rodó pendiente abajo, con tan mala fortuna que pereció en ese accidente. Dejó a su única hija con dos años. Su familia elevó en el lugar del suceso un pequeño altarcito con su hornacina, dispuesto de tal manera que en su interior caben bien una cruz y una fotografía de Simón, protegidas por una portañuela de cristal.
Esta es la única cruz en la que podemos ver el rostro del difunto, lo cual es algo fuera de lo común. Y esa excepcionalidad se la debemos a un gran amigo que, a su vez, ha fallecido hace pocos días: se trata del inolvidable Aurelio "el obispo", de Frigiliana (https://www.alhama.com/digital/myblog/caminos-gentes/8646). Aurelio era sobrino de Simón, y durante muchos años se encargó gustoso de mantener la cruz de su tío en perfectas condiciones, cambiando la fotografía cuando estaba deteriorada y encalando la estructura de la cruz. Desde aquí nuestro sincero reconocimiento, allá donde esté. Gracias, amigo, por haber compartido con nosotros tantos secretos de tu querida Almijara.
Son varias las cruces que dejamos para otro reportaje, así como las que no veremos nunca porque se extraviaron definitivamente, en la montaña y en la memoria de los más viejos. Cruces que, como estas, reconfortaron a las familias de los finados como reconfortan una luz en la oscuridad, una voz en el silencio o un barco que entra a puerto dejando atrás un mar embravecido. Como dice la canción, "la muerte no es el final". No tiene por qué serlo: nadie desaparece del todo mientras quede alguien que pronuncie su nombre, una historia escrita en su memoria o una cruz con sus iniciales grabadas, en pie.
ESTE REPORTAJE VA DEDICADO A LAS PERSONAS QUE HAN PERDIDO LA BATALLA CONTRA EL CORONAVIRUS Y A SUS FAMILIAS.
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Escrito por Mariló V. Oyonarte
Fotografías, video y edición, Carlos Luengo.