El río Cebollón, uno de los más populares de la Almijara granadina, no es solo una hermosa corriente de aguas turquesas; según el profesor Antonio Castillo Martín es además un "río higuera" y un "río hembra". Junto al prestigioso hidrogeólogo, científico, investigador y docente descubriremos nuevos aspectos de este tesoro fluvial de nuestras sierras, tan amenazado en los últimos años.
Tramo intermedio del río Cebollón
A los cursos medio y alto del río Cebollón se llega después de recorrer una senda larga, pedregosa, que sube y baja y serpentea entre pinares al adentrarse en el Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama. Este sugestivo y asalvajado rincón de la sierra, solitario durante casi todo el año en los tiempos actuales, fue hace más de medio siglo hogar y único medio de vida de muchos hombres, mujeres y niños que echaron infinidad de jornales junto a sus orillas y pasaron las noches arrullados por las aguas rumorosas. "(…) Los campos de cultivo -el Haza Grande, que se extendía en dirección al Cortijo Marchiche, y el Haza Chica, situada por encima del río en el camino hacia La Resinera, además de las dos hortalizas, la temprana y la tardía y varias vegas- producían en manos de aquella familia laboriosa abundantes cosechas de habichuelas, maíz, patatas y garbanzos, y los frutales que habían plantado -higueras y melocotones- perfumaban el aire con sus frutas en sazón cada vez que se pasaba por su lado. En las orillas del río Cebollón abundaban las moras en verano y las collejas y cardillos en primavera, las setas en otoño y todo el año la planta que llamaban "té de la sierra", con la que elaboraban aromáticas infusiones. En las laderas más frescas pululaban los caracoles -aquellos enormes caracoles de caparazón blanco, que mamá Josefa guisaba tan ricos- y, en las aguas transparentes y oxigenadas del río, nadaban las truchas y los cangrejos en tal profusión que podían atraparse casi con las manos desnudas. El cauce del Cebollón era entonces tan abundante que en muchos lugares era imposible de cruzar; grandes pozas naturales se sucedían una tras otra, aparte de las que construía la familia cerca de las cabañas para regar y bañarse en verano en aquel agua fresquísima. Se criaban además gallinas y cerdos para la matanza, y qué decir de aquellas huertas tan lindas, gracias a las cuales no daban abasto a recoger tomates, pimientos, pepinos, calabacines y calabazas, melones, sandías…(…)" (Fragmento de "El largo viaje de Josefa, la Corrientes" https://www.alhama.com/digital/myblog/caminos-gentes/13044)
Antonio Castillo Martín, profesional de la Hidrogeología, investigador y docente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y de la Universidad de Granada, es un gran conocedor de nuestros ríos, charcas y lagunas naturales -de los cuales alguien dijo que "constituyen la sangre de nuestra Madre Tierra"-, y sostiene su propia teoría acerca de los cursos fluviales que nutren los valles y barrancos de Tejeda Almijara, cuyas características ha estudiado hace unos años. Antonio afirma que el río Cebollón es un "río higuera", así como un "río hembra". Para comprender tan originales similitudes dejemos que sea él, con sus propias palabras, quien nos explique el porqué de esa clasificación. ¿Qué es un "río higuera"? (textos extraídos de su blog "Paisajes del agua" https://paisajesdelagua.es/).
«Hace unos meses publiqué en este blog una entrada titulada “El árbol y el río”. En esencia, se trataba de una analogía entre árboles y ríos, y más concretamente entre las raíces de los primeros y los nacimientos de los segundos. Los árboles crecen y viven gracias a sus raíces, igual que los ríos, cuyas “raíces” son en su caso los nacimientos de la cuenca. No hay nada más que ver una red fluvial desde el aire para caer en la cuenta del enorme paralelismo existente entre ésta y el sistema radicular de cualquier árbol. Un hermanamiento este de ríos y árboles que es existencial, pero también íntimo, sentimental y vivencial para cualquier ser humano.
Como decía en “El árbol y el río”, todo surgió como un divertimento pedagógico, como una manera de explicar cómo funciona, si se me permite, la parte subterránea de los ríos, ese flujo oculto que termina dándoles vida a partir de los manantiales (por eso denominados con todo fundamento nacimientos). Desde que incorporé este símil a clases, charlas y conferencias, el corpus docente ha ido creciendo, de forma que el tema se compone ahora de varios capítulos, como: árboles y arbustos versus ríos y arroyos; árboles y ríos de secano y de regadío; tipos de ríos y de árboles, etc.. Acababa el post citado con un lacónico “Continuará”…
Pues bien, este breve artículo de “Los ríos higuera” es parte de esa continuación, el primero de una serie de tres pertenecientes al capítulo “Tipos de ríos y de árboles” (al que seguirán “los ríos álamo” y “los ríos pino”). Lo que pretendo con todo ello es mostrar las similitudes que guardan ciertos tipos de ríos con árboles bien conocidos de nuestro entorno. Claro, son semejanzas relativas, porque ni todos los ríos kársticos son iguales, ni todas las higueras tampoco, por poner solo esos dos ejemplos.
Pues bien, ¿cuáles son los “ríos higuera“? Para ello habría que dar antes unas pinceladas sobre los atributos y características más reseñables de las higueras. Veamos. Se trata de árboles de porte medio, bastante ramificados y abiertos, con un sistema radicular extraordinariamente denso y extenso, magistralmente adaptado al clima mediterráneo para captar la poca (o la mucha) agua del entorno. Son árboles rústicos, de regadío y de secano, que sobreviven a las más duras penurias hídricas. Pero también son árboles resistentes a las agresiones y a los intentos, incluso, de aniquilación por parte del hombre utilizando el fuego o las podas salvajes (rebrotan). Pues bien, hay algunos ríos de nuestro entorno geológico (Cordilleras Béticas) y climático (mediterráneo) que presentan curiosas analogías con las higueras, en este tipo de juego pedagógico que estamos manteniendo.
Unos de los “ríos higuera” más fenotípicos son los procedentes del drenaje de las dolomías alpujárrides (también de las escamas calizas prebéticas, y hay más). Hace escasamente un mes recorrí los ríos del Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama (en las provincias de Granada y Málaga), todos ellos del tipo higuera. Se trata de ríos que discurren por materiales acuíferos dolomíticos muy tectonizados (pero poco karstificados), que se nutren de numerosos nacimientos, muchas veces de carácter difuso y oculto dentro de los cauces. Manantiales que se localizan a diferentes cotas, respondiendo al drenaje de niveles permeables más o menos locales e independientes.
Como decía en “El árbol y el río”, todo surgió como un divertimento pedagógico, como una manera de explicar cómo funciona, si se me permite, la parte subterránea de los ríos, ese flujo oculto que termina dándoles vida a partir de los manantiales (por eso denominados con todo fundamento nacimientos). Desde que incorporé este símil a clases, charlas y conferencias, el corpus docente ha ido creciendo, de forma que el tema se compone ahora de varios capítulos, como: árboles y arbustos versus ríos y arroyos; árboles y ríos de secano y de regadío; tipos de ríos y de árboles, etc.. Acababa el post citado con un lacónico “Continuará”…
Pues bien, este breve artículo de “Los ríos higuera” es parte de esa continuación, el primero de una serie de tres pertenecientes al capítulo “Tipos de ríos y de árboles” (al que seguirán “los ríos álamo” y “los ríos pino”). Lo que pretendo con todo ello es mostrar las similitudes que guardan ciertos tipos de ríos con árboles bien conocidos de nuestro entorno. Claro, son semejanzas relativas, porque ni todos los ríos kársticos son iguales, ni todas las higueras tampoco, por poner solo esos dos ejemplos.
Pues bien, ¿cuáles son los “ríos higuera“? Para ello habría que dar antes unas pinceladas sobre los atributos y características más reseñables de las higueras. Veamos. Se trata de árboles de porte medio, bastante ramificados y abiertos, con un sistema radicular extraordinariamente denso y extenso, magistralmente adaptado al clima mediterráneo para captar la poca (o la mucha) agua del entorno. Son árboles rústicos, de regadío y de secano, que sobreviven a las más duras penurias hídricas. Pero también son árboles resistentes a las agresiones y a los intentos, incluso, de aniquilación por parte del hombre utilizando el fuego o las podas salvajes (rebrotan). Pues bien, hay algunos ríos de nuestro entorno geológico (Cordilleras Béticas) y climático (mediterráneo) que presentan curiosas analogías con las higueras, en este tipo de juego pedagógico que estamos manteniendo.
Unos de los “ríos higuera” más fenotípicos son los procedentes del drenaje de las dolomías alpujárrides (también de las escamas calizas prebéticas, y hay más). Hace escasamente un mes recorrí los ríos del Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama (en las provincias de Granada y Málaga), todos ellos del tipo higuera. Se trata de ríos que discurren por materiales acuíferos dolomíticos muy tectonizados (pero poco karstificados), que se nutren de numerosos nacimientos, muchas veces de carácter difuso y oculto dentro de los cauces. Manantiales que se localizan a diferentes cotas, respondiendo al drenaje de niveles permeables más o menos locales e independientes.
Según el profesor Castillo Martín, el río Cebollón es un típico "río higuera"
En esas situaciones, los cauces en su discurrir van ganando caudal progresivamente, muchas veces de forma casi imperceptible. No suele tratarse de ríos caudalosos (aunque puede haberlos), sino más bien discretos, que presentan hidrogramas atenuados (bastante inerciales), en oposición a los ríos kársticos típicos, que suelen caracterizarse por presentar grandes puntas de caudal tras aguaceros, a las que siguen agotamientos más o menos rápidos. Pero el atributo más genuino de los “ríos higuera” es que soportan bien las sequías y, sobre todo (y esto es muy importante), las afecciones provocadas por extracciones de aguas subterráneas, que, como se sabe, son la principal amenaza (junto a las presas y derivaciones) al caudal de los cauces fluviales de cabecera. Estos bombeos pueden, efectivamente, secar algunos de sus nacimientos (parte de sus “raíces”), pero no acaban con el río que sigue nutriéndose de otros manantiales procedentes de niveles acuíferos que no se han visto afectados (“no matan al árbol”). También son ríos que, aunque les sienta como un tiro, toleran con cierto decoro los sangrados (las podas) del cauce desde presas y azudes de derivación, al ser frecuente el rebrote de caudales aguas abajo desde nacimientos situados a cotas inferiores.
Los ríos de la Venta de Vicario, Cebollón, Grande, Añales, Chillar, Verde, Higuerón, etc. son del tipo que venimos reseñando. Curioso lo del río Higuerón, cuya relación toponímica con lo que venimos comentando es puramente casual (las higueras que crecen junto al agua). En todos los casos se trata de ríos pequeños, modestos, pero duros y resistentes, una joya para cualquiera de nuestras sierras. Una garantía de tramos fluviales permanentes (aunque de escaso caudal), que son tan necesarios para la fauna y la flora en los prolongados, secos y ardientes estiajes de nuestro clima mediterráneo. En cualquier caso, cuidémoslos, también pueden llegar a secarse las higueras si nos empeñamos.
La vida que habita en nuestra madre Tierra depende de la cantidad y calidad del agua, que, como ya se ha dicho por muchos, es la sangre que corre por sus venas, que son los ríos.»
Recorriendo el curso del río Cebollón en pleno estiaje (primeros días de octubre de 2020). Fotografía de Mariló V. Oyonarte
Pero no quedan aquí las peculiaridades de los ríos almijareños, pues Antonio Castillo recurre a otro símil muy particular para explicar ciertas características de estos cursos fluviales. Continuando sus razonamientos, el profesor llega a la conclusión de que el río Cebollón y, por extensión, todos los ríos del Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama, son "ríos hembra". Para entender este nuevo concepto, volvamos a leer atentamente sus explicaciones .
«(…) Hace unos días publiqué un artículo de título “El espermatozoide fluvial”. En él, llamaba la atención sobre la semejanza de un espermatozoide con un río, en el sentido de que todo río que se precie, aparte de “cola” o cauce, debe tener obligatoriamente “cabeza”, simbolizada idealmente por sus manantiales, muy propiamente denominados también nacimientos. Aunque pudiera parecer un símil inocente, el icono del espermatozoide posee un fuerte simbolismo, que, a fin de cuentas, pretende llamar la atención sobre el decisivo papel que juegan las aportaciones de aguas subterráneas en los ríos, sobre el principio de unicidad del agua y sobre la necesidad del uso conjunto (aguas superficiales-subterráneas) para una gestión sostenible del recurso. ¡Ahí es nada!
Terminaba aquel artículo aludiendo al diferente comportamiento de los espermatozoides que dan sexo masculino (“machos” les podríamos llamar para entendernos) y femenino (“hembras”). Y, al amparo de ello, prometía un nuevo artículo de chanza, hablando consecuentemente de ríos “macho” y ríos “hembra”. Pues bien, aquí va ese ensayo “espermatozoico”, del que imagino que nunca se ha escrito nada, aunque, como comentaré al final, han sido numerosos los prestigiosos autores de las letras españolas que han empleado la figura de ríos machos y ríos hembras.
Haciendo una burda abstracción (y perdonen, pero no es el blog para explicar esto con el rigor necesario), podemos decir que los espermatozoides “macho” son más rápidos que los “hembra”, si bien su vida es más corta. Por el contrario, los “hembra” son más lentos, pero más longevos. Ello se debe a la muy diferente dote cromosómica de unos y otros, Y (más pequeños y ligeros) para los “machos” y X para las “hembras”. Pues bien, ya dije en el artículo citado anteriormente que, basándose en este diferente perfil cromosómico y consecuente comportamiento, mi “teniente Agudelo”, el de la mili, me aleccionó sobre cómo tener más probabilidades de concebir niños o niñas (él tuvo unas hijas preciosas), o de no tener nada. Al respecto, en Google se pueden encontrar bastantes artículos sobre técnicas y estrategias, pero ¡ojo!, no asumo responsabilidades, que como se suele decir castizamente “las armas las carga el diablo”, y en estas se aplica con especial maestría “diabólica”.
A lo que íbamos, trasladando este comportamiento a los ríos se pueden establecer claramente los estereotipos: machos y hembras. Siguiendo con este juego deductivo, serían machos los ríos de cuencas poco reguladas subterráneamente, de forma que tras precipitaciones (o deshielos acusados) ofrecen respuestas de caudal impulsivas y torrenciales, pero de vida relativamente corta. De un tipo relativamente similar serían los ríos procedentes del drenaje de macizos intensamente karstificados, con respuestas de caudal rápidas e igualmente volátiles. Por el contrario, los ríos bien regulados por aportes subterráneos, tanto de naturaleza kárstica, como detrítica (u otras), serían buen ejemplo de ríos hembra, lentos e inerciales en sus respuestas de caudal, excelentes supervivientes, dicho sea de paso, a condiciones adversas, como por ejemplo las sequías.
Hidrogramas típicos de ríos “macho" y ríos “hembra” ante un evento de lluvia (esquema de Antonio Castillo Martín)
Cambiando de tercio, también sería posible admitir que un mismo río pudiera ser macho o hembra dependiendo de sus tramos. En ese sentido, los tramos altos o de cabecera se asimilarían al comportamiento macho. Cauces de altas pendientes y velocidades de flujo, pero vulnerables e inestables en caudal. Por el contrario, esos mismos ríos en el llano, en sus tramos medios y bajos, serían poseedores de flujos más lentos y de caudales permanentes en el tiempo, prototipo de hembras, como hemos venido defendiendo.
Como ya dije, sin conocer ni aplicar, por supuesto, este símil, han sido numerosos los autores de las letras españolas que en base a criterios meramente intuitivos o instintivos (que suelen funcionar muy bien) y desde la poesía o la literatura han hecho comparaciones ¡similares! No es difícil admitir que, puestos a asignar etiquetas, los ríos macho corresponderían a los vigorosos, impulsivos, rectilíneos, directos, etc. Por el contrario, se asimilarían mejor a las características femeninas (atención, que no quiero líos por lenguaje sexista) los ríos sosegados, hondos, misteriosos, sinuosos (las curvas meandriformes siempre presentes en el imaginario popular), etc. Ya lo dijo el gran Delibes, el Esgueva, por la sinuosidad de su curso, es río hembra, mientras que el Pisuerga es río macho. Pues eso.»
Además de "río higuera", el Cebollón es también un "río hembra"
Así pues, según las sabias -y amenas- disquisiciones de Antonio Castillo el río Cebollón, al igual que el resto de los ríos almijareños, es un "río hembra" porque su cauce se mantiene más o menos estable a lo largo de todo el año: sufre, como todos, las crecidas y el estiaje, pero su caudal se altera poco, o al menos no demasiado. Sus respuestas son muy inerciales: los niveles del agua suben en general lentamente, como con retardo, sin brusquedades.
Pero este río -como casi todos, por otra parte- es mucho más: se trata de un ecosistema delicado, en continua evolución, que en los últimos años se enfrenta a un proceso de degradación tal vez invisible a ojos poco experimentados, pero fácilmente demostrable. Una corriente que durante siglos aguantó con estoicidad la fuerte presión humana debida a la gran cantidad de personas que trabajaron y vivieron cerca de sus orillas. Porque labradores, esparteros, caleros y carboneros, pastores y resineros bebieron, regaron, calmaron la sed de su ganado y la suya propia, lavaron sus ropas, se refrescaron y se alimentaron de los recursos aparentemente inagotables del río Cebollón. Las riadas y sequías anuales -que se han ido sucediendo desde siempre-, unidas a la sobreexplotación humana, también contribuyeron a aumentar esa presión, pero el río siempre vencía, resurgía y se renovaba; tornaba a ser lo que siempre fue: una corriente viva, con una comunidad biológica -su flora y su fauna- que lo convertía en un biotopo perfecto. La armonía entre el hombre y el medio parecía funcionar.
El río Cebollón no está enfermo en la actualidad; no se trata de eso. Sus aguas aún continúan siendo frescas y transparentes, su cauce es nacarado y sus orillas están pobladas por un sinnúmero de especies vegetales de un brillante color verde. Pero esa aparente explosión de vida es solo superficial, porque en el Cebollón apenas queda fauna subacuática. Sus remansos de claroscuros anaranjados, tan adecuados para todo tipo de fauna y microfauna, se encuentran casi deshabitados. Y es que, a día de hoy, son muy escasas las poblaciones de peces, anfibios, pequeños mamíferos e incluso insectos y larvas acuáticas que medran bajo la superficie rizada de la corriente.
Según parece son varias, y no una sola, las causas que están llevando a esa situación a una de las corrientes de agua más bonitas de Tejeda Almijara. Es de común opinión, por ejemplo, que los parajes que rodean el cauce del río Cebollón no han vuelto a ser los mismos desde el último gran incendio habido en esta zona de la sierra, ocurrido en el verano de 1982, en el que, según las crónicas de la época, ardieron más de dos mil hectáreas de pinar y otras cuatro mil de monte. El fuego, que llegó a tener un frente de siete kilómetros, generó una gigantesca nube de cenizas que oscureció el sol, alcanzando a depositarse sobre Granada capital, a unos cincuenta kilómetros de distancia.
Incendio en Tejeda Almijara. Fotografía de José Morales Aguado (Jayena)
Un incendio forestal es una de las peores tragedias que puede sufrir cualquier ecosistema. A la pérdida del manto vegetal hay que sumar los cambios que experimentan los ríos de la zona quemada por la pérdida de su bosque perimetral y la consecuente degradación y erosión del suelo; cambios que, lógicamente, afectan de lleno a la flora y fauna de ese paraje. Cuando vuelven las lluvias arrasan las laderas peladas, arrastrando hasta el cauce de los ríos grandes cantidades de cenizas, tierra suelta, restos del incendio y sedimentos que colmatan el cauce y los remansos y contaminan el agua, dañando seriamente todo el ecosistema acuático. Los pequeños mamíferos y aves que se alimentan en los cauces junto a peces, anfibios, insectos y larvas se quedan, literalmente, sin casa y sin comida. Perecerán o se marcharán.
Dicen los entendidos que para que un ecosistema se recupere por completo de los efectos de un incendio pueden llegar a pasar hasta trescientos años, especialmente si se trata de la regeneración de un bosque de ribera. Si hacemos caso a esta afirmación, y teniendo en cuenta que el último gran incendio en Tejeda Almijara tuvo lugar en el año 1982, podemos afirmar que aún queda mucho, pero que mucho tiempo hasta que la zona del río Cebollón recobre por completo su antiguo esplendor.
Antonio Castillo y Víctor Cassini (colaborador de la UGR en el proyecto "Lagunas de Sierra Nevada") toman imágenes subacuáticas del río Cebollón. Fotografía de Mariló V. Oyonarte
Interior de un remanso y del cauce del río. La transparencia de sus aguas es total. Tomas subacuáticas de Víctor Cassini
Los ecosistemas fluviales están en constante transformación. La Naturaleza, en un ejercicio de equilibrio perfecto, ha regido invariablemente el destino del río y sus pequeños habitantes. A los años de sequía se sucedían los de lluvias e inundaciones. Y es que los ríos han estado cumpliendo su misión eterna de desaguar las precipitaciones en forma de lluvia, nieve o granizo que caían en su cuenca, y cuando el exceso de agua sobrepasaba los límites del propio cauce, se anegaban las zonas aledañas hasta que el agua terminaba filtrándose por el propio terreno, enriqueciéndolo y alimentando los acuíferos subterráneos. Las inundaciones periódicas renovaban el medio natural controlando las poblaciones de alevines, redistribuyendo los sedimentos, remodelando las cuencas de los ríos e incluso despejando los cauces de especies invasoras, ramaje o animales muertos y exceso de algas. Por eso dicen los más viejos que un río sin crecidas ya no es un río.
Pero el hombre, en su afán por controlar todo a su gusto y conveniencia, ha intentado -y no siempre conseguido- alterar estos ciclos naturales de crecidas mediante la construcción de diferentes estructuras para contenerlas, guiarlas y, de alguna forma, aplacarlas para que no estropeasen sus preciadas casas y cultivos. Diques, encauzamientos, canales, acequias, embalses y otras infraestructuras artificiales han cambiado la fisonomía de los antiguos cauces, alterando para siempre la belleza pura de las láminas de agua naturales. Pero la Naturaleza no es fácil de someter, y los daños -o cambios- producidos por las inundaciones han continuado, a pesar de todo. Donde sí que han influido irremediablemente es en la alteración del ecosistema fluvial, ya que estas barreras artificiales impiden el paso de las especies subacuáticas de unas zonas a otras del río. También favorecen la sedimentación de piedras y arena en lugares donde el cauce, por sí mismo, no lo haría, disminuyendo la profundidad del mismo y reduciendo los remansos naturales y su capacidad de desagüe.
El Cebollón, a pesar de ser un tranquilo y pacífico "río hembra", también sufre la presencia de un alto dique, construido en el año 1986 por el IARA (Instituto Andaluz de Reforma Agraria), que ha jugado un papel crucial en la acusada remisión de su fauna subacuática. Moderadamente integrado en el paisaje gracias al paso del agua y a la colonización de parte de su estructura por plantas ribereñas, este muro de piedra forma hoy una agradable cascada que hace las delicias de quienes acuden allí para refrescarse en verano. Pero el daño, desafortunadamente, permanece.
Dique de las Parideras, en el cauce del río Cebollón
Es un hecho, por tanto, que ningún río -tampoco el Cebollón- lo tiene fácil en los tiempos actuales para mantener intactas su idiosincrasia y biodiversidad. El cambio climático, tan traído y llevado, pero tan real, contribuye, por su parte, a acelerar el proceso: años seguidos de lluvias escasas y calentamiento global que reducen considerablemente el volumen de agua que circula por su lecho fluvial; aumento de la temperatura y menor oxigenación de la corriente, que impiden el correcto desarrollo de los alevines de todo tipo de especies subacuáticas… A esto podríamos añadir la captura sin control de ciertas especies, especialmente cangrejos y truchas -furtivismo esporádico-, circunstancia que termina de completar el panorama. Bien es cierto, a decir de los antiguos, que el río Cebollón no fue nunca tan abundoso en peces y cangrejos como sus hermanos el Bacal y el Cacín; pero también lo es que sus aguas sostuvieron, hasta hace pocos años, un ecosistema muy completo.
Excursionistas caminando por el cauce del río Cebollón
Por último añadir un hecho de menor relevancia, pero que tampoco contribuye a la conservación: la práctica de los -a nuestro entender- mal llamados "senderos acuáticos", que convierten los lechos fluviales en poco menos que caminos de agua por los que, en temporada estival, desfilan cientos de personas pateando, removiendo y alterando el fondo arenoso y la vegetación de ribera con la suela del calzado. No se trata de la peor de las agresiones, desde luego, pero estas acciones completan la lista de afrentas que sufren nuestros indefensos ríos de montaña. Más, habida cuenta de que, en el caso del río Cebollón, junto a él transcurre un precioso y cómodo sendero por el cual es posible hacer gran parte del recorrido. Dice el refrán que "si vemos las barbas de nuestro vecino cortar, pongamos las nuestras a remojar"… Tenemos muy cerca el caso del río Chíllar, al otro lado de estas mismas montañas, en la vertiente malagueña, que viene padeciendo "en sus propias piedras" este problema, hasta el punto de que su cauce ha llegado a convertirse en una suerte de procesión interminable de personas que lo invaden, así como lo hacían las huestes de Atila, de forma que la vida subacuática en ese río prácticamente brilla por su ausencia. Tal masificación, que se repite durante varios meses al año -dadas las suaves temperaturas de la zona- ha llegado al extremo de extinguir cierta planta endémica de esos parajes. Tras la época de máxima afluencia de visitantes suele ser imperativa la intervención de varias partidas de limpieza para liberar al pobre río de la basura acumulada en sus alrededores.
El profesor Antonio Castillo llena un vaso de agua de un afluente del Cebollón, el arroyo de la Culebra. Fotografía de Mariló V. Oyonarte
Está claro que una adecuada gestión de los ríos debería pasar por restituirles su función -que al fin y al cabo han sabido realizar perfectamente durante miles de años- recuperando para ellos el espacio que ocuparon, eliminando las barreras y devolviéndoles, en lo posible, la integridad de su entorno natural. Pero como en muchos casos todo esto no es factible, habrá que confiar en la -afortunadamente cada vez mayor- concienciación medioambiental de la sociedad, porque no se trata de una tarea, de una obligación en realidad, exclusiva de los organismos competentes, sino también de cada uno de nosotros. La protección y conservación de nuestro patrimonio natural -y el río Cebollón es una parte esencial de ese patrimonio- no es ya primordial, sino urgente. Porque hay aspectos como el cambio climático y las infraestructuras construidas que no podemos evitar, pero otros sí que dependen de lo poquito que podamos contribuir a nivel individual, como por ejemplo olvidarnos del furtivismo, llevarnos siempre nuestra basura o recorrer por el sendero y no por el agua ese paraje tan hermoso, tan genuinamente almijareño y tan nuestro como es el "río hembra" y "río higuera" Cebollón.
Una imagen idílica, que tal vez en el futuro podría volver a repetirse: el río Cebollón lleno de peces
No son pocos los que afirman que Naturaleza, desarrollo, conservación y turismo son conceptos del todo incompatibles. Aportemos, pues, nuestro grano de arena para que no sea así: pensemos globalmente y actuemos localmente conociendo en lo posible, apreciando en su justa medida y preservando para el futuro, entre todos, lo que es de todos.
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Blog del profesor Antonio Castillo Martín: https://paisajesdelagua.es
Escrito por Mariló V. Oyonarte
Fotografías y edición de vídeo, Carlos Luengo
Vídeos e imágenes subacuáticas, Víctor Cassini