El cuento de la princesa



Y el dragón, por supuesto.

 En su ensayo “El dragón que vino a cenar” el insigne sabio, folclorista y filólogo ruso Vladímir Follargétov desmonta el mito de dragón malvado y cruel que rapta a la pobre princesa para encerrarla en una torre y someterla a toda suerte de sevicias. Esta es la versión que las “babas” (abuelas) contaban sus nietos en las largas noches de invierno de las estepas cuando los hombres de la casa estaban presentes. Cuando no, y siempre según Follargétov, la princesa, que estaba hasta el flequillo de las restricciones de la corte y, esto es esencial, que no podía ver ni en pintura al príncipe pretendiente, se escapaba de la jaula de oro en la que era retenida y corría al mundo exterior en busca de aventuras, nuevas vivencias y personas sencillas, totalmente alejadas de los estirados de la corte real.

 Y entre esa gente descubrió al lobo bueno que le dio refugio, el pirata honrado que le obsequió coronas de flores y joyas de incalculable valor, con las que la alegre princesa jugaba y se adornaba, sin darles más valor que el de ser obsequio del pirata. Y, ya estamos llegando, al dragón que la acogió en una gélida noche y le dispensó el hospitalario trato que los dragones dan todas las criaturas del Señor (incluso si no creen en el Señor).

Y por el otro lado al rey y el pretendiente más que enfadados ante el desplante de la niña
 Tenemos, pues, a la princesa retozando por donde quiera que anduviera. Libre, feliz, despreocupada y alegre. Y por el otro lado al rey y el pretendiente más que enfadados ante el desplante de la niña. De modo que el rey ordena a su senescal que organice una expedición de busca y captura de la princesa prometida, se la había prometido al pretendiente, claro. Sin consultar con ella para nada. ¿Para qué?

 El resto es lo que conocemos por las fuentes oficiales: El lobo, el pirata y el dragón, asesinados; la princesa raptada por la tropa, conducida a palacio y casada a la fuerza con el pretendiente. Pero como esto es impublicable, la leyenda surge pronto de manos de los cronistas oficiales, de modo que el dragón robó a la princesa y fue el valiente príncipe el que, arriesgando su vida, la salvó. Que cayó a sus pies rendida de amores. Suena la música romántica adecuada y fin de la historia.

 Naturalmente todo lo anterior es un disparate inventado por mí, como habrá advertido el cauto lector avisado por el apellido Follargétov que recuerda al palabro que por estas tierras usamos para referirnos a algo endeble o de baja calidad “de follargueta”. No hay modo de saber la verdad de la historia, puesto que únicamente conocemos una de las versiones de la misma, que es la oficial.

 Esto, que en asuntos de escasa importancia como las princesas (de cuento, aclaro) es irrelevante, en materias que nos afectan a todos es algo más preocupante e indignante.

...hace tiempo que he renunciado a querer saber lo que pasa en Ucrania. Por favor no intentéis contármelo
 Si únicamente conocemos la versión de una de las partes, no pasa nada; pero la ética, la honradez y la profesionalidad para quienes hacen del opinar medio de vida, obligan a callar, a no opinar y decir simplemente, me remito a la versión oficial.

 Todo lo demás es propaganda, marketing y otras cosas. Pero no es periodismo, no puede ser periodismo.

 Yo sigo apoyando, todos los meses a los niños víctimas de todas las guerras, pero hace tiempo que he renunciado a querer saber lo que pasa en Ucrania. Por favor no intentéis contármelo.

 Porque si me negáis acceder a “la otra versión”, estáis poniendo en duda mi capacidad de ciudadano adulto y mi inteligencia al pensar que no sé distinguir hechos de propaganda. Y no me gusta.