Lo ha dicho la ministra de agricultura, Isabel García Tejerina en alusión al referéndum griego y yo se lo agradezco porque me ha hecho reflexionar sobre urnas y otros artefactos.
Artefactos no menos peligrosos que las urnas, como los cuchillos cebolleros, los martillos, las cafeteras italianas o, en definitiva cualquier otro utensilio cuyo empleo, mal empleo, pueda causar lesiones al que lo usa o a terceros. Exactamente igual que con un martillo uno se puede golpear en un dedo o con una cafetera italiana quemarse, con las urnas se corre el riesgo de poner en el poder a gente poco recomendable, como fue el caso de Hitler que se hizo con el poder mediante las urnas o Ronald Reagan, también elegido democráticamente y que impulsó, apoyo y armó a los combatientes islámicos de Afganistán, que por la época, principios de los años ochenta, combatían contra los invasores soviéticos. Aquello, qué duda cabe que dio un empujoncito al Muro de Berlín, pero también trajo el auge del islamismo, que no es precisamente un mal menor.
Ciertamente las urnas son peligrosas y como en esta mirada no voy a criticar al PP, (no mucho) paso de puntillas sobre el hecho de que las urnas han puesto, más o menos, a la ministra García Tejerina en el cargo, como también obvio todos los males que padece España, que no los ha traído el gobierno, pero que no sólo no los ha mitigado, sino que los ha empeorado.
Ciertamente las urnas que ponen y quitan gobiernos son un utensilio peligroso, especialmente para quienes ya están en el poder y corren el riesgo de perderlo; pero para los ciudadanos de a pie, que somos todos lo que no usamos coche oficial, las urnas no suponen más peligro que el martillo, que sabiamente empleado con su compañero el cincel sobre la piedra, ha dado los mayores monumentos de nuestra patria, o como el cuchillo cebollero herramienta que facilita enormemente la base de casi toda la cocinas mediterráneas. Del mismo modo el sabio empleo de las urnas puede traer cambios en las formas de hacer las cosas, algunas ya se están comprobando aunque sea tímidamente; se trata únicamente de gestos, pero esos gestos ya ponen nerviosos a quienes con esta forma de hacer las cosas están satisfechos porque a ellos les va muy bien.
Primero fueron los recortes, las privatizaciones, los copagos sanitarios, después la ley mordaza que criminaliza la protesta contra esas políticas lesivas para la gran mayoría. Contra todo eso la respuesta sosegada y serena no es otra que la de cambiar las cosas a través de las urnas, las urnas son peligrosas para nosotros si no sabemos usarlas, o para quienes ahora nos gobiernan si tenemos el sentido común de comprender que la soberanía reside en el pueblo, dice la Constitución vigente, que tal vez no sea la que preferimos, pero que en todo caso es la que tenemos. El pueblo es el soberano, de él, de su voluntad emana el poder que los votos otorgan y no hay que dar explicaciones de lo que se ha votado, a quien se ha votado o que gobiernos han salido de esas votaciones por más que a algunos les incomode ver radicales, lo que para ellos son radicales, pisando las moquetas de los despachos oficiales y, sobre todo, demostrando que es posible hacer las cosas de otra manera, que es posible llegar a acuerdos de gobierno para cambiar las cosas.
Lo que pasa es que muchos no han entendido el mensaje claro que han dejado las urnas, que no es otro que el de hastío, el hartazgo, en la tercera acepción de hartar, el asco que provoca la corrupción, la crisis no solo no resuelta sino empeorada y todas las situaciones que han llevado a mucha gente a votar de manera peligrosa, según la ministra García Tejerina.
Ojo, que las urnas son peligrosas. Pero mucho más peligrosa es para la salud la pobreza y el hambre. España año 2015, aunque cada vez se parece más a otra España, la de 1945.