Como casi todos los géneros musicales populares, el bolero se adapta a la perfección a ese estado de ánimo del ex madridista y su acabada historia de amor con el club.
Nos quisimos, pero ya no nos queremos. Hace calor y el portero Iker Casillas, que estaba hasta donde estaba, en frase poco afortunada de Florentino, que yo no voy a repetir, ha pedido el finiquito, cuya cuantía ignoro pero intuyo más que millonaria y se ha ido al Oporto; pero antes ha dicho que quiere ser recordado no como buen o mal portero, sino como buena persona. Se lo concedo, porque no tengo datos en contra, pero le recuerdo que no se ha ganado el sueldo como buena persona, sino como futbolista y que el mundo está lleno de buenas personas que están también más que hartas de su situación, de su trabajo, de no ser valorados, de ser incomprendidos, de aguantar mucho por muy poco; pero no se pueden permitir dejar su trabajo y tienen que apretar los dientes y tirar para adelante, que la hipoteca y el tener que poner grandes a los niños obligan mucho más que la firma estampada en un contrato.
No juzgo al guardameta del equipo blanco en función de sus aciertos o desaciertos en el rectángulo verde, debajo de los postes, que para ello me faltan conocimientos sobre la materia e interés en la misma, tampoco entro a juzgar su bondad o falta de ella, pero estoy dispuesto, ya lo he dicho lineas arriba, a reconocérsela; pero como aficionado al espectáculo en todas sus variedades, sí que juzgo su actuación en la despedida casi llorosa y el papel de víctima que ha elegido, en la más pura tradición de los mejores boleros. En España hay víctimas reales, víctimas del terrorismo, víctimas de la violencia machista, víctimas de las políticas neoliberales que tan liberalmente aplica el gobierno; hay demasiadas víctimas reales para que venga don Iker a hacernos la escena del lagrimón, porque entiende que en su ex equipo no lo valoraban lo suficiente o, porque por las razones que sea, ya no se sentía a gusto, o, al final voy a tener que decirlo, “porque está hasta los huevos” castiza reflexión del que creo que es el presidente del Madrid, Florentino Pérez. Con un par, no estás a gusto, pues pillas y te vas. Lo que pasa es que ese tipo de actitud sólo se la pueden permitir dos tipos de personas: Las que por estar más que respaldados económicamente por sólidos valores, dinero contante y sonante e inversiones bien meditadas, caso del actor del anuncio del champú que me ocupa, o las que por no tener nada que perder pueden esgrimir ese “en mi hambre mando yo” del que no es responsable de bocas que mantener, más que la propia. Entre ambos extremos está la mayor parte de los ciudadanos de España que tienen que mantener el tipo cada día con sueldos cada vez más mezquinos, eso los que tienen sueldo al que agarrarse, que también son demasiados los que carecen nómina que nos le llegue para tantos días como tiene el mes.
No formaré parte del coro de los que acompañan a Casillas como plañideras, entre otras cosas porque se ha ido a Oporto a seguir haciendo lo que debo suponer que es su vocación , o sea ser portero de balompié, y no a mejor vida, aunque espero que entre los portugueses se sienta mejor tratado que entre nosotros. Y esa es otra cuestión que tratar en tiempos en los cuales lo mejor de nuestra juventud tiene que elegir el camino del exilio económico a buscar fuera de nuestra fronteras lo que dentro de ellas se les niega, que no es otra cosa que el desempeño de un trabajo que les permita hacer aquello para lo que se han preparado durante años a cambio de un sueldo que les permita una vida decorosa. Que el madrileño antes de dejar la patria tuviese ya firmado el contrato nos habla de que es muy buen portero, que eso es algo que no se puede negar, pero también de que es un privilegiado en tiempos en los que nuestra juventud ha de salir las más de las veces a la aventura y a lo que caiga.
Eso sí, le deseo al portero toda clase de éxitos deportivos en su nueva etapa y le recuerdo que si las cosas no pintan bien, le queda la suerte de poder aprender otro género musical con el que expresar desengaños amorosos, como es el fado.