En los años 1932 y 1933 en que escribe su obra cumbre, “La destrucción o el amor”, el poeta pasa por una de las más graves crisis de la grave enfermedad renal que viene padeciendo desde 1925.
María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora
Aunque, en principio, el dictamen médico es desalentador, pues al parecer ambos riñones están invadidos, un nuevo examen clínico arroja cierta esperanza, pues sólo es un riñón el afectado, al que hay que extirpar enseguida. Su posición de enfermo grave y de convaleciente, su instalación en el campo y su alejamiento del quehacer cotidiano, configuraron esa visión del mundo que el poeta venía incubando desde años atrás. El amor, la muerte y la naturaleza se unen en este libro a través de un panteísmo totalizador y donde hay una total carencia de tono elegíaco referente a su enfermedad. El vitalismo parece dominar la incapacidad y el dolor, llevándole a entender las realidades fundamentales de la vida a través de un sistema estético y mental que superan todas las circunstancias adversas.
No es indiferente la intención del poeta al abrir y cerrar su poemario, respectivamente, con “La selva y el mar” y “La muerte”. El primero es una introducción al hábitat de la obra por medio de un bestiario muy logrado, que muestra la difícil separación del amor y del odio en la naturaleza, y en la que coloca al hombre como un simple elemento más de ese mundo, entre tigres, leones, elefantes, cobras, águilas, escorpiones…, presentándonos “la menguada presencia de un cuerpo de hombre que jamás podrá ser confundido con la selva”.
Este poema une, desde el título, la exuberante presencia de la tierra y el mar, ya en luminoso día, ya en amorosa noche. El que el libro se cierre con “La muerte” es consecuente con el panteísmo del poeta, ya sea considerado éste como pesimista, o simplemente por ser el inevitable final de todo lo creado, y como señal de resignada conformidad con ese final que une definitivamente al hombre con la naturaleza en un abrazo totalizador. Diríamos que si el inicio es una obertura de lo vivo, fluyente y cambiante, el final es el fatal acabamiento del ser.
Pero el término real es el amor, y su equivalencia, en la visión del poeta, es la destrucción. De ahí que el libro se inicie con una afirmación de su tema central, el amor, y de su connotación principal, la destrucción. Esta identificación, sin embargo, dista mucho de ser una nota negativa. Para Aleixandre el amor tiene siempre un sentido positivo, gozoso hasta el punto de desvelar lo erótico, como alta realidad de la vida del hombre y del universo todo.
“La destrucción o el amor” es un poemario amoroso nada convencional: “¡Ven, ven, muerte, amor; ven pronto, te destruyo; /ven, que quiero matar o amar o morir o darte todo; /ven, que ruedas como liviana piedra, /confundida como una luna que me pide mis rayos!”. Es el amor como identificación del morir, como en los místicos y sendas comparaciones de los amantes con elementos telúricos y cósmicos: ella es una liviana piedra, que rueda, confundida como una luna, mientras él posee unos rayos, como un astro. Resulta patente que los hilos conductores de esta belleza poética serían, por un lado, muerte-destrucción como significado final del amor y, por otro, identificación y comunión del hombre con la naturaleza (hábitat del amor en toda la obra).
Al contrario de lo que ocurre en la poesía tradicional, el mundo vegetal-flores, hierba, árboles-es poco abundante, sustituido por el mundo animal, presente por todas partes. El bestiario va desde los animales más bellos y fuertes a los más insignificantes, raramente cantados en poesía: “ El tigre, el león cazador, el elefante(…)/la cobra que se parece al amor más ardiente, /el águila que acaricia a la roca como los sesos duros, /el pequeño escorpión que con sus pinzas sólo aspira a/oprimir un instante la vida, /la menguada presencia de un cuerpo de hombre que/ jamás podrá ser confundido con una selva, (…)” En ese bestiario también aparece el pájaro, como elemento positivo y embellecedor.
Las rocas (cuerpo de piedra), las playas, el fondo de la tierra…, son una constante en estos versos. Tierra en alternancia con el mar y rodeada del sol y la luna. Y así en continua fluencia de días y de noches; en el alba o en el atardecer. En comunión con el mundo natural, sin historia. Todos los seres de este universo, presentan el grado de importancia que les da la vida, con capacidad de amor y muerte. Pero sobre todo, al participar del amor, se acercan asimismo al corazón del hombre: “Oh, cobra, ama, ama” o “Un abrazo inmenso abarca la selva como una cintura”, o el ejemplo, común con Lorca, de la importancia que concede a los seres ínfimos: “Me amas como los dulces animalitos/en su tristeza mansa inexplicable”.
Es tanta el ansia de fusión cósmica aleixandrina que hay poemas en los que no sabemos si el poeta canta al amor de la pareja o el de la naturaleza. “¿Cuántas veces confundo a la amante con la amorosa tierra que nos sustenta a los dos? En el fondo no es más que el ansia de unificación…” Todo ello pone de manifiesto el panteísmo del poeta, relacionado con la mística cristiana en cuanto al antropomorfismo como base de sus imágenes que, al igual que el alma en la mística, toma brazos o labios de los humanos, pero alejado de la misma en cuanto a su concepción materialista.
Aleixandre, en ese hábitat, presenta al hombre y a la mujer desnudos “como los hijos de la mar…” El vestido, por ser historia, y apartar los cuerpos, es el mayor enemigo del mundo poético de Aleixandre. En su poema “El desnudo” dice que “el vestido es la muerte”, “la acumulación de siglos que nunca se olvidan”. El completo amor llegará con una fusión total, es decir, con una destrucción no sólo de los pronombres –tú y yo- y de la vida histórica, sino también de la vida natural, en un gozoso acto de integración cósmica.
Tras la muerte, tema trascendental en su obra, el poeta entrará en comunicación con la naturaleza toda, más allá de la cópula antropomórfica, en una copulación total y eterna. Esto no quiere decir que el panteísmo integrador de Aleixandre sea siempre gozoso ni que su visión de la realidad sea como en Guillén. La realidad de la naturaleza es dramática. Los animales se aman y se devoran, el amor produce gozo y destrucción, la naturaleza es canto de amor y muerte. Sencillamente es así… Alexaindre dijo que le gustaría morir “con aceptación”, pues la muerte entra en la mecánica del vivir. De ahí la coherencia de colocar como cierre del libro el poema “La muerte” como final inevitable de la película de la vida: “Quiero besar el marfil de la mudez penúltima”, y puede presentarnos a la misma muerte como intercambiable con la naturaleza y la vida: “Muerte como el puñado de arena, / como el agua que en el hoyo queda solitaria, /como la gaviota que en medio de la noche/tiene un color de sangre sobre el mar que no existe.”
El féretro con Vicente Aleixandre, saliendo de su domicilio.