María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora
Debió encontrar, por entonces, en Nietzsche, el perspectivismo de éste, el cual, bien o mal interpretado, significaba que Dios y el mundo eran simplemente proyecciones de uno mismo hacia fuera. El radical nihilismo de Nietzsche que refería todo al propio yo, fue lo que debió influirle a Ortega, del mismo modo que había influido a la generación del 98 que le precedió. Mas Ortega reacciona más tarde contra este nihilismo nitzscheano, viniendo a considerar que Dios, el hombre y el mundo son las tres realidades que se influyen entre sí. Esta visión de la realidad que hay en derredor nuestro constituye la premisa básica del perspectivismo de Ortega. Sin embargo, leyendo algunos libros del filósofo español es fácil que se reduzca esta perspectiva tridimensional a otra de dos dimensiones: el yo y el mundo. Porque Ortega escribía en un contexto español, en el que al yo se le había abandonado a sí mismo, hasta tal punto que para él había desaparecido el mundo exterior. De ahí que el pensador estuviese diciéndoles sin cesar a sus compatriotas que tenían que descubrir de nuevo el mundo si querían averiguar dónde se hallaban realmente. Los españoles necesitaban encontrarse otra vez a sí mismos en sus circunstancias. Se puede engañar uno si toma esta visión bidimensional de la realidad por la esencia del pensamiento de Ortega, ya que asimismo mantiene que hemos de atender la dimensión más problemática de todas, la escatológica. La concepción orteguiana de que es menester una nueva revelación para orientarnos en la historia y la de que lo temporal y lo eterno van juntos son muy importantes en su pensamiento y no puede dejárselas de lado como muchos autores tratan de hacer.
Escribe Ortega en carta a Maeztu: “Al cabo hemos salido de la zona tórrida de Nietzsche, al que, por supuesto, interpretábamos mal entonces: hoy somos dos hombres cualesquiera para quienes el mundo moral existe”.
Significaba esto que la nihilista concepción de Dios y del mundo que implicaba el perspectivismo nietzscheano había desaparecido; y en su lugar encontramos una nueva noción de perspectiva. Dios, el mundo y el hombre tienen cada uno sus perspectivas propias.
En “Adán en el Paraíso” (1910), había empezado ya Ortega a desarrollar su perspectivismo, sosteniendo que los tres tipos de realidad-Dios, mundo, hombre-se apoyan el influyen recíprocamente. Hay entre Dios, el hombre y el mundo, proximidad o distancia. Podemos acercarnos al mundo o alejarnos de él, lo mismo que podemos acercarnos o alejarnos respecto de Dios, y es que nos mantengamos a conveniente distancia psicológica de Dios y del mundo si queremos aprehenderlos en los raros momentos de la revelación.
La noción de Dios se va entretejiendo cada vez más con la de perspectiva por el año 1913, en las “Meditaciones del Quijote”. Intentando dar a sus lectores una idea de las jerarquías que hay en torno a nosotros, escribe Ortega: “¿Cuándo nos abriremos a la convicción de que el ser definitivo del mundo no es materia ni es alma, no es cosa alguna determinada, sino una perspectiva? Dios es la perspectiva y la jerarquía: el pecado de Satán fue un error de perspectiva”.
“Ahora bien: la perspectiva se perfecciona por la multiplicación de sus términos y la exactitud con que reaccionamos ante cada uno de sus rangos. La intuición de los valores superiores fecunda nuestro contacto con los mínimos, y el amor hacia el prójimo y lo menudo da en nuestros pechos realidad y eficacia en lo sublime. Para quien lo pequeño no es nada, no es grande lo grande”.
“Hemos de buscar para nuestra circunstancia, tal como ella es, precisamente en lo que tiene de limitación, de peculiaridad, el lugar acertado en la inmensa perspectiva del mundo. No detenernos perpetuamente en éxtasis ante los valores hieráticos, sino conquistar a nuestra vida individual el punto oportuno entre ellos. En suma: la reabsorción de la circunstancia es rel destino concreto del hombre”. En entonces veremos el mundo, no como una jerarquía opuesta a nosotros y a nuestros quehaceres, sino como una que nosotros podemos realizar y en la que podemos tener confianza y apoyo.
Posteriormente, en 1923, en otro de sus libros más famosos, “El tema de nuestro tiempo”, desarrolla todavía más Ortega la relación entre Dios y el perspectivismo. Dice así: “Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta. Ahora bien: esta suma de las perspectivas individuales, este conocimiento de lo que todos y cada uno han visto y saben, esta omniscencia, esta verdadera “razón absoluta” es el sublime oficio que atribuimos a Dios…Su punto de vista es el de cada uno de nosotros; nuestra verdad parcial es también verdad para Dios. ¡De tal modo es verídica nuestra perspectiva y auténtica nuestra realidad!...”
La noción de Dios la entiende Ortega, por una parte, como una representación de la totalidad de puntos de vista o como una perspectiva absoluta; mas, por otra parte, la ve como el último término o plano de todas las perspectivas completas. A esto lo llama, en varias ocasiones, el plano de las ultimidades o el sentido religioso de las cosas.
Volviendo ahora a uno de sus trabajos filosóficos publicados póstumamente, el que se titula “¿Qué es filosofía?”, dado por primera vez en un curso de 1929, encontramos a Ortega exponiendo esta última cuestión. ¿Cuál es el plano último de una perspectiva completa, aquel en que se integran todas las perspectivas parciales? Y respondiendo a esta pregunta escribe: “…el ser fundamental es el eterno y esencial ausente, es el que falta siempre en el mundo y de él vemos sólo la herida que su ausencia ha dejado, como vemos en el manco el brazo deficiente”. Y a continuación pasa a decir: “Yo creo que es debido, por lo pronto, subrayar mucho la heterogeneidad, lo que tiene de distante e incomparable con todo ser intramundano ese ser fundamental…Como en las religiones aparece bajo el nombre de Dios esto que en filosofía surge como problema de fundamento para el mundo…”.
Esta necesidad de buscar el fundamento último del universo la resume así: “necesitamos una perspectiva íntegra, con primero y último plano, no un paisaje mutilado, no un horizonte al que se ha amputado la palpitación incitadora de las postreras lontananzas. Sin puntos cardinales, nuestros pasos carecerían de orientación. Y no es pretexto bastante para esa insensibilidad hacia las últimas cuestiones declarar que no se ha hallado manera de resolverlas…Quiero decir con esto que no nos es dado renunciar a la adopción de posiciones ante los temas últimos: queramos o no, de uno u otro rostro se incorporan en nosotros”.
Las ideas de las citas anteriores se encuentran en una reseña que publicó Ortega en 1908. Ahí, apenas iniciada su carrera de escritor, se muestra ya en posesión de su verdadero yo, con su actitud de religioso respeto por las cosas, por la realidad en todas sus dimensiones, incluida la esencial y problemática. En esa reseña escribió: “La verdadera irreligiosidad es la falta de respeto hacia lo que hay encima de nosotros y a nuestro lado y más abajo…El hombre respetuoso piensa, en cambio, que es el mundo un problema, una dolorosa incógnita obsesionante y opresora que es preciso resolver, o cuando menos aproximarse indefinidamente a su solución”.
Esta temprana penetración en la perspectiva y su vinculación a la actitud del hombre respetuoso equivale a un esbozo de todas las intuiciones que le seguirán. Pero conviene hacer notar aquí que esta noción de perspectiva no es visual. Es lingüística. Así como vamos ampliando y dando mayor precisión a nuestra perspectiva, nuestro lenguaje va también multiplicando su terminología, de suerte que podemos transmitir la misma cosa en un lenguaje de infinita variedad, en el que cada vocablo pone de realce un aspecto de aquello que estamos hablando. La perspectiva visual nos mete en el espacio. En cambio, la perspectiva creada por el lenguaje mismo nos introduce en el tiempo, y es el ritmo de esos tiempos el que se convierte en la perspectiva de nuestra vida individual.