Albert Camus, ensayista, dramaturgo y novelista francés, a la luz de un nuevo nihilismo, revela una preocupada desorientación y sin sentido del vivir humano.
María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora
El existencialismo que define su pensamiento es el vivido tras las traumáticas experiencias bélicas de la Primera y Segunda Guerra Mundial, conflictos considerados como casos extremos de la estupidez humana. La tragedia existencial que llegó a vivir le llevó a preguntarse por el sentido de la vida, la significancia o insignificancia del ser, el dilema de las guerras, la libertad (tanto física como metafísica), el eterno devenir del tiempo, la relación dios-hombre, el ateísmo, la vida y la muerte.
Indeciso entre la desesperación y la rebelión, el gusto de vivir y la fe en el hombre, el filósofo del absurdo extrae esta fe del fondo de su negra desesperación: “El mundo en que vivo me repugna, pero me siento solidario de los hombre que sufren en él”. Aparece cierto estoicismo fundado, no en la esperanza de Dios, ni en el sentido del honor, sino en una lucidez voluntaria. No acepta el absurdo y su pensamiento llega a desarrollarse en dos planos: el de la dialéctica que termina en un enigma, y el de la vitalidad sensible y superiormente consciente, que al fin gana en secreto la partida.
En su lucha vital contra el drama de la existencia, aborda distintas formas de rebeldía contra los valores y principios que se han aceptado como inmutables. Dios, la moral, se ponen en cuestión en un acto de rebeldía a favor que ofrecerá un sentido ajeno al de los principios superiores o divinos, proponiendo soluciones a los problemas del humano existir: “no hay castigo más terrible que el mundo inútil y sin esperanza”. Para Camus la rebelión constante es el espíritu que mueve al hombre crítico, humanista y emancipador, previniendo de la tiranía en nombre de la libertad.
Luchaba por el derecho a la felicidad, a una felicidad vivida siquiera “un instante”, pero que equivale a toda una eternidad como el que vivió el mítico personaje del texto que vamos a referir en estas páginas, ante la contemplación de la suprema belleza de lo natural.
“El mito de Sísifo” es un ensayo literario de esencia filosófica que describe “el sentimiento del absurdo”, el reconocimiento profundo de la inanidad, y la intrascendencia del hombre frente al cosmos, a su destino y a la historia, sólo rescatado cuando actúa como si pudiera cambiar el universo.
Este ensayo filosófico de Camus (1942), imagen adecuada del sentido humano que desemboca en una advertencia de viril estoicismo, se abre con una cita de Píndaro: “No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible.” El título proviene de un atribulado personaje de la mitología griega. En él, Camus discute la cuestión del suicidio y el valor de la vida, presentando el mito de Sísifo como una metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre. Filosofía del absurdo, que mantiene que nuestras vidas son insignificantes y no tienen más valor que el que creamos. Siendo el mundo tan fútil, el escritor pregunta, ¿qué alternativa hay al suicidio? El ensayo se inicia: “No hay sino un problema filosófico serio: el suicidio.”
Sísifo, dentro de la mitología griega, como Prometeo, hizo enfadar a los dioses por su extraordinaria astucia. Como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo de nuevo hasta la cumbre y así indefinidamente. Camus desarrolla la idea del “hombre absurdo” con una “sensibilidad absurda”. Es aquél que se muestra perpetuamente consciente de la completa inutilidad de la vida. También es aquél que, incapaz de entender el mundo, se confronta en todo momento a esta incomprensión. El hombre rebelde será, por lo tanto, aquél que se encuentre en todo momento frente al mundo. Esta eterna “vivacidad”, este eterno confrontarse con el absurdo mediante el mayor número de experiencias vividas es justamente lo que daría sentido a no renegar del absurdo. En este punto Camus muestra cómo su existencialismo no promueve al quietismo y la pasividad ante el absurdo.
Influenciado por Dostoievski, Camus describe el progreso histórico de la conciencia del absurdo y concluye que Sísifo es el héroe del absurdo definitivo. En su ensayo, Camus afirma que Sísifo experimenta la libertad durante un breve instante, cuando ha terminado de empujar el peñasco y aún no tiene que comenzar de nuevo abajo. En ese punto Camus sentía que Sísifo, a pesar de ser ciego, “sabía” que las vistas del paisaje estaban ahí y debía haberlo encontrado edificante: “Uno debe imaginar feliz a Sísifo”, nos dice, por lo que aparentemente lo salva de su destino suicida. La obra se cierra con cierto esteticismo esperanzador.
El escritor francés, penetrante y vigoroso, impresiona y un aura de auténtica poesía envuelve a menudo sus páginas.
La muerte inesperada de Camus en un momento culminante de su trayectoria creadora, significó una irreparable pérdida para el mundo del pensamiento y de la literatura existencial.