Los años de juventud han pasado. La experiencia de la vida ha extraído sus frutos. Shakespeare ha visto disiparse las ilusiones de esperanzas sin límites; sufrió sin duda el aprendizaje del dolor, ese duro maestro de que habla Musset.
María Jesús Pérez Ortiz
(Filóloga, catedrática y escritora)
Las brillantes y bulliciosas producciones de tiempo atrás han dado paso a una muy distinta visión de la realidad; el mundo es malo; la virtud, difícil, y la alegría está velada de un tinte melancólico. El drama de Hamlet es profundamente triste. Pero el artista se halla en plena posesión de sus fuerzas, y las creaciones se suceden, numerosas, variadas, trágicas como la historia y sublimes como ninguna otra obra humana.
Se puede comprobar cómo el genio puede, guardando su personalidad, tomar de un historiador un relato dramático y transportar a la escena la verdad histórica, transformada en verdad poética. Así, la historia de Hamlet, más legendaria que verdadera, es una antigua narración muy popular entre los islandeses. Su base primordial arranca de Saxo el Gramático, escritor danés del siglo XII, que compuso la “Crónica Dánica”.
El argumento de Saxo el Gramático aparece glosado y amplificado en varias sagas de los siglos XIV, XV y XVI. En efecto, en un antiguo poema escandinavo, la saga de Hamlode o Hamlet, la leyenda se va completando y ofrece muy notables semejanzas con el drama inglés. La fuente legendaria dista mucho de ser verídica. Sin embargo, las viejas crónicas islandesas aceptan como verdaderos los principales rasgos y es hecho indudable que Hamlet reinó.
Es posible que Shakespeare no conociera los antiguos argumentos de las sagas escandinavas ni de la “Crónica de Saxo”, pero al parecer y según datos constatados, existen motivos para creer que Shakespeare estuvo en Dinamarca para asistir personalmente a la inauguración del castillo de Kronborg, o de la Corona, pues en tal sitio localiza la acción de su tragedia. Este detalle es de importancia excepcional en la dramática Shakesperiana, pues echa por tierra la creencia común de que el escritor inglés sólo conoció su villa natal, su condado y Londres. El referido castillo de Elsinor donde el célebre trágico coloca la acción, no acabó de construirse hasta 1582. Allí está el jardín, la espléndida terraza sobre el mar; la explanada batida por el fuerte viento, donde se hacían las guardias; todo, en fin, tan exactamente descrito, que resultaría imposible hacerlo de no haberse visto.
También existen pruebas archivadas que confirman la presencia de actores ingleses en Elsinor en el verano de 1592, que trabajan por cuenta del Municipio en las brillantísimas fiestas reales que dio Federico II de Dinamarca en el castillo de Kronborg en honor de la embajada inglesa. Al parecer, coinciden en el mismo lugar y fecha súbditos británicos, comediantes unos y diplomáticos otros.
Shakespeare actuaba por ese tiempo en Londres en dos teatros. No resulta extraño que siguiese a la embajada inglesa en Elsinor y diera representaciones tanto en el pueblo como en el castillo recién construido; y que conociera allí la “Crónica” danesa y relacionara-conmovido y prendado del argumento-unos detalles con otros, localizando en tan bello lugar la acción, y , en fin, que viera todo con sus propios ojos, viviendo en esta tragedia lo que su poesía ha inmortalizado.
La bacanal del rey, el estrépito de tambores y trompetas a cada libación de vino del Rin y el disparo de cañonazos, que se narran en la escena cuarta del primer acto y en la segunda del quinto, ofrecen un notable parecido con aquellas fiestas en que históricamente consta que Federico II, verdadero rey del renacimiento nórdico, mandó expresamente que las piezas de artillería emplazadas en el castillo, y que dominan la entrada del puerto, disparasen en la recepción y banquete en honor de los embajadores ingleses.
La primera edición data de 1603-poco más de un año anterior a la primera parte del Quijote: -¡Hamlet y el Quijote generándose a un tiempo!- Aunque tal vez no sea la obra más acabada de Shakespeare, sí la que le ha concedido mayor fama. Otras creaciones suyas la superan en plasticidad teatral, como “Otelo”; en energía en la acción dramática, como Macbeth; en técnica y dicción, como “Romeo y Julieta”; en resortes patéticos, como “El rey Lear”; pero, en ninguna el tipo, por su grandeza literaria y filosófica, es comparable a Hamlet. Hamlet es únicamente Hamlet, y ante él las figuras de su mismo drama se empequeñecen y se evaporan. Tiende al mundo un puente y el brazo al infinito. Por debajo pasa la humanidad: el otro extremo con el cual se enlaza es Proteo. Y del yugo de la tiranía del Destino, en que aquél interroga y éste se burla encadenado, sólo acude a liberarlos la lectura de Don Quijote.
La obra más extensa de Shakespeare, fuente de inspiración de diversos autores desde Goethe y Dikens a Joyce, transcurre en Dinamarca, y trata de los acontecimientos posteriores al asesinato del rey Hamlet (padre del príncipe Hamlet) a manos de su hermano Claudio. El fantasma del rey pide a su hijo venganza. La tragedia discurre en torno a la locura, y a la transformación del profundo dolor en desmesurada ira. Además de explorar temas como la traición, la venganza, el incesto y la corrupción moral. La conducta del príncipe Hamlet fluctúa entre las extravagancias de la demencia y las profundidades de la filosofía, marcando uno de los puntos más elevados de la vida imaginativa y emotiva del hombre, y los resortes más complicados de las perturbadoras inquietudes del alma humana.
Para Víctor Hugo, Hamlet es la duda aconsejada por un fantasma. Como la gran larva de Alberto Durero, tiene sobre su cabeza al murciélago, que revolotea desplazado, y a sus pies la ciencia, la esfera, el compás, el reloj de arena, el amor, y detrás de él, en el horizonte, un enorme y terrible sol que difunde las tinieblas en el cielo. A veces parece cómo se abre su inacción y de la abertura salen truenos. Su carga no es rígida como la de Orestes, pero es más pesada. Orestes lleva la fatalidad y Hamlet el Sino. Hamlet es espantoso y, al mismo tiempo, irónico.
Desde principios del siglo XVII La obra alcanzó altos niveles de fama por la aparición fantasmagórica de un muerto y la vívida dramatización de la melancolía y la locura, dando lugar a una procesión de cortesanos desquiciados a la manera del drama de la época jacobina y carolina de la literatura inglesa. En el siglo XVIII, la crítica defendió la figura de Hamlet como un héroe puro, un hombre brillante, abatido por las desgracias. Poco a poco la obra se enfocó más en el personaje y menos en el argumento. Tal es así que en el siglo XIX, los comentaristas románticos dieron al protagonista de la obra valor por su conflicto interno e individual, reflejando el énfasis contemporáneo de la lucha interior. Este enfoque de centralización en la personalidad continuará en el siglo XX.
Hamlet ha sido con frecuencia recibido como un personaje filosófico que expone ideas hoy consideradas relativistas, existencialistas o escépticas. Veamos una muestra del relativismo: “(…) porque nada hay bueno ni malo, sino en fuerza de nuestra fantasía.” La idea de que nada es real a excepción de lo que se halla en la mente del individuo tiene raíces en los sofistas griegos, quienes defendían que, dado que nada puede ser percibido sin que medien los sentidos y cada individuo siente y percibe las cosas de forma diferente, no hay verdades absolutas, sólo certeza relativa.
El más claro ejemplo de existencialismo se encuentra en el famoso soliloquio del “ser o no ser”, donde Hamlet utiliza “ser” para aludir tanto a la vida como a la acción y “no ser” para la muerte e inacción. La contemplación del suicidio por parte de Hamlet en esta escena es, no obstante, no tan filosófica como religiosa, dado que él cree en la continuidad de su existencia tras la muerte.
Asimismo Hamlet refleja el escepticismo contemporáneo que se levanta contra el humanismo renacentista. En épocas anteriores a Shakespeare, los humanistas ya defendían que el hombre era la mayor creación divina, hecha a imagen y semejanza de Dios y capaz de elegir su propia naturaleza; idea que fue cuestionada en los “Ensayos de Montaigne en 1590. El famoso discurso de Hamlet en que dice:”¡Qué admirable fábrica es la del hombre!”, hace eco de multitud de ideas presentes en la obra de Montaigne. Más la crítica no se pronuncia sobre si Shakespeare las tomó directamente del filósofo francés o simplemente ambos reaccionaron de forma similar al espíritu de su tiempo.
En una palabra la portentosa figura de Hamlet es un alma en desequilibrio con la envoltura corporal, de la que anhela desprenderse; de ahí la falta de proporción entre su voluntad y su inteligencia y que desista de ejecutar cuando reflexiona. Contra todos los esfuerzos de la fantasía meridional, no es sino un hombre del Norte, aunque de cualidades refinadas y distinguidas en donde tienen asiento la meditación y la poesía.