“La más interesante labor que tiene todo hombre genial es mirar y comprender lo que hay dentro de sí y contarlo y escribirlo con una insobornable verdad.” Lema presente en la vida y obra de Tolstoi, cuya preocupación constante fue presentar al mundo su realismo angustioso.
María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora
El conde León Nicolaievitch Tolstoi nació en Yasnia Poliana, el 9 de septiembre de 1828 y murió en Astapovo en 1910. Hijo de un noble propietario y de la acaudalada princesa María Volkonski, viviría siempre escindido entre esos dos espacios simbólicos que son la urbe y el campo, pues si el primero representaba para él, el lujo y los placeres, el segundo, por el que sintió verdadera devoción y al que se entregó tras profundas crisis espirituales, era el lugar preferido para alumbrar sus sueños poéticos y literarios.
A los 16 años, cuenta el propio escritor en “Adolescencia”, carecía de convicción moral y religiosa, entregándose a la ociosidad y a la vida más disoluta. Estudiante rico y ocioso, así vivió tanto en la bulliciosa Kazán como en la corrompida San Petersburgo. Al dejar la Universidad en 1847, con muchas dudas morales y con un escepticismo precoz se retiró, durante varios años, a su querida campiña de Yanaia-Poliana para refugiarse en la paz de la naturaleza junto a los campesinos de su pueblo natal, sufriendo una sacudida interior ante el espectáculo del dolor y la miseria de sus siervos.
Ingresó en el ejército, sirviendo en el Cáucaso en un regimiento de artillería, lo que le hizo descubrir el desprecio de la muerte y un impresionante paisaje que guardará para siempre en su memoria, grabando en su ánimo y en su corazón una nueva fe panteísta y un inefable misticismo. Iniciada la guerra de Crimea en 1853, fue destinado a Sebastopol, asistiendo al terrible drama del sitio de dicha ciudad, que plasmará en “Relatos de Sebastopol” (1855-1856), soberbia exposición de los horrores de la guerra.
De sus viajes por Francia, Alemania y Suiza trajo las nuevas ideas pedagógicas que le moverían a abrir en Yasnia Poliana una escuela para niños campesinos en la que aplicó sus métodos educativos, que anticipaban la educación progresista moderna, cuya base se fundamentaba en el Antiguo Testamento. Mas su peligrosa novedad despertó las iras del gobierno que a los pocos años clausuró. Fue uno de sus primeros reveses con el poder establecido. También se hicieron notorias sus disidencias con la Iglesia Ortodoxa, denunciando su parafernalia litúrgica y los enrarecidos ambientes con olor a incienso e hipocresía. Llegó a ganarse la enemistad del propio zar cuando arremetió contra el ejército tomando como ejemplo el Sermón de la Montaña y recordando que toda forma de violencia era contraria a la enseñanza de Cristo.
Desde 1862 vivirá junto a su joven esposa, Sofía Berhrs, en el retiro silencioso de su querido pueblo natal. En la década de 1860, vestía como un campesino, trabajaba con los labradores de su propiedad, arando los campos y reparando sus casas. Tomaba medidas para aliviar el sufrimiento de otros. Se había convertido en una persona profundamente religiosa y altruista.
Gracias a los cuidados que le prodigaba Sofía en los primeros felices años de matrimonio, Tolstoi pudo escribir su grandiosa epopeya “Guerra y Paz” ( 1865-1869), visión épica de la sociedad rusa, justo antes de la invasión napoleónica. En ella se recrean las vidas de más de 500 personajes de la más variada índole a lo largo de unos 50 años de historia . La sincera Natasha Rosonova, una de las más conocidas e impresionantes heroínas de la literatura rusa, encarna el ideal tolstiano de la feminidad. La figura del Conde Pedro Bezeschov, círculo de conexión de dos familias nobles rusas, refleja la presencia de Tolstoi en esta monumental novela. Todo un fresco histórico donde Tolstoi ofrece la epopeya de los emperadores, Napoleón y Alejandro, y de donde emana una filosofía optimista, que atraviesa los horrores de la guerra y la conciencia de los errores de la humanidad.
“Resurrección”, su última gran novela tras “Guerra y Paz” y “Ana Karenina”, versa sobre la injusticia de las leyes humanas y la hipocresía de la iglesia institucionalizada. En ella nos narra los esfuerzos del príncipe Nejliúdov por liberar a la joven Katherina Maslova, quien había sido injustamente condenada por haber tomado parte en un asesinato. La muchacha seducida por él, tras dejarla embarazada, la abandona a su suerte. Debido a la miseria material en la que se ve abocada, se dedica a la prostitución, viéndose fatalmente envuelta en la muerte de uno de sus clientes. La casualidad hace que el príncipe se encuentre entre los componentes del jurado… Éste, impelido por el remordimiento, despliega toda su energía por salvar a su antigua amante.
Pero el relato, y esa es la gran lección, no se detiene en la plasmación de las relaciones del príncipe y Katherina, ya que , por mediación de ésta, Nnejliúdov irá tomando conciencia de las desgracias de otros condenados y del sufrimiento del proletariado urbano y del campesinado de su país. El príncipe ha iniciado un viaje espiritual irreversible. Y es que el amor a juicio de Platón es un vehículo capaz de transportarnos a los ámbitos del conocimiento y de la ética. Desde la perspectiva del cristianismo, Tolstoi quiso ejemplificar en el protagonista un ideal de humildad evangélica, destinado a implantar en la tierra el reino de Dios.
En “El reino de Dios está con vosotros”, publicado por primera vez en Alemania en 1894 tras ser censurado en Rusia, desarrolla una sociedad ideal guiado por la interpretación extraída de las Enseñanzas de Cristo. El escritor sostiene que todos los países que defienden la guerra están contradiciendo los principios fundamentales del cristianismo. Esta idea se encuentra en el Sermón de la Montaña” pronunciado por Jesús de Nazaret en el que dice: “Amad a vuestros enemigos”. En este sentido Tolstoi denuncia el papel de la Iglesia que ha pervertido las enseñanzas de Jesús al hacer posible conciliar dos conceptos irreconciliables: violencia y religión.
Al igual que algunos de sus personajes, el final de Tolstoi tampoco estuvo exento de dramatismo. Había vivido los últimos años compartiendo casi todo su tiempo con los pobres campesinos, predicando con el ejemplo su doctrina de la pobreza. Estaba muy distanciado de su familia que no comprendía su forma de vivir casi monacal, sus extravagancias... Por último concibió la idea de terminar sus días en un retiro humilde y, el 10 de noviembre de 1810, cada vez más atormentado por la disparidad de sus criterios morales y su riqueza material, abandona su hogar en medio de la noche, tras explicar sus razones en una carta a su esposa. Partió, “ligero de equipaje”, con un pequeño baúl en el que llevaba su ropa blanca y unos pocos libros, en compañía de su muy amada hija menor y de su fiel amigo el doctor Marivetski.
Cuatro días después de su partida, el escritor fue víctima de una grave afección pulmonar que lo obligó a buscar refugio en casa del jefe de estación de Astapovo, cuya familia atendió con solicitud. Entre sus últimas palabras figuran éstas que muestran la excelsitud y nobleza de alma: “Hay sobre la tierra millones de hombres que sufren: ¿por qué estáis al cuidado de mí solo?”. Su esposa llegó antes de su muerte, aunque no quiso turbar la paz del moribundo y no entró en la alcoba hasta que se produjo el desenlace, el 20 de noviembre de 1910. Su filantropía universal, tal vez injusta para con su esposa, le movieron a pronunciar estas palabras finales: “Amo a muchos”.
En cierto modo la biografía de León Tolstoi constituye una infatigable exploración de las claves de esa sociedad plural y a menudo cruel que lo rodeaba, por lo que consagró toda su vida a la búsqueda dramática del compromiso más sincero y honesto que podía establecer con ella. Aristócrata refinado y opulento, acabó por definirse paradójicamente como anarquista cristiano, lo que provocó el desconcierto entre los de su clase; creyente convencido de la verdad del Evangelio, mantuvo abiertos enfrentamientos con la Iglesia Ortodoxa y fue excomulgado. Enarboló la bandera de la mansedumbre y la piedad como las más altas virtudes; y, en fin, discutible y discutido pensador social, nadie le niega hoy haber dado a la imprenta una ingente obra literaria, una de las mayores y más universales de todos los tiempos, donde se entreveran en perfecta y armónica síntesis, la epopeya y el lirismo y donde la guerra y la paz de los pueblos cobran realidad plásticamente en los lujosos salones y en los campos de batalla, en las ilusiones y tormentos del tortuoso corazón humano.
Filóloga, catedrática y escritora
El conde León Nicolaievitch Tolstoi nació en Yasnia Poliana, el 9 de septiembre de 1828 y murió en Astapovo en 1910. Hijo de un noble propietario y de la acaudalada princesa María Volkonski, viviría siempre escindido entre esos dos espacios simbólicos que son la urbe y el campo, pues si el primero representaba para él, el lujo y los placeres, el segundo, por el que sintió verdadera devoción y al que se entregó tras profundas crisis espirituales, era el lugar preferido para alumbrar sus sueños poéticos y literarios.
A los 16 años, cuenta el propio escritor en “Adolescencia”, carecía de convicción moral y religiosa, entregándose a la ociosidad y a la vida más disoluta. Estudiante rico y ocioso, así vivió tanto en la bulliciosa Kazán como en la corrompida San Petersburgo. Al dejar la Universidad en 1847, con muchas dudas morales y con un escepticismo precoz se retiró, durante varios años, a su querida campiña de Yanaia-Poliana para refugiarse en la paz de la naturaleza junto a los campesinos de su pueblo natal, sufriendo una sacudida interior ante el espectáculo del dolor y la miseria de sus siervos.
Ingresó en el ejército, sirviendo en el Cáucaso en un regimiento de artillería, lo que le hizo descubrir el desprecio de la muerte y un impresionante paisaje que guardará para siempre en su memoria, grabando en su ánimo y en su corazón una nueva fe panteísta y un inefable misticismo. Iniciada la guerra de Crimea en 1853, fue destinado a Sebastopol, asistiendo al terrible drama del sitio de dicha ciudad, que plasmará en “Relatos de Sebastopol” (1855-1856), soberbia exposición de los horrores de la guerra.
De sus viajes por Francia, Alemania y Suiza trajo las nuevas ideas pedagógicas que le moverían a abrir en Yasnia Poliana una escuela para niños campesinos en la que aplicó sus métodos educativos, que anticipaban la educación progresista moderna, cuya base se fundamentaba en el Antiguo Testamento. Mas su peligrosa novedad despertó las iras del gobierno que a los pocos años clausuró. Fue uno de sus primeros reveses con el poder establecido. También se hicieron notorias sus disidencias con la Iglesia Ortodoxa, denunciando su parafernalia litúrgica y los enrarecidos ambientes con olor a incienso e hipocresía. Llegó a ganarse la enemistad del propio zar cuando arremetió contra el ejército tomando como ejemplo el Sermón de la Montaña y recordando que toda forma de violencia era contraria a la enseñanza de Cristo.
Desde 1862 vivirá junto a su joven esposa, Sofía Berhrs, en el retiro silencioso de su querido pueblo natal. En la década de 1860, vestía como un campesino, trabajaba con los labradores de su propiedad, arando los campos y reparando sus casas. Tomaba medidas para aliviar el sufrimiento de otros. Se había convertido en una persona profundamente religiosa y altruista.
Gracias a los cuidados que le prodigaba Sofía en los primeros felices años de matrimonio, Tolstoi pudo escribir su grandiosa epopeya “Guerra y Paz” ( 1865-1869), visión épica de la sociedad rusa, justo antes de la invasión napoleónica. En ella se recrean las vidas de más de 500 personajes de la más variada índole a lo largo de unos 50 años de historia . La sincera Natasha Rosonova, una de las más conocidas e impresionantes heroínas de la literatura rusa, encarna el ideal tolstiano de la feminidad. La figura del Conde Pedro Bezeschov, círculo de conexión de dos familias nobles rusas, refleja la presencia de Tolstoi en esta monumental novela. Todo un fresco histórico donde Tolstoi ofrece la epopeya de los emperadores, Napoleón y Alejandro, y de donde emana una filosofía optimista, que atraviesa los horrores de la guerra y la conciencia de los errores de la humanidad.
“Resurrección”, su última gran novela tras “Guerra y Paz” y “Ana Karenina”, versa sobre la injusticia de las leyes humanas y la hipocresía de la iglesia institucionalizada. En ella nos narra los esfuerzos del príncipe Nejliúdov por liberar a la joven Katherina Maslova, quien había sido injustamente condenada por haber tomado parte en un asesinato. La muchacha seducida por él, tras dejarla embarazada, la abandona a su suerte. Debido a la miseria material en la que se ve abocada, se dedica a la prostitución, viéndose fatalmente envuelta en la muerte de uno de sus clientes. La casualidad hace que el príncipe se encuentre entre los componentes del jurado… Éste, impelido por el remordimiento, despliega toda su energía por salvar a su antigua amante.
Pero el relato, y esa es la gran lección, no se detiene en la plasmación de las relaciones del príncipe y Katherina, ya que , por mediación de ésta, Nnejliúdov irá tomando conciencia de las desgracias de otros condenados y del sufrimiento del proletariado urbano y del campesinado de su país. El príncipe ha iniciado un viaje espiritual irreversible. Y es que el amor a juicio de Platón es un vehículo capaz de transportarnos a los ámbitos del conocimiento y de la ética. Desde la perspectiva del cristianismo, Tolstoi quiso ejemplificar en el protagonista un ideal de humildad evangélica, destinado a implantar en la tierra el reino de Dios.
En “El reino de Dios está con vosotros”, publicado por primera vez en Alemania en 1894 tras ser censurado en Rusia, desarrolla una sociedad ideal guiado por la interpretación extraída de las Enseñanzas de Cristo. El escritor sostiene que todos los países que defienden la guerra están contradiciendo los principios fundamentales del cristianismo. Esta idea se encuentra en el Sermón de la Montaña” pronunciado por Jesús de Nazaret en el que dice: “Amad a vuestros enemigos”. En este sentido Tolstoi denuncia el papel de la Iglesia que ha pervertido las enseñanzas de Jesús al hacer posible conciliar dos conceptos irreconciliables: violencia y religión.
Al igual que algunos de sus personajes, el final de Tolstoi tampoco estuvo exento de dramatismo. Había vivido los últimos años compartiendo casi todo su tiempo con los pobres campesinos, predicando con el ejemplo su doctrina de la pobreza. Estaba muy distanciado de su familia que no comprendía su forma de vivir casi monacal, sus extravagancias... Por último concibió la idea de terminar sus días en un retiro humilde y, el 10 de noviembre de 1810, cada vez más atormentado por la disparidad de sus criterios morales y su riqueza material, abandona su hogar en medio de la noche, tras explicar sus razones en una carta a su esposa. Partió, “ligero de equipaje”, con un pequeño baúl en el que llevaba su ropa blanca y unos pocos libros, en compañía de su muy amada hija menor y de su fiel amigo el doctor Marivetski.
Cuatro días después de su partida, el escritor fue víctima de una grave afección pulmonar que lo obligó a buscar refugio en casa del jefe de estación de Astapovo, cuya familia atendió con solicitud. Entre sus últimas palabras figuran éstas que muestran la excelsitud y nobleza de alma: “Hay sobre la tierra millones de hombres que sufren: ¿por qué estáis al cuidado de mí solo?”. Su esposa llegó antes de su muerte, aunque no quiso turbar la paz del moribundo y no entró en la alcoba hasta que se produjo el desenlace, el 20 de noviembre de 1910. Su filantropía universal, tal vez injusta para con su esposa, le movieron a pronunciar estas palabras finales: “Amo a muchos”.
En cierto modo la biografía de León Tolstoi constituye una infatigable exploración de las claves de esa sociedad plural y a menudo cruel que lo rodeaba, por lo que consagró toda su vida a la búsqueda dramática del compromiso más sincero y honesto que podía establecer con ella. Aristócrata refinado y opulento, acabó por definirse paradójicamente como anarquista cristiano, lo que provocó el desconcierto entre los de su clase; creyente convencido de la verdad del Evangelio, mantuvo abiertos enfrentamientos con la Iglesia Ortodoxa y fue excomulgado. Enarboló la bandera de la mansedumbre y la piedad como las más altas virtudes; y, en fin, discutible y discutido pensador social, nadie le niega hoy haber dado a la imprenta una ingente obra literaria, una de las mayores y más universales de todos los tiempos, donde se entreveran en perfecta y armónica síntesis, la epopeya y el lirismo y donde la guerra y la paz de los pueblos cobran realidad plásticamente en los lujosos salones y en los campos de batalla, en las ilusiones y tormentos del tortuoso corazón humano.