Erasmismo y filantropía: El mito de Cristo



Aunque Erasmo de Rotterdan es uno de los humanistas más preclaros del Renacimiento, cuya amistad se disputaban reyes, papas y personajes de la política, gozará en España de mayor crédito intelectual que en ningún otro país europeo.

Por María Jesús Pérez Ortiz
filóloga, catedrática y escritora
 
 Sus obras de carácter crítico y satírico ofrecían una atractiva reacción respecto a las costumbres inmorales y al estado de corrupción del clero, presentando, asimismo, un programa de elevación espiritual mediante una vuelta al evangelismo, al cristianismo interior en su estado más puro y a la caridad. Todo ello en el marco de un profundo humanismo.

 Era necesaria esa doctrina que nos remitía al verdadero cristianismo, en una España donde se nos describe a un clero entregado a todos los placeres del gusto y de la carne, así como a la codicia del dinero. En esta situación espiritual, comienzan a llegar los libros de Erasmo y a traducirse al romance, hecho que colaboró a dar una enorme difusión al erasmismo. Fue tal el impacto causado por la aparición de su libro “Enchiridion” que según Marcel Bataillon: “…no fue cosa de una minoría culta, de unos cuantos “intelectuales”, sino que apasionó a la aristocracia, y llegó hasta las capas populares”. A tal efecto también comenta G. Villoslada: “En la corte, en los conventos, en las catedrales, en las escuelas, hasta en las posadas de los caminos, pululaban los lectores y entusiastas de Erasmo”. Su mensaje estaba basado en una regla de ese cristianismo interior. De acuerdo con ella, Erasmo considera que las armas del verdadero caballero cristiano son fundamentalmente: el conocimiento de la ley divina, mediante la lectura de los textos sagrados y el ejercicio de la oración mental, interior, auténtica, con la propia conciencia personal. Así lo expresan los conmovedores versos de Antonio Machado: “Converso con el hombre que siempre va conmigo/- quien habla solo espera hablar a Dios un día-; / mi soliloquio es plática con este buen amigo/ que me enseñó el secreto de la filantropía.”

 El mensaje erasmista del cristianismo interior se resume en un predominio de las virtudes de la sencillez, intimidad, humildad, caridad, amor y vuelta al espíritu evangélico, insertándose en un nuevo orden espiritual, inspiración de lo mejor de la filosofía española del Renacimiento. La figura De Cristo, como modelo arquetípico en que la perfección del hombre ha llegado a su más alta y sublime expresión, es, asimismo, imagen de una humanidad en la que todos los hombres son miembros de un cuerpo, cuya cabeza es Cristo, en conformidad con la inspiración paulina de ese cristianismo interiorizado.

 Pero el erasmismo sobrepasó el ámbito del Renacimiento para penetrar en la historia espiritual y cultural de España hasta nuestros días. Según Bataillon: “El erasmismo(…) Removió en España lo que ella tiene de más íntimo y universal…” Resulta imposible evocarlo sin pensar en otro movimiento que, desde mediados del siglo XIX, ha desarrollado consecuencias sorprendentes: el Krausismo. En 1931, un heredero espiritual de los krausistas, nombrado ministro de la joven República española, decía en la tribuna de las Cortes (…) : “Nosotros somos los modernos erasmistas…” Se trata en ambos casos de movimientos que hicieron a España participar en el pensamiento y en la esperanza comunes de la humanidad. (Véase artículo: “Francisco Giner de los Ríos: un regenerador de conciencias”)

 Asimismo, la doctrina erasmista concede una importancia singular a los valores de la paz contra los de la guerra, puesto que entiende el cristianismo como una religión fundada en el amor y la comunión fraternal entre los hombres. Alfonso Valdés, al que se le llamaba más erasmista que Erasmo, señaló al respecto: “ (…) Leed toda la doctrina evangélica, (…): no hallaréis sino paz, concordia, unidad, amor y caridad”.

 El eje de ese cristianismo interior típico del erasmismo es probablemente la señalada metáfora del “cuerpo místico”, cuya exaltación tal vez haya tenido que ver según apunta Bataillon “con esa reacción contra el prejuicio de la limpieza de sangre en que se encasillaban los cristianos viejos, ufanos de su linaje…”. Al respecto, señala Castro que resulta clara: “ la intolerancia y el dogmatismo que los cristianos viejos ejercieron para provocar un cristianismo universalizante e interiorizado entre los cristianos nuevos”. No hay más que examinar la obra de universales y preclaros conversos como Fray Luis de León, Teresa de Jesús, Luis Vives, Juan de Ávila, Bartolomé de las Casas o Miguel de Cervantes. Todos ellos forman una ilustre pléyade de grandes espíritus del Siglo de Oro en quienes coinciden no tener limpieza de sangre y la defensa de un puro y auténtico espíritu cristiano, esencial y tolerante.

 En este predominio del hombre y de su autonomía espiritual, reside la gran implicación filosófica del erasmismo: El hombre libre, como artífice de su vida y de su destino.

 El mito cristiano, con cuya expresión significaríamos la capacidad de sugerencia que la imagen de Cristo ha tenido y tiene para el pensamiento español, ha servido de inspiración a numerosos de nuestros pensadores sobre todo en el ámbito de la mística y de la poesía. En el siglo XVI encontramos significativos ejemplos en las figuras de Luis de León, Luis de Granada, Juan de Ávila…, para volver a adquirir entidad propia en la época contemporánea en el pensamiento de Unamuno y Machado.

 Es precisamente el cristianismo erasmiano el que encontramos en la base de la inspiración de Fray Luis. Su punto de contacto más importante es ese cristianismo íntimo, calado de humanidad, que corre por las páginas de “Los nombres de Cristo”. Un Cristo puramente espiritual, muy cercano al paulino, en el que se revela una ejemplaridad humana, alejada de los dogmas. Es aquí Cristo la encarnación de un mito por el que el hombre pretende realizarse plenamente en un sentido al mismo tiempo humano y religioso.

 Uno de los rasgos más significativos del erasmismo luisiano es su exaltación de la paz, a la que sitúa por encima del resto de los bienes espirituales. Recordemos aquellas inolvidables palabras con que nos describe la serenidad y belleza del cielo estrellado en la noche: “Es, sin duda, el bien de todas las cosas universalmente la paz, y así, donde quiera que la ven la aman…”

 El ideal platónico de unidad y armonía universal presentes en la filosofía de Fray Luis, responde a un sentimiento cósmico que se concreta en esta visión de la paz como motor de todos los seres y todas las cosas. En este caso, como en el resto de los “nombres”, la meditación del poeta agustino termina en unas visión arquetípica de la figura de Cristo, encarnación del “Príncipe de la Paz”, la culminación de cualquier otro ideal humano, tan querido por los erasmistas.

 Cristo-mito, tanto de la unidad de todas las cosas como de la perfección mística del hombre, es el eje de la filosofía de Luis de León. Ciñéndonos al nombre “Pastor”, atribuido a Cristo en una breve cita de las Sagradas Escrituras, veamos las palabras de Fray Luis referentes a este apelativo simbólico: “La vida pastoril(…)es una vida sosegada y apartada de los ruidos de las ciudades (…) Tiene sus deleites, y tanto mayores cuanto nacen de cosas sencillas y más puras y más naturales: de la vista del cielo libre, de la pureza del aire, de la figura del campo, del verdor de las hierbas, y de la belleza de las flores…Las aves con su canto y las aguas con su frescura la deleitan y la sirven”…¿No tenemos los hombres algo de pastores?

 La vida pastoril es toda ella símbolo de un modo de vida en que predominan la sencillez, la inocencia, el ánimo apacible, en una palabra el amor al prójimo como obra de creación. Luis de León lo hace indirectamente a través de la figura de Cristo, a quien atribuye todas las virtudes propias del estado pastoril. El nombre “pastor” alcanza la categoría de mito al integrarse en la figura de Cristo como es manifiesta la idea de excelencia que le acompaña: “Yo soy el buen Pastor... y se hizo “Pastor” hombre, para buscar al hombre, oveja perdida”. Así Cristo apacentó todas las criaturas y todas las cosas desde el primer instante; una vez hecho carne lo mismo siguió haciendo con todos los hombres y después de subido al cielo aún siguió alimentándoles con su divina gracia… Así Fray Luis toma como elemento tradicional la utopía del “buen pastor”-tan utilizada por los erasmistas-para transformarlo en mito:

 “Alma región luciente, /prado de bienandanza, que ni al hielo/ni con el rayo ardiente/fallece: fértil suelo,/ producidor eterno de consuelo. / De púrpura y de nieve/florida, la cabeza coronado, /a dulces pastos mueve, / sin honda ni cayado, /el buen Pastor en ti su hato amado.”

 Este humanismo místico, en que el nombre aspira a la unidad integral de todas sus partes y de sí mismo con los demás hombres y las demás partes del mundo, es la quintaesencia del pensamiento luisiano y de las aspiraciones erasmistas.