Historias de Bonilla “El Pecas”: Fin de curso, las tareas del verano (I)


 
El curso escolar ha llegado a su fin. No hay exámenes, no hay fiesta, no hay nada especial; simplemente, comienzan las largas vacaciones de verano, que se prolongarán hasta que pase la feria.


 Esa noche, precisamente, en casa de Bonilla, su padre prepara todo lo necesario para empezar al día siguiente la temporada de siega. Él, como siempre, lo acompaña y lo observa. En el fondo, le gustaría que su padre también le permitiera hacer esta labor (esto sí que es trabajo de hombres, piensa). Él sabe que hay algunos mayores de la escuela que ya lo hacen: Paquillo Vega y su primo Pepe ya hace días que no van a clase, y es por eso.

 El padre de Bonilla saca del pajar un buen haz de ramales y los deja sobre el pretil de una troje. Separa unas cuantas madejas, mientras dice a su hijo: “Con estos, para mañana, tendré, ¿no? Repásalos, vaya a haber alguno que se pueda partir. Y cuéntalos, que haya diez en cada madeja”. Ya abajo, vuelve a mirar la hoz nueva que esta misma mañana compró en Alhama y repasa y engrasa los “deíles” que tenía guardados del año pasado. Sobre el respaldo de una silla, su mujer ya le tiene preparadas las ceñideras limpias. Y bajo la mesa de la cocina se ven las albarcas con los peales dentro.

 Bonilla no va a segar con su padre, pero sí le gusta a éste que su hijo le lleve la merienda al medio día. Y ya, de camino, lo pone a espigar un rato. Esto de llevar la merienda al campo no es algo que a Bonilla le haga mucha gracia. Otra cosa sería colocarse de chique, como Paulino, por ejemplo. Esto es otra cosa. Y, sobre todo, mucho más cómodo: ni tiene que andar ni llevar nada a cuestas, siempre montado en la burra.

 A Bonilla le gusta observar a su padre mientras siega, y lo admira: ¡qué gavillas más garbosas le salen! Lo mira inclinarse sobre la mies, abarcarla y cortar, con esos movimientos precisos, casi rozando la hoz su mano izquierda: un borrego… dos… tres… hasta seis, tan bien colocados, formando una pavea; otra más… y otra. El padre de Bonilla ata y, tras un largo trago de agua del botijo, extiende sobre los rastrojos otro ramal.

Vocabulario
Albarcas: Calzado de caucho o cuero. También se las llamaba “agobías” o “agobíos”. Una modalidad de albarcas, hechas con esparto, se utilizaba para cazar en la nieve.
Borrego (de mies): Manojo.
Botija (o botijo): Recipiente de barro con dos asas, utilizado para llevar el agua al campo.
Ceñideras: Prenda que cubre parte delantera de pantalón y camisa.
Chique (vocablo no recogido en el diccionario de la RAE): Era la persona, generalmente un niño, que se encargaba de aprovisionar a los segadores en el tajo.
Dedil: Funda para un dedo.
Espigar: Recoger las espigas que deja el segador.
Gavilla: Haz de mieses atadas con un ramal.
Hoz: Utensilio para segar, formado por hoja curva dentada y empuñadura de madera.
Madeja (de ramales): Conjunto, generalmente de diez, atados por uno de ellos.
Mies (o mieses): Matas de cereales que se siegan.
Pavea: Conjunto de borregos de mies, casi siempre seis, cruzados. Tres paveas forman la gavilla.
Peal(es): Lona que cubre el pie (puede ser o no en forma de calcetín) para, sobre ella, calzar las albarcas.
Ramal: Soga para atar las gavillas.
Rastrojo: Residuo de las cañas de la mies que queda en el campo al segar.
Segar: Cortar la mies con la hoz (actualmente, con máquina).
Troje: Compartimento limitado por tabiques para guardar el grano.