Trigo limpio



Era, verdaderamente, el verano una estación de mucho trabajo. Me refiero al verano para las gentes del campo, en aquellos tiempos de mi infancia y juventud.

 Y había trabajo para todos: hombres y mujeres; niños y ancianos. Faenas más suaves para los más débiles e inexpertos. Faenas más duras o de más responsabilidad para hombres fuertes cargados de experiencia.

 Mucho tiempo y muchas manos hacían falta para llevar a cabo las múltiples tareas de la era. Y prácticamente todos podíamos ser allí útiles. Desde el simple trillero a los aventadores hay (o había) una extensa gama de ‘oficios’ en los que con la edad nos íbamos haciendo maestros. “De las veras al centro, de las veras al centro… Y no pases siempre por el mismo sitio”, nos decían cuando dábamos nuestras primeras vueltas montados en el trillo y arreando las bestias sobre la parva: algo así como el ritual de iniciación en el multifacético y apasionante mundo de la era.

...aventar una parva de trigo. No es un trabajo de excesivo esfuerzo físico, pero sí requiere cierta destreza.
 Pero del variado y, ciertamente, duro trabajo del verano había algo que para mí siempre tuvo un no sé qué de magia que me atraía y cautivaba. Era la tarde de “aventijo”. Más exactamente, aventar una parva de trigo. No es un trabajo de excesivo esfuerzo físico, pero sí requiere cierta destreza. Y abarca diversidad de tareas en las que todos pueden colaborar.

 - “Vamos p’arriba, que ya está corriendo aire”- solía decir mi padre asomándose a la puerta, cuando apenas habíamos terminado de apurar el gazpacho. Un viento fijo que entre bien en la era es fundamental. Y cada cual a su puesto, que cada uno sabe sin que nadie se lo diga. Siempre he visto a mi padre aventando en el lado del pez con su ‘bielgo’ de ocho dientes o su pala de madera que aún conservo; hay que ser muy experto para terminar con el grano totalmente limpio sin nidos de polvo ni paja. Y en el ‘soviento’, otro buen aventador que no ha de permitir que un solo grano vaya a donde no debe. Antonio Martín ocupó este puesto durante los muchos años que ‘aparceó’ con nosotros, hasta que marchó del pueblo. Yo lo sucedería después, cuando pudimos tener una yunta propia y dejamos de aparcear.

 Se va terminando la tarea y hay que barrer el espacio entre el pez de trigo y la paja. Y hay que rematar con la pala. Las granzas hay que cribarlas: por muy diestro que sea el abaleador, la escoba siempre arrastra gran cantidad de grano.

- Treinta fanegas buenas de trigo hay aquí.

- Qué va, a veinticinco no llegan.

 Es la hora de los cálculos. Y de hacer un receso mientras se reponen fuerzas con un vaso de leche fresca y un buen trozo de pan de aceite que acaba de traer la madre, la hermana o el pequeño de la familia.

Una buena cosecha de trigo es la alegría y el orgullo del labrador. Trigo limpio que quizá cargue el molinero sobre sus bestias en la misma era. 
 Tras el ligero refrigerio toca ahechar el trigo. Destreza y habilidad ha de tener quien se encargue de la criba; y brazos y cintura resistentes quien, con la media o la cuartilla, ha de llevar hasta ella todo el trigo del pez. Y cuando por fin se envase veremos quién estuvo más acertado en sus cálculos.

 Una buena cosecha de trigo es la alegría y el orgullo del labrador. Trigo limpio que quizá cargue el molinero sobre sus bestias en la misma era. O que colmará las trojes recién blanqueadas, hasta que el Chico y Félix lleguen con su reluciente romana y se lo lleven a cambio de unos billetes que nos permitirán quitarnos de encima algunas viejas trampas.

 Pienso a veces que en la era de la vida somos como el buen trigo. Que los vientos, casi siempre molestos, son necesarios para alejar la inconsistente paja. Que las pesadas granzas que se empeñan en formar parte del pez han de ser barridas por la escoba del avezado abaleador. Que la criba y el harnero son necesarios para limpiar impurezas. Pero que, sobre todo, necesitamos esas diestras y experimentadas manos que nos guíen hacia nuestro destino. Y aun así… no todo el mundo es “trigo limpio”.

Santa Cruz, febrero 2022
Luis Hinojosa D.