Los Reyes Magos ‘saltatapias’



 Es verdad que esto de la crisis ha afectado también a Sus Majestades, los Reyes Magos de Oriente. Se ven ahora sus camellos con cargas bastante más livianas que las de antaño, a pesar de que, tras su paso por El Corte Inglés, intentan completar el cargamento en instituciones como Cáritas o alguna otra ONG.

 Pero de todas formas, aun salvando las pequeñas diferencias que la crisis nos impone, la cantidad de juegos y juguetes que hoy los niños acumulan y la cantidad de dinero que esto mueve, mataría de un patatús a cualquiera que levantase la cabeza desde su eterno descanso, después de cincuenta años, pongamos por caso.

 Tuve yo de pequeño dos juguetes, para mí valiosísimos, uno de los cuales desapareció “misteriosamente” de la puerta de mi casa cuando ya lo había heredado mi hermano; el otro, yo mismo lo destrocé por el uso. Era el primero un gran caballo de cartón con plataforma y ruedas de madera, inmortalizado por la oportuna visita de algún retratista ambulante; el segundo, un triciclo cuya estructura “los Higinios” tuvieron que soldar en su fragua varias veces, pero que al final sucumbió al irregular empedrado de mi calle. Ni el uno ni el otro lo dejaron Sus Majestades en mi casa, sino en la de unos parientes solterones y sin hijos con los cuales, tal vez, tenían más compromiso. Al igual que en otra ocasión, y esto sí que lo recuerdo bien porque yo mismo descubrí el regalo en la ventana, me dejaron en esta misma casa el único libro de lectura que puede disfrutar en mi edad escolar: Rueda de Espejos.

 Por supuesto que también a mi casa hacían los Reyes cada año su obligada visita y me dejaban algo en el poyo de la ventana del dormitorio, a pesar de la dificultad que su acceso entrañaba. Recuerdo, por ejemplo, un pequeño amocafre que en una ocasión me trajeron y que era un regalo muy frecuente entre los niños de mi época, pues con él comenzábamos nuestro entrenamiento en las labores de escarda. Y en más de una ocasión encontré en la mañana del día de Reyes un puñado de caramelos y un paquete de galletas, porque “los Reyes ese año no llevaban juguetes”.

 Ya había yo descubierto, no recuerdo cuándo ni cómo, la procedencia de aquellos regalos, cuando tuve otro que tampoco he olvidado nunca por el gran esfuerzo que costó a mis padres y que yo ya pude entender: fue la Enciclopedia Álvarez 2º Grado que el maestro ya me había pedido en la escuela.


 Era yo un niño bastante tímido (tal vez he conservado esta cualidad de mayor) y no me atrevía por entonces a preguntar mucho. Así pues, me devanaba yo los sesos por entender cómo aquellos misteriosos personajes, con sus camellos (y esto es lo más difícil), podían llegar hasta la ventana del dormitorio de mi casa. Porque la ventana daba al corral, y la tapia del corral tenía una altura muy considerable. Es verdad que desde la escarcelera de Fernandito el salto no era difícil, poco más de un metro de tapia. Pero por la parte de dentro la altura era bastante mayor. Y yo estaba seguro de que entrar habían entrado, porque es que al día siguiente yo distinguía con toda claridad las pisadas de sus camellos. ¿Cómo lograrían salvar obstáculos tan insalvables? Sería porque era magos.

 Durante los años que duró mi inocencia yo viví con esa preocupación y esa duda, pero no me atreví a exponer a nadie mis inquietudes. Seguramente por aquello de que “los niños no preguntan, los niños se callan”.

 Santa Cruz del Comercio, enero de 2015.