Este año la elegida para este acto, que ya ha calado entre los alhameños devotos a la Virgen, ha sido Maria del Carmen Martínez Jiménez, muy conocida y querida por todos.
Quince años ya de esta iniciativa que aúna el fervor religioso y la música y que este año dio comienzo el pasado viernes 31 de marzo a las nueve y media de la noche en el marco habitual, la Iglesia del Carmen. El Hermano Mayor de la Hermandad del Santísimo Sacramento y Nuestra Señora de las Angustias, Celedonio García Bautista, fue el encargado de abrir la emotiva ceremonia con la bienvenida a los presentes, para dar paso a la primera intervención de la Coral Ciudad de Alhama que bajo la dirección de Maribel Hinojosa Arias interpretó diversas piezas de carácter sacro, con el buen hacer y la sensibilidad que caracteriza a la coral, que tantos buenos momentos ha ofrecido al pueblo de Alhama. Prosiguió la música con la intervención de la Banda de Música de la Escuela de Música de Alhama, con el buen nivel al que nos tiene acostumbrados, que interpretó un repertorio también imbuido del espíritu de la Semana Santa.
Coral y Banda de Música conjuntamente remataron la noche, en lo que a la música se refiere. Con una interpretación conjunta de “Mi amargura”.
Andrés García Maldonado pasó a presentar a la autora del bellísimo texto de la exaltación de la que reseñó sus muchas virtudes como alhameña de adopción, como docente en nuestro pueblo y como mujer comprometida y solidaria, como demuestra su colaboración con la gente del Lucero.
Y echa la presentación, Mari Carmen tomó la palabra para dirigirse a la Señora en su calidad de madre y de madre de un hijo muerto al que tiene en sus brazos recién bajado de la cruz. Repasó Mari Carmen la vida de esta humilde familia compuesta por José, María y Jesús: anunciación, nacimiento de Jesús, huida a Egipto por la amenaza de Herodes, primer milagro de Jesús, a petición de María en las bodas de Caná...pero también le recordó a Nuestra Señora que el mundo poco ha cambiado desde entonces y que aún hoy “Hay actualmente muchas madres que como tú siguen dando a luz en condiciones azarosas. Mientras las bombas caen, mientras huyen de la miseria, mientras los tanques siegan vidas, ellas la dan. ¡El milagro de la vida!”
Pero de poco vale que resumamos el discurso, pudiendo el lector acceder al original, solo decir que se trató de una exaltación llena de devoción a Nuestra Señora, pero en la que no faltó la denuncia ante situaciones en las que callar sería ser cómplices.
Texto de la Exaltación de María del Carmen Martínez Jiménez (31-3-2017) XV EXALTACIÓN DE NUESTRA SEÑORA Rvdo. cura párroco, Hermano Mayor de la Hermandad del Santísimo Sacramento y Nuestra Señora de las Angustias, señor Alcalde, señora Delegada del gobierno, señora primera Teniente alcalde del excelentísimo Ayuntamiento de Alhama, don Andrés García Maldonado presidente del Patronato de Estudios Alhameños. Queridos alhameños que honráis con vuestra presencia a nuestra Patrona. Quiero expresar mi gratitud a la Hermandad y a los Hermanos Mayores por otorgarme el privilegio de realizar la exaltación de Nuestra Señora y mi reconocimiento a todos los que esta tarde os habéis reunido aquí para participar de este homenaje. No soy alhameña de nacimiento, pero los lazos afectivos son en ocasiones mucho más fuertes que los de sangre. Y ese es mi caso. Vine a Alhama como por casualidad, en un intercambio de trabajo. Aquí me enamoré y me quedé. Nacieron y crecieron mis tres hijos. He desarrollado una hermosa profesión, la enseñanza (me gusta enseñar) y he contribuido a la educación de dos generaciones de chicos y chicas. Se es de donde se vive y donde se ama. Y yo vivo aquí y amo a este pueblo. El libro de Ruth del Antiguo Testamento, cuenta que después de que Noemí emigrara con su marido y sus dos hijos desde Belén a la región de Moab, los hijos se casaron con dos moabitas, Orfá y Ruth. Murieron el marido de Noemí y sus hijos y ella decidió volver a Belén. Antes le dijo a sus nueras que se marcharan con sus madres, pero Ruth contestó: “no insistas en que vuelva y te abandone, donde tu vayas yo iré; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”. Me vais a permitir que parafrasee a Ruth: vuestro pueblo es mi pueblo, vuestra Patrona es mi Patrona. Hoy me habéis permitido exaltar a nuestra Virgen de las Angustias. Pero ella, antes de estar sentada en ese hermoso trono, vestida con mimo y respeto por las camareras, de llevar sobre sus hombros un rico manto de terciopelo bordado en oro, fue mujer y madre. Con la mujer que anduvo como una más por esta tierra, que amó, sufrió, tuvo indecisiones, anhelos, sueños, que rio y lloró, que se desvivió por su familia y educó amorosamente a su hijo, quiero hablar esta tarde, como si el tiempo se hubiese detenido y sólo estuviéramos ella y yo. INTRODUCCIÓN Inmensos nubarrones negros cubren el cielo del Gólgota. El velo del templo se ha rasgado. El populacho comienza a dispersarse, se terminó el espectáculo. Un silencio plomizo va apoderándose del lugar. Huele a sangre y a dolor. Los discípulos descuelgan de la cruz con cuidado el cuerpo lacerado de tu hijo y te lo entregan. Lo acoges en tu regazo y contemplas su cuerpo escarnecido y la lívida palidez de su cara. Lágrimas de sal amarga corren por tus mejillas. Se ha hecho el silencio, pero en tus sienes todavía martillean los gritos de: “crucifícalo, crucifícalo”. “¿Pero qué ha hecho mi hijo para tanta humillación? Si él dedicó su vida a curar enfermos, a consolar a los afligidos, a enseñar el verdadero secreto de la felicidad: el amor…Las multitudes que lo seguían, ¿dónde estaban anoche cuando lo azotaban sin piedad? ¿Y los más allegados, sus discípulos, con los que tanto compartió? Nadie dio la cara por él. Ni Pilatos que sabiendo que era inocente y teniendo la posibilidad de salvarlo, no lo hizo. Tomó el camino más fácil, lo mandó crucificar, no quería problemas con los judíos.” El miedo, ¡ay el miedo!, cómo nos atenaza y se apodera de nuestra libertad, María. Cómo es utilizado en tantas ocasiones para anular la voluntad de los pueblos, convirtiéndolos en marionetas fáciles de manejar. Cuántas ocasiones de dar la cara por los inocentes dejamos pasar y miramos hacia otro lado, porque… a mí no me han llamado ahí, cada uno arregle sus problemas, ¿y si me salpica? María, ¡el mundo ha cambiado poco! Te estremeces al ver su cuerpo desnudo y maltrecho y te acuerdas de su túnica, la que con tanto amor tejiste entera, de una sola pieza, para que las costuras no dañaran su cuerpo, carne de tu carne. Ni eso te dejaron para que pudieras acariciarla y sentir la piel y el olor de tu hijo en el tacto con la tela. La rifaron, tenían que cumplirse las escrituras. Con él en tus brazos piensas en las veces que llenó tu casa y tu vida con su amor infinito. ¿Quieres que las recordemos María, para que sea el bálsamo que mitigue tu pena? ANUNCIACIÓN
¿Te acuerdas cuando eras una jovencita llena de alegría y entusiasmo prometida con José? Y un buen día apareció en tu casa un ángel del señor lleno de luz. Vino a complicarte la vida, te dijo que ibas a ser la “madre de Dios”. Qué turbación te debió entrar: “¿Yo la madre de Dios? ¿Y qué méritos reúno para semejante responsabilidad? ¿Y he de llamarle Jesús?“ Pero no te lo pensaste demasiado: “he aquí la esclava del señor; hágase en mí según tu palabra”. Aceptaste los designios de Dios, dijiste sí. A veces María buscamos un por qué a las cosas en lugar de aceptarlas y adecuarlas a nuestra vida. Las circunstancias no las podemos cambiar, pero sí nuestra actitud frente a ellas. De nosotros depende casi siempre nuestro bienestar y nuestra felicidad, y un poco la de los que nos rodean. Cuánto tenemos que aprender de ti. Gracias María por decir que sí, porque la redención llegó a nosotros por tu aceptación. ¿Sabes? Hay un buen puñado de mujeres que siguen entregando su vida a Dios, dicen sí. Voluntariamente se entregan a la contemplación, a la oración entre cuatro paredes en sus conventos. Ahora se habla mucho de los beneficios que produce la práctica de la meditación para alcanzar la paz interior, e incluso sanar el cuerpo, porque cuando tenemos equilibrio interno se traduce en buena salud. Ellas llevan siglos meditando y creando la energía positiva que se genera cuando varias personas meditan juntas. Dichosas ellas. Nosotros tenemos la suerte de contar con ese baluarte de la oración: nuestras monjas de San Diego. NACIMIENTO La vida no fue fácil para ti María. ¿Recuerdas?, estabas ya en avanzado estado de gestación y el emperador Augusto ordenó empadronarse a todo el imperio. José, por ser de la casa y familia de David subió contigo desde Nazaret en Galilea a Belén, en Judea, para empadronarse. No erais los únicos, la ciudad estaba llena de gente y por más que pedisteis alojamiento no hubo lugar para vosotros, y os tuvisteis que refugiar en un establo. Había llegado el momento de ponerte de parto. Y diste a luz un hermoso niño al que llamasteis Jesús, como te había pedido el ángel. Aquella noche, el universo entero se fundió contigo en un abrazo infinito a ese recién nacido al que amorosamente arrullabas sobre tu pecho. ¿Sabes María? Hay actualmente muchas madres que como tú siguen dando a luz en condiciones azarosas. Mientras las bombas caen, mientras huyen de la miseria, mientras los tanques siegan vidas, ellas la dan. ¡El milagro de la vida! Gracias María, porque fuiste el hilo conductor entre la existencia de Jesús y nuestra salvación.
Dios parece que tuviera a veces una lógica desconcertante. Aquella noche anunció el nacimiento de Jesús no a los poderosos ni a los sabios, sino a unos humildes pastores que estaban en las montañas cercanas con su rebaño, y que fueron corriendo y os encontraron en el establo, con tu hijo envuelto en pañales y seguramente amamantándolo. Y tú, María, “conservabas todas estas cosas meditándolas en tu corazón”. Como tantas madres que con sus bebés en los brazos piensan, “¿Qué futuro les espera? ¿Tendrán que vivir entre sobresaltos o serán felices? Y entonces surge el deseo de encomendarse a Dios para que siempre los proteja. Y a ti, María, para que camines junto a ellos llevándolos de la mano. PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO Sigues contemplando a tu hijo, como si una espada te atravesara el corazón, y te viene a la memoria cuando llevaste a Jesús, tu pequeño, al templo. A la entrada estaba Simeón, aquel anciano venerable, enjuto y de pelo largo y plateado; cogió en brazos a tu hijo, lo bendijo y bendijo a Dios diciendo que ya podía irse tranquilo de este mundo porque sus ojos habían visto al Salvador. Y mirándote fijamente a los ojos exclamo: “Y a ti misma una espada te traspasará el alma”. Aquí estás, atravesada tu alma y tu ser entero por esa espada. Ahora comprendes en toda su magnitud el significado de aquella profecía. REYES MAGOS ¿Te acuerdas, María, del día en que llamaron a tu puerta unos magos orientales? Dijeron que habían visto la estrella del Salvador. Entraron en la casa y viendo a Jesús en tus brazos, cayeron de rodillas y lo adoraron. Después de ofrecerle los regalos que traían para él se marcharon a su tierra. Y tú, María, seguías guardando todas estas cosas en tu corazón, meditándolas y deleitándote en ellas. Se me ocurre María, que los magos podrían ser la imagen de todo el que busca a Dios con sincero corazón. Ojalá supiéramos ofrecer al Señor el oro de nuestra existencia, el incienso de nuestra oración para llenarnos de sabiduría y la mirra de nuestro cariño, llena de gratitud hacia él. MATANZA DE LOS INOCENTES De nuevo se os complica la vida María. Los magos habían preguntado al rey Herodes por el Niño Dios que vivía en Belén, y él que no estaba dispuesto a que nadie le arrebatase el trono, al no volver los magos tomó la solución más fácil, la matanza de los inocentes. Así no escaparía aquel Niño Dios. María, por desgracia no terminó allí la muerte de inocentes. Hoy continúa cuando cada día mueren en el mundo 8.500 niños por desnutrición severa y otros tantos por enfermedades. Alguien dijo que una sociedad insensible es una sociedad enferma. Mucho de eso debe haber María, cuando entre tanta miseria seguimos impasibles, cuando vemos en los medios el horror de la guerra, el fantasma del hambre pululando entre los niños y nos quejamos porque… no hace falta poner imágenes tan crudas, podían ser más delicados al dar las noticias. Es mejor no saber y no ver a cuántos seres humanos se les niega el pan y la sal… y la vida. Y hasta el derecho a hacerse visibles porque hieren nuestra retina. ¡Cómo hemos perdido el norte, María! HUIDA A EGIPTO ¿Te acuerdas? Ante el miedo de que Herodes pudiera acabar con la vida de Jesús huisteis a Egipto, lo más lejos posible. Cuánta angustia pasaríais en aquellas jornadas, siempre mirando hacia atrás por si se acercaban los esbirros de Herodes, hasta que conseguisteis alejaros de su espada amenazadora. Unos emigrantes más. Había que buscar casa para vivir, trabajo para José, entenderse con aquellas gentes que hablaban tan raro y, pasar desapercibidos, no fuera que Herodes mandara algún emisario y os descubriera. María, la existencia sigue siendo difícil para muchas familias que como vosotros huyen de su país abandonándolo todo, si es que tienen algo, porque se trata de huir o morir. Las guerras, las persecuciones, el hambre en el África subsahariana hace que miren hacia la vieja Europa donde creen que si consiguen entrar hallarán el paraíso. Pero muchos se quedan en el camino. Buscaban la libertad, un lugar donde la pólvora, el hambre y las venganzas no truncaran su vida, pero el terrible monstruo en el que a veces se convierte el mar, abrió sus fauces y se los tragó, acabando con sus sueños y su existencia. Y a los que consiguen entrar los hacinan en campos de refugiados, se les prohíbe pasar las fronteras. Y ellos siguen sufriendo y preguntándose dónde está el paraíso que soñaban. Lo justo sería que pudieran permanecer en sus tierras, sin desarraigo, viviendo en condiciones dignas. Necesitan justicia, no caridad. Nuestra avaricia y su pobreza van cogidas de la mano. ¿Recuerdas María? En Egipto transcurrió vuestra vida durante unos años hasta que murió Herodes. Pero en lugar de volver a Belén os establecisteis en Nazaret (habían de cumplirse las escrituras, lo llamarían “El Nazareno”). Otro cambio, a buscar nuevamente hogar, trabajo… Qué vida más complicada te tocó vivir María. Y allí transcurrió parte de la infancia y la vida adulta de tu hijo. Hasta hoy, que lo miras en tus brazos, sin vida ya, envuelto en tus recuerdos. Y tú seguías guardando todas estas cosas en tu corazón. DESPUÉS DE LA HUIDA Lástima que el evangelio no hable de esos momentos preciosos cuando jugabas con Jesús y se podían palpar las risas y la alegría flotando en tu casa. María, me gusta imaginarte cantándole canciones, aquellas mismas que aprendiste de tu madre y que de generación en generación se van repitiendo como un mantra hasta que los pequeños se quedan dormidos. Y contándole cuentos, los mismos que también te contó tu madre cuando eras niña. Y a Jesús, oyéndote y mirándote embelesado con esos ojos llenos de inocencia y de dulzura que sólo poseen los niños. Y a ti, atrapada en la luz de su mirada. Amasando el pan o preparando los dátiles del desierto rellenos de almendras y miel que tanto le gustaban a Jesús, ¿te acuerdas? Remendando su ropita, tejiendo por las noches a la luz del candil una túnica nueva porque ¡ay que ver cómo crece este niño! Yo quiero verte así María, como una madre más de las de andar por casa, como la mujer valiente y decidida que fuiste, como la madre dulce y amorosa. Seguramente que todas estas cosas las guardabas en tu corazón, meditándolas y saboreándolas como un regalo de Dios. Y ahora, con tu hijo ya frío en el regazo, vienen a tu mente y se agolpan como un torbellino, y te aferras a ellas. Que se queden contigo para siempre, que la memoria no te juegue una mala pasada. Tienen que ayudarte a salir de esa pena oscura en la que ha caído tu alma. VIDA PÚBLICA Sigues evocando tu vida junto a él y te viene a la memoria, como si de ayer se tratara, el día en que te dijo: “me voy madre, ha llegado la hora”. Y entonces lo abrazaste, y aceptando su decisión, lo viste partir. De nuevo la aceptación. Te quedarías con ese desasosiego y ese no saber qué hacer con el que nos quedamos las madres cuando los hijos se nos van de las casas. Sin querer entramos en su habitación, y aunque sentimos su presencia, está vacía. Cerramos la puerta y nos vamos de allí porque la nostalgia nos invade, pero entendemos que su vida no está por siempre a nuestro lado, tienen que volar y construir la suya. Igual que tú hiciste María, mirarlo, sonreírle y dejarlo ir. Volvía de vez en cuando, te besaba y te abrazaba largamente y tú, llena de alegría, no sabías que hacer para que se sintiera a gusto y retenerlo todo el tiempo posible a tu lado. Como hacemos tantas madres cuando llega alguna fiesta, como la Navidad y la ilusión nos desborda porque es tiempo de encuentro familiar. Los hijos vuelven a casa y todo nos parece poco para que se sientan a gusto y no se rompan esos lazos invisibles pero fuertes que los atan al hogar. Y esos días también los guardamos en nuestro corazón, como tú María, y los meditamos cuando ya se han ido y nos quedamos de nuevo con la casa vacía, a solas. Como tú, María.
LAS MANOS De pronto reparas en sus manos y haces un alto en tus recuerdos. Las coges entre las tuyas, las besas, las acaricias, y las retienes junto a tu rostro. Unas manos desolladas, ensangrentadas y con dos oscuros agujeros en las muñecas. Esas manos que con primor tallaron la madera y que después se posaban en los enfermos y los curaban, en los ojos de los ciegos y volvían a ver, en el pan y los peces y los multiplicaba, en el alma de la pecadora y la volvió a la vida. Esas benditas manos que tanto bien hicieron ahora caen descoyuntadas, rotas. Sientes un calor que te sube a la garganta y casi te impide respirar y notas en las tuyas un dolor punzante y una quemazón casi insoportable; también las han atravesado. Porque todo lo que le hicieron a tu hijo te lo han hecho a ti. Tanto dolor no cabe en tu alma, María. LAS BODAS DE CANÁ Sigues besando sus manos, acariciándolas, y el contacto con ellas te llevan al primer signo de su divinidad que hizo en Caná de Galilea. Fue en una boda a la que estabais invitados. Supiste que andaban preocupados porque se había terminado el vino. Te acercaste a tu hijo: “no tienen vino”, y recuerdas sus palabras: “todavía no ha llegado mi hora”. Ignoraste su respuesta y, seguramente, dedicándole un guiño de complicidad, fuiste hacia los sirvientes y con decisión les ordenaste: “haced lo que él os diga”. Las tinajas de agua se convirtieron en el mejor vino, con diferencia, que se había servido en la boda. Discreta, en medio del resto de las mujeres, te sentirías tan orgullosa de tu hijo. Como nos sentimos nosotras, madres, cuando nos preguntan por los nuestros y les contamos de su vida y andanzas. ¡Qué grande eres María, qué sensible y qué generosa! Intercediste por aquellos novios y por amor a ti, Jesús adelantó su hora. Por eso, cuando estamos afligidos, apurados, nos dirigimos a ti, porque sabemos que tu hijo no va a negarte nada si se lo pides en nuestro nombre. Eres la eterna mediadora entre Dios y los hombres. Bendita seas, María, porque nos acercas a Jesús. ¿Sabes? Existen ahora muchas personas generosas, que como tú, son sensibles a las dificultades y a los problemas, en muchas ocasiones acuciantes de la humanidad. Gente buena, que pone en riesgo su vida si es necesario para salvar la de otros. Te podría hablar de las ONG “sin fronteras”: médicos, enfermeros, bomberos… que se van por un tiempo a lugares peligrosos sin importarles el riesgo que corren. Más fuerte que el miedo que puedan sentir es su deseo de ayudar a los que sufren. Más fuerte que el miedo es el amor. Te podría hablar de Cruz Roja, Cáritas, Aldeas Infantiles, Banco de alimentos… de los donantes de sangre y órganos que gracias a su generosidad otros siguen viviendo. Te podría hablar del voluntariado, de la cantidad de personas anónimas que dedican parte de su tiempo a labores humanitarias. Se sienten tan agradecidos a la vida que regalan tiempo, lo más valioso que tenemos, a los que no son tan afortunados. Dichosos ellos, que oirán al final de sus días: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, sed y me disteis de beber, desnudos y…”. Siempre hubo locos de amor por la humanidad, María. CAMINO DEL CALVARIO
Allí ibas María, camino del Calvario, entre la gente que gritaba e insultaba a tu hijo, cerca de él, y viendo cómo las fuerzas lo iban abandonando por momentos. El Cirineo hubieras querido ser para aliviarlo de la pesada carga que caía sobre sus hombros. O mejor, ser tú la que llevaras la cruz que lo librara de aquel sufrimiento. Y allí estabas al pie de la cruz, entera, valiente, doblada como un junco por el dolor y a la vez fuerte como un roble. Te acompañaban María Magdalena y un grupo de audaces mujeres. Ellas se mantuvieron firmes junto a ti cuando todos huyeron, sin miedo a los soldados romanos ni a los judíos. ¡Ay María, el sexo débil! Esas corredoras de fondo que por largo y escabroso que sea el camino, consiguen llegar a la meta a pesar de su aparente fragilidad. MARÍA Y EL DISCÍPULO AMADO
Todavía resuena su voz en tus oídos, cuando con un hilo ya de vida te vio al pie de la cruz y mirándote dijo: “mujer aquí tienes a tu hijo”. Y al discípulo amado: “ahí tienes a tu madre”. Ya se puede ir tranquilo, sabe que estarás en buenas manos. ¡Qué acto de amor María! Hasta el último aliento de su vida pendiente de ti. Te entregó como madre a Juan para que te cuidara y a nosotros, para que seas tú la que nos cuides. Y aquí estás, con los brazos y el corazón abiertos a cuantos venimos a suplicarte. María, el grupo de mujeres decididas que te acompañaron en aquellos momentos de terrible amargura, me lleva a recordar pasajes del Evangelio en los que Jesús se puso de parte de las mujeres y tuvo con ellas una sensibilidad especial. Como el de la mujer adúltera que iban a lapidar: “¿nadie te ha condenado? Yo tampoco. Vete y no peques más”. O la que le enjugó los pies con su llanto y los secó con sus cabellos: “porque has amado mucho se te perdona mucho”. Sus amigas Marta y María que tanto lo quisieron, una en la actividad y otra en la contemplación. Y cuando resucitó, no fue a los discípulos a los primeros en manifestar su gloria, sino a María Magdalena. Mucho hay que aprender de él, cuando actualmente se nos llena la boca de palabras como respeto, igualdad, pero diariamente se atenta contra los derechos, la dignidad y la vida de las mujeres.
FINAL Ahí sigues, María, abrazada a tu hijo, acariciando su piel maltrecha, aprovechando los últimos minutos. Dentro de nada se lo llevarán, lo lavarán, lo perfumarán y lo envolverán en un sudario para depositarlo en el sepulcro que José de Arimatea ha preparado para él. Todo ha terminado. ¿Todo? NO. Ahora es cuando Cristo comienza a manifestarse en toda su gloria. Venció a la muerte, nos redimió y nos dejó el mensaje más valioso que podíamos imaginar, su mensaje de amor, la fuerza que mueve el universo. Ahí está, en el evangelio: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Y nos dejó a su madre, a ti, María, con tu fortaleza, tu valentía, tu aceptación, tu humanidad y tu inquebrantable fe. EPÍLOGO Hermosa María, llena de gracia No eres Dios, pero nos acercas a él. No haces milagros, pero los alcanzas. No nos redimiste, pero sí nos trajiste la salvación Eres la luz que ilumina nuestro camino Eres los brazos extendidos de la misericordia Eres el sollozo y la pena, el amor y la alegría Eres el bálsamo que cura las heridas del alma Eres la puerta del cielo ¡Eres tan humana y tan cercana! ¿Cómo no quererte, María? Cuando el próximo viernes salgas a recorrer tu Alhama, bendice sus calles y plazas, bendice sus campos y a sus gentes. Todos a la calle contigo María, acompañándote. Los hermanos llevando a hombros tu trono; el resto a tu lado, bien cerca, para que te sientas arropada por el cariño de tu pueblo. Mucho acudiremos puntuales a la cita que cada año tenemos contigo el Viernes de Dolores. Algunos irán por primera vez en los brazos de sus madres, para que los bendigas. Otros intentarán a tu paso tocar el trono que, como un talismán los libre de todo mal. Habrá mujeres que te acompañen descalzas porque… algo muy grande has debido concederles. Y los que no puedan acompañarte ese día, desde donde quiera que se hallen estarán pensando en ti. Iremos contigo, María, con el fervor y la devoción que sale de muy adentro del corazón de la gente sencilla. Perfuma nuestras calles con tu aroma de madre. Que tu amor por nosotros quede en el aire, para que lo sigamos respirando cuando vuelvas de nuevo al templo. El nuestro, llévatelo prendido en las flores que adornan tu trono y en los hilos que bordan tu manto. Que tus ojos no se aparten de nosotros. Que nosotros, nunca nos apartemos de la mirada de los tuyos. Amén. María del Carmen Martínez Jiménez Alhama, 31 de marzo de 2017 |
Las imágenes del acto
Presenta el acto el Hermano Mayor, Celedonio García Bautista
Interviene la Coral Ciudad de Alhama
Hermanos de la Virgen y autoridades
Interviene la banda de la Escuela de Música de Alhama
Palabras del Hermano Mayo, Celedonio García
Intervención del creador de la Exaltación, Andrés García Maldonado
Mari Carmen Martínez pronunciado la XV Exaltación
Agradecimiento de la Hermandad a la Pregonera
Fotos: Prudencio Gordo